martes, 23 de octubre de 2012

En el Metro III

Estación Tacuba
Martes, 19:30 horas…

Manuel camina lentamente, el largísimo traslado entre líneas siempre lo ha fastidiado, si lo sigue haciendo, es por pura costumbre, francamente…

Pasa junto a una banda que toca una exquisitez, mal interpretada, obviamente, y él voltea a ver el reloj mientras aprieta el paso, metros y metros de pasillos pasan bajo las suelas de sus zapatos, al dar la vuelta al pasillo la acústica le revienta  en la cara una de las frases de la canción…

“…parece que otro día va a comenzar, otra vez;
Pero a mí no me verán hasta el anochecer”

Hasta parece que Dios quiere jugar rudo con él, luego de años y años de aguantar esa situación, cada vez que vuelve a pasar, cada que él deja que de nuevo venga el tornado y se lleve algo de su vida que de verdad le importaba, y sólo le deje otro poco de destrucción y locura, piensa en todas las pequeñas señales que, como dardos, el Destino, Dios, La Mole o como quieras llamarlo, le arroja todos los días a la cara…

Y para acabarla de fregar, ya se le hizo tarde…

Después de que ella lo abandonara por aquél pelmazo, habían pasado años, tranquilos, adorables, pacíficos, deliciosos, literalmente, sin saber absolutamente nada del huracán Mariana

Claro que para los ojos de muchos (Manuel incluido) ella era algo especial, increíble y pocas veces visto, pocos podían librarse del hechizo que su forma de ser dejaba en las personas, claro que había más de uno que, como si no fuera nada, la habían botado, y cada vez que la chica se despeñaba, ahí estaba él para recoger los pedazos…

Por supuesto que la cosa con el chico de la dimensión paralela no había funcionado (como que ella también venía de otro puto planeta, ni dudarlo) y ahora tenía alerta de huracán cada maldita semana, salvo aquellos días que algunos incautos le hicieron el paro de capotear con la tormenta, pero, obvio, pocos se aventaban el tiro de vivir al lado de un huracán (sólo a él se le ocurría, francamente) y la ventisca siempre terminaba cayendo sobre él de nuevo…

Cada vez era más tarde, Manuel apretó el paso, venía corriendo desde el andén de la línea 7, ya casi, ya casi estaba el andén de la línea 2, sólo era cosa de dar vuelta al recodo y llegar a donde Mariana lo espera desesperada…

Sólo que Manuel quedó petrificado, a pocos metros de él, la chica huracán, que al parecer se adelantó demasiado a su llegada, se besuquea descaradamente con otra chica, el pobre diablo no puede pensar en nada, salvo en desandar el camino andado, sin poder siquiera reclamarle…

Los primeros 100 metros son de asombro… ¿qué hice mal?...

Los siguientes 200 metros son de tristeza… ¿cómo pudo pasar?...

Los siguientes 300 metros son de depresión… ¿porqué a mí?...

Los siguientes 400 metros son de enojo… ¿pues qué se cree esta pinche vieja?...

Los últimos 500 metros son de realidad… ¿indeciso yo? ¡Indecisa tu chingada madre!...

La banda vuelve a interrumpir los pensamientos de Manuel, ahora tocan otra exquisitez, pero esta vez no le parecen tan malos, los escucha con las manos dentro de los bolsillos, justo cuando la canción termina se da cuenta que la vocalista de la banda es muy bella, la mira azorado y de pronto sus miradas se cruzan...

Basta ese breve momento para que, cuando el teléfono de Manuel repiquetea, y aparece incesantemente en la pantalla el nombre “Huracán” el chico desvié su mirada de la bella cantante sólo lo suficiente para arrojar el celular (por lo demás uno muy sencillo) hasta el otro lado del pasillo, la chica lo mira asombrada y curiosa, Manuel vuelve a cruzar miradas con ella y le sonríe, la sonrisa es devuelta…

Una historia de amor acaba de comenzar en el trasbordo…

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