lunes, 5 de marzo de 2018

Ya estuvimos ahí


I.- Viajar es vivir.

La luz del atardecer entra por los ventanales del lugar, un calor muy agradable calienta la piel de tres jóvenes que devoran hamburguesas para reponer las fuerzas perdidas en su más reciente excursión, Marta y Roberto están sentados juntos de un lado del gabinete, ella está recargada sobre su hombro, comiendo papas fritas mientras platica con su amiga, Gabriela, que saborea su hamburguesa y recuerda otros viajes como el de aquel día:

- ¡Estuvo increíble!, jamás creí que Nueva York se vería tan lindo después de una nevada así.
- Estuvo fuerte, aunque si soy sincera contigo, Beto y yo hemos visto nevadas más fuertes, como el año pasado en el Everest.
- Si, la de ayer fue intensa, pero hemos salido de peores.

Gabriela toma un trago de refresco mientras evoca las imágenes de los cañones de concreto de la Gran Manzana cubiertos de nieve, reflejando el sol que brillaba sobre ellos, por un momento se pierde en las imágenes y las sensaciones: el frío y el rubor en sus mejillas, el ligero dolor en las manos y la humedad en sus zapatos; no hace caso del comentario de sus amigos, está acostumbrada a que siempre refieran experiencias más intensas que las suyas, a fin de cuentas, han recorrido más mundo que ella.

- La belleza a bajas temperaturas es hermosa.
- ¿Qué dices?
- Nada, es algo que escuché decir a un sacerdote una vez, lo de ayer me lo recordó.

Los minutos se deslizan, Roberto rompe el silencio:

- Deberías visitar las Catacumbas de París en invierno, ¡a ver si el frío sigue pareciendo bello!

Gabriela sonríe mientras sigue recordando, Marta suelta una carcajada que resuena en todo el local, Roberto la abraza y sonríe.

- Quizás no vaya a las Catacumbas, pero por supuesto que quiero ir a París, ¿han ido allá en verano?
- Ya, el año pasado.
- ¿La Costa de Grecia?, esas ciudades con calles tan estrechas parecen…
- Fuimos hace tres años.
- ¿Tokio, tal vez?, muero por ver…
- ¡Uf!, ya hemos estado allí unas 5 veces, la última en un tour de leyendas urbanas.
- ¿De verdad?, ¿Qué tal Egipto, entonces?
- Ya conocemos el interior de la Gran Pirámide, muy interesante si te gusta la egiptología.

Definitivamente han recorrido más mundo que ella… aunque ninguno ha dejado la Ciudad de México, todos sus viajes han sido con Ayti o All In Traveller, la aplicación que permite visitar y experimentar cualquier lugar del planeta en una realidad virtual que se siente real, millones de personas, jóvenes en particular, satisfacen su curiosidad y sed de conocer el mundo con unos cuantos dólares, unas gafas de cristal LED y un traje de cuerpo completo.

- Hay un lugar… me encantaría volver a visitarlo…

La frase de Gabriela atrae la atención de Marta, su amiga mira el atardecer por la ventana y parece suspirar, a pesar de todos sus viajes, ningún sitio le ha hecho recordar así, por eso se siente impulsada a preguntar:

- ¿Cuál?, ¿alguno que no hayamos visitado?
- No creo, con su experiencia seguro que ya conocen ese sitio.
- ¿Cómo se llama?
- West Hill

Roberto y Marta no recuerdan haber estado nunca antes en un lugar llamado West Hill, y ahora que por fin encontraron un lugar que Gaby conoce y ellos no, mueren por saber de qué se trata.

- ¿Cómo es?, ¿Dónde está?
- ¿Es destino de verano?, ¿Qué hay de interesante?
- ¿Cómo es la comida?, ¿Algo divertido para ver?

Gabriela sonríe, nunca esperó tal nivel de curiosidad, así que les cuenta un poco del lugar: es un pequeño pueblo en el noreste de Estados Unidos, lo divertido del lugar es que los negocios de West Hill son mantenidos por personas excéntricas, geeks que son auténticos gurús de los lugares que atienden: un videoclub, un teatro, una librería y una tienda de música; la comida es excelente, te sirven cualquier platillo en el único restaurante del pueblo; si te gusta la moda, hay una tienda de ropa y recuerdos atendida por una chica hermosa con fama de angelical.

Para cuando Gabriela termina de describir West Hill, Marta y Roberto están deseosos por ir, hubieran partido esa misma noche de no ser por un pequeño detalle:

- No se puede entrar de noche.
- ¿En serio?, ¿qué pasa en la noche?
- No sé, sólo sé que es extremo, relacionado con fantasmas, zombies o demonios, qué se yo.
- ¿O sea que las noches son de survival horror? – preguntó Roberto
- Es muy probable… ya me conocen, no me gustan esas cosas.
- ¡Suena perfecto! ¿Cuáles son los horarios?
- Puedes entrar a cualquier hora, el acceso sólo se cierra de 8 a 8.

II.- El largo viaje a West Hill.

Al día siguiente, justo cuando el reloj daba las 10 de la mañana, Marta y Roberto entraban en West Hill, Gabriela no había mentido y el lugar era hermoso, estaba lleno de turistas que daban vueltas alrededor del kiosco en el centro del pueblo, donde un grupo tocaba música de todo tipo, a un lado de la plaza un poste indica la dirección de los negocios del pueblo.

Marta, que era víctima de la moda, escogió visitar la tienda de ropa y ese fue el primer lugar que visitaron; estaba llena de color y ropa de todos los estilos y tamaños, Estefanía, la dueña del negocio, es una mujer alta y voluptuosa, de cabello corto, rubio platinado y enormes ojos cafés, no había hombre o mujer que entrara en La Mode y no quedara prendado de la belleza de su propietaria, quien además es experta en asesorar a sus clientas, Estefanía hizo buenas migas con Marta y le ayudó a escoger un par de vestidos, los cuales le llegarían en un par de días por correo.

Roberto escogió visitar Videodrome, Quentin, el dueño, resultó ser una enciclopedia viviente del cine; La pareja tuvo una plática increíble con él, tras la cual se llevaron algunas películas que: “valían el doble de lo que pagas por ellas”, al final les recomendó ampliamente que fueran al teatro antes de irse, ya que el actor residente era legendario.

Después decidieron entrar a Needful Things, la tienda de música/librería atendida por Stephen y Ariadna, dos expertos en música y literatura que ofrecían una conversación sobre terror y sus ramas, terminada la conferencia, Marta y Roberto se llevaron un par de libros y vinilos que faltaban en su colección.

La hora de la comida la pasaron en West by Westworld, un excelente restaurante donde servían lo que uno quisiera, ningún platillo estaba fuera del alcance de Gordon, el dueño, que además presumió sus conocimientos sobre vinos y comidas exóticas en la mesa de Marta y Roberto, en honor a su primera visita a West Hill.

En el teatro se presentaba un monólogo basado en Ricardo III, el actor principal, Kevin, había recibido muy buenas críticas y alguno que otro premio por su interpretación, varias personas habían hecho el viaje a West Hill solamente para presenciar al legendario actor en el escenario. Una vez concluida la obra, Kevin respondió algunas preguntas de los asistentes, quienes quedaron encantados con el carisma y la dedicación del actor.

La Torre del Reloj, idéntica a la que adorna el paisaje de Londres, marcó las 7:55 de la noche, muchas personas empezaron a abandonar West Hill, la mayoría había escuchado del toque de queda a las 8 de la noche, y varios les habían contado sobre los rumores que corrían: la experiencia era extrema, y casi nadie daba detalles, se decía que era algo único, y que nadie hablaba de ello para no arruinar la sorpresa.

En realidad, pocos sabían la verdadera razón por la que no había reseñas sobre la experiencia extrema de West Hill.

III.- Sweet Hell, Alabama.

Las agujas del gran reloj de la torre se acercaban a las 8 de la noche, restaban 60 segundos de espera para aquellos curiosos que querían saber el secreto que escondía West Hill.

La Alerta de los Dos Minutos era marcada por la banda, los dueños de los negocios de West Hill, al escuchar la música, entraban a sus locales, aseguraban las puertas y apagaban las luces, la falta de iluminación le daba un aire sombrío al centro del pueblo, una vez concluida la melodía, la banda abandonaba West Hill un par de segundos antes del cierre.

Quiso la suerte que la melodía acordada para el cierre fuera Cries and Whispers, una de las favoritas de Marta, la pareja se acercó al kiosco, ambos seguían el ritmo de la melodía mientras otra pareja, formada por dos chicas rubias tan jóvenes como ellos, se abrazaban a su lado, la cadencia de los movimientos hizo que ambas parejas terminaran juntas, gozando los acordes finales de la música.

Y entonces, la música se acabó.

La banda estaba fuera de West Hill, la torre comenzó a dar las 8 campanadas que marcan la hora, unas 50 personas estaban en el centro del pueblo, esperando que la experiencia iniciara, sonaron un par de campanadas en silencio, Marta y Roberto miraban el vacío dentro del kiosco, un solo farol los iluminaba.

Las chicas a su lado seguían abrazadas, Marta volteó hacia ellas y les sonrió, las dos mujeres devolvieron la mirada y sonrieron.

Entonces, al compás de la sexta campanada, Marta escuchó un ruido tras ella, el sonido la asustó, pero lo que la aterró fue observar cómo las cabezas de las mujeres a su lado se abrían como melones, con un crujido que quedó grabado en su cerebro; las gotas de sangre y el contenido del cráneo de ambas se esparció como en una explosión, pedazos de materia gris, cabello y sangre salpicaron el piso y el techo, ambos cadáveres, abrazados, cayeron sobre los escalones del kiosco formando un charco de sangre espesa que empezó a bajar y formar un pequeño río a sus pies.

Marta pensó por un segundo que todo era parte de la experiencia extrema de West Hill, pero la tensión alrededor de su brazo aumentó, Roberto apretaba sin notarlo, tenía la vista fija en dirección a La Mode, donde una mujer vestida de negro y con una máscara que no dejaba ver el rostro, pero sí el cabello platinado, sostenía una escopeta de la que aún salía humo.

IV.- Epílogo.

En un bar en el centro de la Ciudad, Gabriela disfruta una bebida mientras el grupo residente interpreta House of The Rising Sun, su teléfono empieza a vibrar y ella observa el reloj, son las 8 en punto.

Ordena otra bebida y deja su celular en la mesa, siente las vibraciones de las alertas y observa como hacen bailar el aparato.

Gabriela sigue bebiendo y escuchando a la banda, no se atreve a tocar el teléfono porque no quiere saber detalles, sólo el resultado final, como siempre.

Después de un par de horas, su teléfono vibra por última vez, por fin lo levanta y ve el último mensaje sin desbloquear el dispositivo:

“PAQUETES ENTREGADOS, TRANSFERENCIA POR 50 MIL DÓLARES, CONFIRMAR”

Una rápida inspección en su cuenta le permite confirmar, borra el resto de los mensajes y recibe una última alerta:

“WEST HILL AGRADECE TU PARTICIPACIÓN, ESPERAMOS NUEVOS ENVÍOS”

Sin más, Gabriela termina su bebida y sale del bar.