miércoles, 3 de noviembre de 2021

Coleccionista de Almas


I. Un día normal
El amanecer ilumina la ciudad mientras el frío barre las calles, Diego Vargas abre la puerta de su casa para barrer las hojas que cubren la entrada, está por meterlas en una bolsa cuando nota algo en la casa de enfrente.

- ¡Aída!

La señora Vargas sale a la calle con expresión cansada, por el tono de voz de su esposo sabe que acaba de ver algo que no le gusta.

- ¿Qué quieres?, ¿apenas son las ocho y ya estás molestando a los vecinos?

El señor Vargas ni siquiera la mira, su esposa se da cuenta que está furioso, verlo tan enojado es inusual a esta hora de la mañana.

- ¿Ya viste la última ocurrencia de tu amiga?

Vargas levanta la mano y lanza un dedo acusador contra el jardín de Elisa Espinoza, una maestra de filosofía que vive en la única casa en toda la colonia que no tiene rejas exteriores ni protecciones, sólo una banca bajo un roble en el patio frontal para que cualquiera pueda tomar un descanso.

Sólo que hoy, la mañana del primero de noviembre, la banca está ocupada por un bulto formado por bolsas negras envueltas con cinta canela para darle la forma de un cuerpo humano, alrededor de la banca, formando un círculo, yacen varios muñecos de la colección personal de Elisa, todo el decorado simula un velorio.

- ¿Qué es eso? – pregunta la señora Vargas
- ¡Es intolerable! ¡no puedo creer que se atreviera a poner otra vez sus… adornos!

Años antes, el señor Vargas desató una guerra contra la profesora, los vecinos solían ignorar sus quejas, pero su decoración, con elementos como un cráneo humano, velas negras que rodeaban la casa y fotografías que le había conseguido un criminólogo le pusieron los pelos de punta a los vecinos y provocaron la prohibición de las decoraciones; en el colmo del enojo, el señor Vargas toma unas tijeras para podar que cuelgan tras la puerta y se acerca a la banca, cuando está por cortar las bolsas, su esposa murmura:

- Espera, Diego, no lo hagas.

Vargas la mira, se da cuenta que está asustada.

- ¿Por qué no? ¿no te parece que se está pasando de la raya?
- Sí, sólo que… sentí un escalofrío cuando te acercaste.
- Tranquila, Aída, no va a pasar nada.

Mientras habla, corta las bolsas sobre la banca, todavía está mirando a su esposa cuando la señora Vargas suelta un alarido de terror que despierta a todos en la cuadra. Frente a las manos de Diego Vargas, una mano blanca como una vela, de largos y finos dedos, descansa sobre el pasto, pertenece a un cadáver que descansa en la banca.

II. Magna Obra
Otro día perdido, otra oportunidad de algo grande que se va, sigue atrapado en un empleo mediocre, condenado a dar clases a alumnos que no se interesan en nada; el Ingeniero Rodríguez, valuador en la Oficina de Catastro de día y profesor de la Facultad de Ingeniería de noche, sólo sonríe cuando hace sentir a otros la misma frustración que siente con su propia vida, alguna vez soñó con diseñar grandes proyectos que resistieran la prueba del tiempo, pero esos sueños se habían acabado por algunas indiscreciones que nadie supo dimensionar y todos sacaron de proporción.

Su único consuelo de la semana fue reprobar a una de las pocas alumnas que cometieron la estupidez de inscribirse en su clase, siempre creyó que las ingenierías, particularmente la civil, son carreras sólo para hombres, y no temía hacer evidente a sus alumnos esa opinión. Uno de ellos le dijo, antes de salir del aula, que esta vez sí se había pasado de la raya, pobre escuincle, ¿acaso no sabe que, si le haces favores a la gente, ellas siempre se aprovechan?, aún es joven para saber cómo funciona el mundo, ¿y qué si abusó de su alumna?, ¿qué más da que él no cumplió su parte del trato?, ella jamás debió aceptar si estaba tan convencida de tener razón, y si aceptó, se lo merecía por ser tan ingenua como para no ver lo que se acercaba.

Mientras recordaba la mirada de odio de su alumna, el Ingeniero sacó las llaves de su auto, un lujoso New Yorker negro, producto de años de hacer mal el trabajo que le encomendaba el Departamento del Distrito Federal, pero de desempeño excelente cuando las personas a las que inspeccionaba tenían que pagar impuestos sobre sus propiedades. Las llaves resbalaron entre sus dedos, cuando se agachó a recogerlas, alguien, con largos y finos dedos, le tapó la nariz y la boca con un trapo, trató de gritar, pero no tardó en darse cuenta que la tela estaba bañada en cloroformo.

El Ingeniero Rodríguez no apareció el día que tenía que aplicar la primera vuelta del examen final de Mecánica de Suelos a sus alumnos, la dirección de la facultad, al notar que nadie había sabido del profesor en más de 3 semanas, decidió utilizar las últimas calificaciones parciales que había reportado, en las que todos sus alumnos habían acreditado la materia.

III. Un pasatiempo
El comandante Manuel Ibarra es recordado como el hazmerreír de la policía, por años investigó los nexos de una profesora con la desaparición de cientos de personas, entre profesores, estudiantes y empleados de la Universidad Nacional, la única conexión entre ellos era que todos habían desaparecido dentro de Ciudad Universitaria, sin embargo, ninguno era conocido de la profesora, ni estaban relacionados con ella; Ibarra no era como sus compañeros, los jefes sabían que era un investigador excepcional, había logrado poner punto final a casos complicados, por eso lo dejaban vigilar en forma constante a Elisa Espinoza, la profesora de filosofía que, según él, era responsable de cientos de crímenes.

Durante sus años patrullando las calles de la Ciudad, el comandante Ibarra había aprendido que hay cientos de formas de dañar al prójimo y miles de personas que pueden llevarlas a cabo, la forma en que funcionan es lo de menos, sólo es seguro que existen, y a pesar de sus peculiaridades, son actos que caen dentro de su responsabilidad, a él le toca llevar a los criminales ante la justicia, sin importar cómo cometen sus delitos; por eso llevaba años vigilando a Elisa, sus informantes le habían hablado de ella, empezó despachando escoria que el mismo Ibarra habría querido entregar a la justicia, por eso la dejó actuar sin interrupciones en aquellos años, sin embargo, el tiempo fue corrompiendo su misión, empezó en forma sutil, como siempre: eliminar testigos, curiosos; pronto, las causas que la llevaban a usar su talento se ampliaron hasta llegar a extremos ridículos, días antes del incidente, había despachado a alguien sólo porque cuestionó algunos conceptos de su clase, Ibarra supo que tenía que intervenir.

Sin embargo, antes de que tuviera tiempo de hacerlo, sus compañeros le pasaron la noticia: Elisa Espinoza había amanecido muerta en una banca frente a su casa, no había señales de lucha, ni causa probable de muerte, apareció embolsada, rodeada por cientos de muñecos muy detallados y que representan a personas de diferentes profesiones y rasgos físicos, la colección de juguetes podría estar relacionada con la muerte de la Profesora, o quizás sólo un detalle puesto por el asesino para distraer a la policía.

IV. El diablo está en los detalles
Ni el comandante, ni los cientos de detectives aficionados que devoraron los detalles del caso llegaron a pensar que la espectacular muerte de la profesora Espinoza se debió a algo tan simple, tan estúpido, como la falta de cuidado.

Marina Salas era hija de una de las mujeres que Elisa ayudó, la relación entre ambas empezó cuando su padre despareció un día cualquiera, después de salir de su oficina, cuando Marina tenía 14 años y el recuerdo de las noches en vela que había pasado en su infancia, escuchando cómo su madre trataba de defenderse de él, aún estaba fresca en su memoria. Se había convertido en asistente de la profesora cuando coincidió con ella en una cafetería de la Universidad, la joven, apasionada y con ganas de cambiar el mundo, se ofreció para ayudar a la profesora en su labor, Elisa le enseñó todo lo que sabía, algunas de las víctimas más recientes, incluso, habían sido encargadas a Marina.

Sin embargo, la tarea que la maestra le encargó aquél 31 de octubre era, por mucho, la más delicada de todas: hacer el ritual de renovación; aunque todos los años lo realizaba la misma profesora para evitar tropiezos, esta vez quería evitar la interferencia de Ibarra; el plan había salido de maravilla, Marina realizó todos los pasos necesarios en el orden correcto, fue al final del ritual que todo se torció.

La ceremonia concluía con la quema del fetiche desenterrado mientras el nuevo yacía en su lugar, para evitar fallar, la joven llevó alcohol; mientras recitaba el final del ritual, lo esparció sobre el fetiche desenterrado, en ese momento un cuervo graznó sobre su cabeza, el susto la hizo derramar el alcohol mientras clavaba su mirada en el ave, que echó a volar sin perder un segundo, cómo si su única intención fuera asustar a Marina; pasado el sobresalto, la joven encendió un cerillo y lo arrojó sobre el fetiche, la flama empezó a derretir la cera, pero también siguió un camino de alcohol marcado por la botella, antes de que Marina tuviera tiempo de reaccionar, la flama alcanzó las hojas secas alrededor de la nueva efigie de cera y la encendieron también.

En cuanto se dio cuenta trató de apagar el fuego, quiso agarrar la figura, pero las llamas le quemaron las manos, la tomó con un trapo cuando la cera empezaba a perder forma, con tan mala suerte que el alcohol en la tela se encendió y ambos fetiches, el nuevo y el viejo, ardieron sin que pudiera evitarlo.

Un grito aterrador, lleno de miedo y desesperación, alcanza a la joven asistente en lo profundo del Desierto de los Leones y le indica que un destino peor que la muerte había alcanzado por fin a la profesora.

Rabia (Remastered)

 I. Prólogo.

La vida no podría ser mejor para Rodrigo, entrar a su departamento y trata de encender la luz, no hay corriente, parado en la oscuridad, escucha la respiración pesada de un animal y percibe un aroma metálico, por un momento supone que Lidia rescató algún perro en la calle, enorme y mojado, a juzgar por la cantidad de agua que hay en el suelo.

La energía regresa las luces se encienden, la felicidad de Rodrigo se derrumba, el agua a sus pies es sangre, el bulto en el suelo es un cadáver y Lidia no rescató a un perro en la calle, está mordiendo una herida abierta en el cuello de la muerta.

II. El Castillo de Naipes

- ¡Buenos días, jóvenes!

El ánimo de Martínez contrasta con los rostros pálidos de los uniformados que custodian la escena, dos de ellos descubrieron un cadáver en una unidad habitacional al norte de la ciudad, el detective se abre paso hasta su compañera.

- ¿Qué tenemos, Estefanía?

Hasta ese momento Martínez nota la mirada perdida y la palidez en su rostro.

- El cuerpo está muy dañado.
- Tranquila, voy a verlo.

Martínez ya tenía tiempo en la corporación y había recibido una buena dosis de violencia y de cuerpos humanos que apenas lo parecían, el cuerpo de la mujer está detrás de un contenedor de basura; debieron llevarlo desde la unidad o tirarlo entrada la madrugada, los forenses observan la escena con la misma mirada que Estefanía.

La mujer perdió el rostro, tiene marcas de mordidas en el vientre, donde le arrancaron trozos de piel con las uñas; los ojos están aplastados y tiene rasguños profundos en todo el cuerpo; los policías recuerdan esa ocasión como la única vez que vieron a Martínez vomitar ante un cadáver.

Al mismo tiempo Rodrigo estaba instalando armellas y poleas en el departamento tan rápido como podía, pasó una correa por ellas y la unió a un collar de cuero en cuello de Lidia con pánico de ser mordido; mientras guardaba las herramientas al pie de la cama algo brincó hacia él.

Lidia había despertado, estaba transformada en un animal que gruñía y olfateaba, bañada en sangre; él tomó un martillo para defenderse, de pronto, la mirada de Lidia cambió, dejó de gruñir y abrió la boca.

El martillo cayó al suelo, Lidia lamía el rostro de Rodrigo con cariño.

III. Medianoche en el Jardín.

Hace unos años yo era un joven medio pendejo, recién graduado, sin suerte con las mujeres, y no me sobraban amigos.

Esto pasó hace años, al final de semestre se armó una de esas fiestas donde se desata la locura, las amistades y las narices se rompen, los amores se declaran y los hijos que arruinarán la vida de sus futuros padres se conciben.

Alguien había invitado a una chica que para efectos de esta historia llamaré Linda; acababa de dejar a su novio y salió muy herida de aquella relación, llegó a la fiesta con una amiga que tenía más ganas de bailar que de cuidarla, así que a tu pobre pendejo le tocó ese trabajo.

Ella era extrovertida, encantadora y se comportaba como la hermosa diva que era; yo, pues nomás era yo, la noche se nos fue en platicar sobre cine, música, libros y todo lo que se nos ocurría, es extraño que dos personas tan distintas coincidan en tantas cosas, decidimos dar por terminada la fiesta y nos fuimos a un lugar más tranquilo.

Fue el fin de semana perfecto, la medianoche del sábado nos encontró desnudos en el jardín, el domingo nos despedimos y quedamos en marcarnos para vernos en la semana. Esta es la parte ojete de la anécdota: esa semana fue el tiempo que tardé en darme cuenta que no volvería a verla.

IV. Interludio.

Fue casualidad que Rodrigo tuviera una reunión de trabajo al norte de la ciudad, fue casualidad que entrara a un Oxxo a comprar un refresco, y fue casualidad que la cajera se fijara en él cuando le devolvió el cambio.

En cuanto cruzaron miradas todo fue automático, ella dejó el trabajo y se fue con él, durante unos meses trataron de revivir el fin de semana que habían tenido, Rodrigo supo la razón por la que no pudieron la noche que tuvo que disponer de un cadáver.

V. La Servidumbre Humana.
Después de levantar el cuerpo, los detectives interrogaron a los vecinos, quienes no vieron nada, Martínez ordenó una carga contra el condominio en represalia, encontraron drogas, objetos robados y dos personas secuestradas, pero ni rastro del lugar del homicidio. De vuelta en la Secretaría y después de horas de búsqueda, los detectives están ante las fotos de quince crímenes iguales.

- En todos es lo mismo, asesinatos a mano limpia en ataques salvajes; pero no sólo eso tienen en común.
- ¿Qué más los une?

Los días en la vida de Víctor Vega siempre son fáciles, desde pequeño supo que estaba destinado a heredar la fortuna de su padre, gracias a esto pudo experimentar todo tipo de excesos en su adolescencia, pronto se desencantó del alcohol y las drogas, intentó los deportes extremos, pero la adrenalina perdió su atractivo y antes de cumplir los 25 se quedó sin emociones nuevas; entonces uno de sus amigos lo dirigió hacia una nueva obsesión: el sexo.

En pocos años Víctor había acumulado experiencias que a la mayoría de las personas les tomaría décadas lograr, pero esta vez era diferente, esta adicción le brindaba las emociones sin los efectos secundarios; al final, terminó encontrando en el sadismo algo que no sabía que le había hecho falta toda la vida.

Un pasatiempo así necesita un buen equipo: los que construyen habitaciones secretas; gente que recluta mujeres; abogados que se encargan de las amenazas y personas cuyo trabajo es eliminar cabos sueltos; ellos eran las quince víctimas de Lidia, sólo faltaban Víctor y su mejor amigo, Jorge Olivares.

Apenas se enteró de la muerte de su asistente, Víctor le pidió a Olivares que indagara qué sabía la policía sobre los asesinatos, quería tener el privilegio de conocer al responsable antes que las autoridades; Olivares cumplió la orden citándose con el detective Martínez y su compañera, resultó que ellos obtuvieron más información del abogado de la que él consiguió, por fortuna aún no deducían el nexo que unía los homicidios más allá de la empresa en que trabajaban.

Al salir de la reunión, Olivares llamó a Víctor para contarle lo que sabía, al terminar la llamada, detuvo su auto en un semáforo mientras una persona bajó de una motocicleta, le apuntó con un revólver y vació la carga.

VI. Segundo Interludio.
Los detectives le dan vueltas al caso, de pronto Estefanía rompe el silencio:

- Algo no cuadra, los demás fueron ataques violentos, y de pronto está tratando de ocultarse.
- ¿Un cómplice, quizá?

Suena el teléfono, Martínez contesta mientras Estefanía reflexiona, la teoría del cómplice cuadra, ¿pero por qué hasta ahora?, ¿dónde estaba antes?

- Tenemos algo, un informante dice que las víctimas hacían
trabajos especiales para Víctor Vega.
- ¿Qué tipo de trabajos?
- Dicen que le gusta el sadismo, algunas de sus parejas anteriores no han salido bien libradas, a Víctor no le importa gran cosa si están de acuerdo o no con sus prácticas.
- Así que tortura mujeres auxiliado por la fortuna de su familia.
- Mi contacto me envió los nombres de sus víctimas, una de ellas podría ser responsable por esto.

VII. Un pecado capital.
Rodrigo llega a casa y suspira aliviado al darse cuenta que todo está como lo dejó, camina hasta la recámara sin encender la luz, antes de llegar a la cama una voz grave y sensual lo recibe:

- Hola querido.

Deja caer las llaves de la motocicleta, asustado; aunque no puede verla, Rodrigo sabe que Lidia se dirige hacia él, imagina la mirada felina y las caderas danzando en la oscuridad, sus ojos se acostumbran y puede ver la silueta de la mujer de sus pesadillas observando las llaves.

- Todo salió perfecto, ¿verdad?
- ¿Qué quieres decir?
- Si hubieras fallado no estarías aquí.
- No sé de qué hablas.
- Vamos, ¿crees que no me doy cuenta?, fue buena idea llevarte el cuerpo ayer, ¿cómo lo hiciste sin que te vieran?

Rodrigo quiere correr, escapar de toda esta locura, pero Lidia lo besa y él cede.

- Nadie se fija en mí, por eso tampoco se dieron cuenta.

Lidia lo abraza, acaricia su cabello, lo besa de nuevo, es la única que lo ha tratado así.

- Yo sí te noté, querido,
siempre voy a notarte.

Lidia lo atrae a la cama y Rodrigo se deja llevar, no quiere evitar que la chica de sus sueños le quite la ropa y lo arroje a la cama, la correa que fue pensada para contener una rabia animal queda colgando en la pared, inútil.

A la mañana siguiente despierta creyendo que todo regresó a la normalidad, se levanta y entra a la regadera, está a la mitad del baño cuando la escucha entrar.

- ¡Buenos días mi amor! ¿cómo estás?
- ¿Cómo quieres que esté si todavía no acabamos?
- ¿Qué?
- Muévete, tenemos mucho que hacer.

Horas después, los detectives entran al departamento de Rodrigo, llegaron a él a través de Lidia, no encuentran señales de los amantes, pero encuentran las llaves de la motocicleta y un revólver del mismo calibre que las balas que mataron a Olivares, también encuentran un folleto sobre la conferencia en la que Víctor Vega dará su discurso.

Mientras los detectives esperan un helicóptero, Lidia y Rodrigo están escondidos en el auditorio de la universidad, él trató de advertirle a un guardia de seguridad y el tipo terminó estrangulado, Lidia no se dio cuenta de su intención, sigue creyendo que está de acuerdo con el plan.

- Tenemos que encontrar la manera de acercarnos.
- No creo que sea fácil.
- Podrías hacerte pasar por seguridad y matarlo.
- ¡Ni loco!

La rabia en los ojos de Lidia asusta a Rodrigo:

- Puedo distraerlo para que tú le dispares, ¿no es lo que deseas?
- A veces tienes buenas ideas, querido.

Con una sonrisa, Lidia fue a mezclarse entre los invitados, Rodrigo se quedó en primera fila y se dio cuenta que nadie se fijaba en él, entonces decidió dar otra advertencia.

El helicóptero aterrizó al otro lado del campus de la universidad, Estefanía recibió un mensaje por radio y lo pasó a su compañero:

- Era la Central, una llamada anónima advirtió que Lidia va a matar a Víctor, también dijo que no puede controlarla y no se hace responsable de lo que vaya a pasar.

Víctor entra al auditorio y baja las escaleras hacia al escenario mientras saluda a los invitados, viene custodiado por el Chacal, un guardaespaldas que contrató su padre, sus hombres tienen vigilado el lugar, optaron por no comunicarse con la seguridad de la universidad para evitar confusiones.

Junto a ellos, una mujer que se hizo pasar por la encargada de relaciones públicas de la escuela, y a la cual Víctor no reconoció, lleva del brazo al empresario con una sonrisa, mientras quita el seguro del arma que lleva en el bolsillo.

Cuando los detectives llegan al auditorio Víctor está por llegar a la primera fila, Rodrigo se acerca a él y tropieza, el Chacal lo empuja y lo manda al suelo, Lidia saca su revólver.

El público entra en pánico, corren hacia las salidas, los detectives tienen que abrirse paso como pueden hasta donde está el grupo; Víctor ni siquiera supo que pasaba, sólo sintió que alguien lo abrazaba y ahora tenía el cañón de un revólver en el pecho.

El Chacal se recupera y le apunta a Lidia con su arma, los detectives se detienen frente al grupo, Estefanía le apunta al Chacal y Martínez a Lidia, la detective grita:

- ¡Quietos!

Lidia ni siquiera la mira, está concentrada en los ojos de Víctor.

- ¿Me recuerdas, corazón?
- Mi querida Lidia, claro que te recuerdo ¿cómo podría olvidar esos ojos suplicantes?
- No deberías hablarme así, querido, tengo un arma apuntándote.
- ¿Tratas de asustarme? ¿tú? ¿la que le tiene miedo a la soledad?
- ¿De qué hablas? – preguntó Rodrigo mientras se levantaba – ¡ella te abandonó!
-  Supongo que esa es la historia que le cuenta a todos.
- ¿Qué?
- Ella no me dejó, imbécil, yo la abandoné porque no soportaba sus ruegos, la usé en todas las formas que pude pensar y ella todavía esperaba que la hiciera mi esposa cuando terminé.

Martínez interviene:

- Deja de provocarla, no sabes de lo que es capaz.
- No es capaz de nada, sólo es una niña aburrida que se puso a experimentar donde no debía.

La razón detrás de la brutal venganza de Lidia se hizo evidente, gruesas lágrimas recorren sus mejillas, pero sus ojos siguen fijos en Víctor, concentra su odio sobre él, con el dedo acaricia el gatillo del arma, la tensión aumenta.

Clic

El silencio se rompe por el sonido del percutor del arma que Rodrigo le quitó al guardia, todos miran al joven, que le apunta a Lidia.

- ¿Qué crees que estás haciendo, corazón?
- ¿Es verdad?
- Querido, no puedes creerle a este idiota, te conté todo sobre él, lo que hizo conmigo.
- Y ahora pregunto: ¿es verdad?
- Tú sabes que es un mentiroso, guapo, no puedes creerle.

Por toda respuesta, Rodrigo dispara, la bala pasa a centímetros de Lidia y se incrusta en la pared del auditorio, ni el Chacal ni los detectives alcanzan a reaccionar, Víctor sonríe.

- La siguiente tiene tu nombre, mi amor, si no contestas.

Lidia mira a Rodrigo como si no entendiera, pero Víctor sabe que está calculando el riesgo, ¿tendrá tiempo de hacer dos blancos antes de que alguien más le dispare?

- ¿Quieres saber si me abandonó? ¿en serio quieres saber si te utilicé?
- ¿No fui claro, amor?
- Tan claro como el agua, corazón, la pregunta es: ¿estás listo para escuchar la verdad?

Los ojos de Rodrigo brillan, las lágrimas que inundan sus ojos reflejan las luces del auditorio, la oportunidad se acerca, Víctor adelanta un pie lo suficiente para poder saltar hacia atrás.

- ¿Me utilizaste?
- Querido, no te hagas la víctima, siempre supiste que lo nuestro era sólo una llamarada, cosa de un momento, el único que quiso ver más que eso fuiste tú.

Víctor empieza a reír.

- ¿De qué te ríes?
- La ironía, podría decirte lo mismo, querida Lidia.

Ella lo mira sin comprender, entiende a qué se refiere cuando un movimiento capta su atención, Rodrigo está afinando su puntería.

- Al final creo que sí eres capaz de todo, querida.

Víctor se tira al suelo, Lidia lo suelta mientras dirige el revólver hacia Rodrigo, ambos disparan, el Chacal cubre a Víctor mientras Estefanía y Martínez quedan paralizados, la pareja vacía los cargadores de sus armas sobre el otro, y caen al suelo; lo último que pasó por la mente de Rodrigo, antes de exhalar su último aliento, fue que la vida nunca había sido mejor.