lunes, 31 de diciembre de 2018

El Aquelarre

1 de noviembre, al atardecer.

Un auto negro se estaciona afuera de un pequeño café en una colonia de moda de la Ciudad de México, un hombre baja del coche y entra al negocio.

- ¿Está aquí?
-  Si, en la terraza.

No requería esfuerzo saber por quién preguntaba, el lugar había abierto apenas y sólo había un cliente, un joven de unos 30 años que tomaba café helado mientras dejaba que el sol de otoño calentara los moretones que tenía en el rostro y que trataba de ocultar con unos anteojos oscuros, entró cojeando al café y hablaba con dificultad, era evidente que había sufrido una golpiza reciente.

El hombre sube a la terraza y observa a quien está buscando, ahí lo tiene, el joven en persona, descansando las heridas de batalla a la luz del atardecer.

Nadie lo habría creído si lo hubiera contado, pero aquél joven que descansaba en el sillón había logrado algo que nadie creía posible, había conseguido acabar con algo que les había tomado siglos enfrentar y que siempre los había derrotado.

Aquél joven, tan insignificante en el gran esquema del universo, había destruido al Consejo.

Parque Deportivo del Seguro Social, 1 de noviembre de 1985.

La Ciudad es un abanico de ruidos, tan variados y dispares que los oídos de sus habitantes ni siquiera lo notan; las bocinas, los motores, los gritos, las escuelas y las oficinas generan tanto ruido que los que entran a la urbe por cualquiera de sus accesos sólo pueden percibirlo como un rugido que satura los nervios, al cual no queda más que acostumbrarse, porque no puedes esperar que 8 millones y medio de personas guarden silencio para calmar tus nervios.

Excepto que esta noche si están guardando silencio.

Hace poco más de un mes el mundo como los habitantes de la Ciudad lo conocían se vino abajo, un terremoto borró de un plumazo lo que había tomado décadas levantar, las calles se saturaron, los servicios fallaron, el transporte quedó suspendido y miles de familias quedaron incompletas.

Los habitantes de la metrópoli guardan silencio mientras se recuperan y reúnen fuerzas para empezar de nuevo.

Sólo que para Angélica no existe ese nuevo comienzo.

La lucha que comenzaron ese año se había perdido, creyeron tener una posibilidad de pelear, pero la verdad es que su gran oportunidad terminó antes de comenzar, el terremoto les había quitado esa opción.

Raúl estaba cerca del Hotel Regis cuando colapsó, una de las vigas le cayó encima.

Renata vivía en la colonia Roma, estaba profundamente dormida cuando todo colapsó.

Carolina estaba en el Centro Médico, había terminado allí por tratar de conseguir la Llave.

Los encontró una semana después del terremoto, entre los cuerpos sin identificar dentro del Estadio del Seguro Social, los planes que tenían para el 31 se hicieron humo cuando los encargados le mostraron los cuerpos de sus amigos, la casualidad los había alineado uno junto al otro.

A estas alturas ella ya no creía en las casualidades, todo pasaba por una razón y todo tenía un motivo, la forma en que los encontró era la forma del Consejo de burlarse de los intentos del grupo por derrotarlas.

Angélica ya no quería seguir pensando en eso. Ya no quería pensar en nada. El silencio de la noche la confortaba, pero también la dejaba a merced de esa maldita sensación de derrota.

Ahora todo estaba por terminar.

Llegó a la esquina, al punto más bajo de la barda que rodea el estadio donde aparecieron sus compañeros de aventura luego del terremoto, era el lugar perfecto para el final.

Dejó su mente en blanco, y sin pensar en nada apuntó el revólver hacia su cabeza y disparó.

31 de octubre, al atardecer.

Los rayos del sol acarician la Torre de Humanidades en Ciudad Universitaria, la Maestra Vania Basurto termina de sermonear al último de los estudiantes que cometió el error de pedirle que revisara su tesis, su secretaria espera a que la especialista en química le autorice salir, lo cual hace al ver el reloj, son las 7 de la noche.

En cuanto se queda sola empieza a prepararse para el Ritual, tiene todo lo que necesita para llevarlo a cabo en la caja fuerte de su oficina, sabe que Mariana, Lola y Aidé estarán listas.

El Ritual, el cual llevan a cabo todos los años la noche del 31 de octubre, sirve para refrendar su poder, agradecer los bienes recibidos, ajustar cuentas con sus enemigos y dejar en claro a los que las sirven quién manda, es un ritual de ajuste y corrección, por así decirlo.

Sin embargo, pocos saben que en ese preciso momento las cuatro se encuentran en su punto más vulnerable, cualquiera que deseara deshacerse de ellas podría hacerlo si las alcanza a todas al mismo tiempo durante el Ritual.

Por eso jamás lo realizaban en el mismo lugar.

Vania no podía recordar cuándo fue la primera vez que lo hicieron, ni el momento en que el Grupo trató de detenerlas por primera vez, ya no podía ni siquiera recordar qué eran todos ellos cuando empezó la estúpida guerra, pero sabía muy bien una cosa: las cuatro tenían que completar el Ritual cada año o estarían en graves problemas.

El reloj marcó las 11 de la noche, tenían que empezar quince minutos antes de las 12 y concluir diez minutos después, tenía el tiempo justo de preparar todo.

Trazó los Símbolos en el suelo, sacó el Objeto de su escondite dentro del escritorio y se preparó para empezar.

Plaza de las Tres Culturas, 02 de octubre de 1968.

Los disparos habían cesado hacía horas, pero los gritos de los soldados y policías seguían, estaba escondida dentro de un departamento vacío, cada ruido y cada luz que pasaba frente a la ventana la aterraba, pero no podía hacer nada.

Raúl había tratado de convencerla, le había dicho que había que concentrarse en el Consejo, pero Renata nunca pudo resistirse a una buena revuelta, después de mucho esfuerzo convenció a Angélica y a Carolina de acompañarla al mitin para que vieran en persona cómo era el Movimiento.

Así fue como terminaron en la terraza del Edificio Chihuahua, en la Unidad Habitacional Tlatelolco, el día 02 de octubre de 1968.

Justo cuando el helicóptero estaba arrojando las bengalas, Angélica vio a Raúl en la Plaza, enfrente del Chihuahua, cuando los soldados de guante blanco comenzaron a disparar, Raúl fue uno de los primeros en recibir un disparo.

Carolina gritó, y trató de desarmar al soldado, otro tipo que también tenía un guante blanco le disparó a Carolina y de inmediato cayó al piso con una bala en la cabeza, el que había matado a Raúl trató de dispararles, pero un balazo se estrelló en el balcón a su lado, las esquirlas y los trozos de cemento le lastimaron los ojos, cayó al suelo sangrando y gritando.

Angélica y Renata aprovecharon la oportunidad y salieron corriendo.

La Unidad era como un laberinto, se perdieron al instante y se escondían de cada luz, cada ruido y cada relámpago, el miedo las invadió en segundos, todo lo que querían era salir de ahí.

Al dar la vuelta en una esquina Renata vio un departamento con las ventanas tapiadas, trató de tomar el brazo de Angélica pero se dio cuenta que ya no estaba a su lado, corrió hacia la otra esquina del edificio sólo para escuchar un grito, un disparo y ver los anteojos de su amiga caer en un charco.

Sintió pánico, quiso gritar pero no pudo, huyó despavorida hacia el departamento.

Mientras repasaba lo sucedido, se dio cuenta que el Consejo los había derrotado otra vez.

En ese momento un soldado pateó la puerta, Renata estaba enfrente, encaró al hombre de verde que acaba de entrar, y le sostuvo la mirada mientras una luz la deslumbraba y el cañón de un rifle apuntaba a su cabeza.

Otro disparo retumbó en la noche de Tlatelolco.

31 de octubre, al atardecer.

El sol de octubre calienta los vidrios de la mansión, Mariana Valenzuela deja que el personal del servicio salga temprano, pone de pretexto su deseo de dejarlos disfrutar de la caminata de Halloween con sus hijos, pero la verdad es que necesita estar sola.

La mimada actriz, consentida de los medios, los reporteros y las televisoras del país gracias a su increíble apariencia juvenil (a pesar de su edad), prepara todo lo que va a necesitar para el Ritual, la casa está cerrada a cal y canto, las bandejas con dulces para entretener a los mocosos que sus vecinos dejan libres esa noche están listas y fuera de su casa, hace un par de años dos adolescentes entraron mientras realizaban el Ritual y hubo necesidad de desembolsar una buena cantidad para que se callaran, no volvería a cometer ese error.

Cuando está segura que tiene lo que necesita, se concentra en su rutina nocturna, mañana tiene una audición para un papel importante en una película, y los bálsamos que las cuatro fabrican han hecho maravillas por su apariencia, alejando el desgaste que los años y sus excesos deberían reflejar.

Al igual que Vania, ella tampoco recuerda cuándo empezó todo, ha tenido tantos triunfos que ya perdió la cuenta, ha hecho tantas cosas y ha estado en tantos lugares que ya ninguno la asombra, tiene vagos recuerdos de haber estado en sitios y en tiempos en los que no debería haber estado, sabe, sin embargo, que esos recuerdos son ciertos, tanto como sabe que su estatus y su carrera dependen de lo que va a realizar esa noche.

El reloj marca las 11:40 de la noche, los Símbolos están trazados en la estancia, los Materiales salieron de su escondite sobre la chimenea y se encuentran al centro, Vania debe tener listo el Objeto, y todo está listo para empezar.

Zócalo de la Ciudad de México, 13 de febrero de 1913.

Las tropas tenían ocupada la Ciudadela y la zona aledaña al Zócalo, Raúl no sabía donde habían quedado Renata, Carolina y Angélica, antes de que llegaran las tropas de Mondragón logró entrar al Palacio, sacó la Llave de su escondite dentro de su despacho y tomó algo de dinero, su plan era abandonar la Ciudad con las muchachas y viajar al norte, a las zonas controladas por los leales al General Villa.

Su plan se fue al traste cuando Bernardo Reyes y Lauro Villar se trabaron en una balacera afuera del Palacio, Reyes murió acribillado y Villar acabó herido, los rebeldes cercaron el Centro y los militares no lo dejaron salir.

Pasó los días siguientes sin tener noticias de las demás, sin embargo, el día anterior uno de los mensajeros que se jugaba la vida transmitiendo el parte de los enfrentamientos en la Ciudad le habló de la masacre de civiles en la Ciudadela, todo parecía indicar que los rebeldes habían ocupado la casa de uno de sus amigos, a donde había enviado a las demás para tratar de huir hacia Buenavista, según le contó el cadete, las tropas de Félix Díaz habían asesinado a todos los ocupantes de la casa.

El plan había fracasado de nuevo.

Después de oír la noticia, y sin posibilidades de escapar de Palacio Nacional, Raúl vagó por su interior, hasta tomar un descanso frente a la Puerta Mariana en el momento justo que una bala de cañón la voló en pedazos.

Cinco días más tarde, cuando los rebeldes arrestaron a Madero y a Pino Suárez, un soldado de nombre Arturo Márquez recorrió todo el Palacio buscando algo, según sus compañeros parecía poseído, no dejó de buscar ni cuando sus superiores les informaron de la renuncia de Madero y del inminente ascenso al poder de Victoriano Huerta, momento en que la tropa se puso a celebrar, dos compañeros de su batallón lo vieron escombrando los restos de la Puerta Mariana, como si tratara de sacar algo debajo de aquél desmadre.

A la mañana siguiente, luego del circo que montó Huerta para justificar su ascenso al poder, la guardia que cuidaba el Palacio Nacional encontró un cadáver adicional en la esquina sur del Palacio, era el soldado Márquez.

El médico de la tropa lo examinó, y no encontró mejor opción que declarar que había muerto por un infarto, para evitar complicaciones, no hizo mención en su informe ni en el parte que dio a la comandancia de la expresión de pánico y terror que Márquez tenía en el rostro al momento de su muerte.

31 de octubre, al atardecer.

Para un observador obsesivo, el sol que se ponía sobre la Fuente de Petróleos parecía ir al ritmo del par de tacones altos que hacían sonar la acera que rodea Reforma con un ritmo peculiar, destinado a atraer la atención de los hombres que se cruzaran en su camino, eso normalmente la hace sentir especial, deseada, atractiva, pero hoy no está para juegos, tiene que llegar a tiempo a casa para poder completar el Ritual.

Una hora después, luego de atravesar la peligrosa avenida que divide la manzana en la que se encuentra su casa y la zona de la entrada a la estación del metro, Lola Cázares se cambia de ropa, deja de lado el maquillaje espectacular, el vestido entallado, las medias de nylon que acentúan sus hermosas piernas, la ropa interior que resalta su voluptuoso cuerpo, regresa a su forma más sencilla, pero igual de espectacular para sus admiradores.

Encerrada en su recámara, repasa de nuevo todo el Ritual: tiene todo lo que necesita, ya pintó los Símbolos y tiene la Llave, estuvo preocupada durante un par de semanas luego de que un par de imbéciles la asaltaron, desde la vez en que perdió la Llave, hacía tantos años, Aidé y las demás habían decidido que la llevara consigo en todo momento, esa era una de las razones por las que necesitaba tener seguidores que la cuidaran y la defendieran en caso necesario.

El reloj marcó las 11:40 de la noche, colocó la Llave en el centro de su habitación, el Objeto y los Materiales debían estar listos; se preparó para comenzar.

No sabía que le quedaba menos de media hora de vida.

Plaza de Santo Domingo, Ciudad de México, 11 de abril de 1649.

La macabra calesa verde de los frailes dominicos, que siembra el terror y el miedo en las buenas conciencias de la Ciudad, está al lado de la entrada del Tribunal del Santo Oficio, hoy la calesa va a descansar de su terrorífica misión, porque el miedo a Dios va a entrar en las almas de los habitantes de la capital de la Nueva España de una forma diferente.

Apenas amanece, la procesión sale de los calabozos llevando a los 13 detenidos que serían relajados y entregados a la misericordia del Señor esa tarde, entre ellos, 3 mujeres y un hombre que llevaban meses esperando su sentencia en las mazmorras, las crónicas oficiales no los toman en cuenta porque fueron cambiadas por influencia de algunos funcionarios del gobierno colonial, la Historia los recogió bajo los mismos cargos que al resto, pero esos 4 fueron capturados por practicar brujería.

Los alguaciles del Santo Oficio los habían detenido cerca de las ruinas prehispánicas en Tlatelolco, habían colectado 4 objetos que según ellos tenían propiedades mágicas y que pretendían destruir para terminar con un Consejo de brujas que celebraba aquelarres en la capital, esto habría bastado para desatar una cacería por toda la Ciudad, pero cuando les arrancaron los nombres de las brujas que formaban el supuesto Consejo, su destino quedó sellado.

Mientras el sol se oculta en la milenaria Ciudad de México, las llamas y las cenizas al rojo vivo iluminan la Plaza del Volador con un tono apagado, los cuerpos calcinados todavía humean y cubren todo el Centro con un olor nauseabundo, en una de las tantas mansiones de la zona, las esposas de 4 importantes funcionarios de la Colonia se reúnen para repartirse el Objeto, los Materiales, la Llave y el Ídolo, y acuerdan celebrar una nueva ceremonia de compromiso el 31 de octubre, tradición que mantendrían durante muchos siglos.


Rodeada por algunos de sus más fieles sirvientes, Aidé Solá se prepara para iniciar el Ritual, trazó los Símbolos igual que sus compañeras y tiene todo lo que hace falta para empezar, las palabras están listas, el Objeto, los Materiales y la Llave están en sus sitios, el Ídolo salió de la caja de seguridad del banco en el que reposa todo el año, esperando esta fecha para salir a cumplir su función.

La intervención de Aidé es la más corta de todas, siendo la jefa del Consejo, su único encargo es pronunciar las palabras finales, así que puede darse el lujo de ser más reflexiva que el resto de sus colegas.

Todos los años dedica los primeros quince minutos del Ritual a resumir en su mente todos los sucedidos del año, todos los bienes y favores recibidos y todos los favores y bienes que se entregaron; quienes están aún en deuda con el Consejo, los que la saldaron, los que apenas empezaron a pagarla; quienes entraron en la lista de enemigos y quienes en la de fieles servidores; los que sirven al Consejo por temor y los que lo sirven por convicción.

Con todo eso en mente, pronuncia las palabras que le tocan y el Ritual termina, el destino de todos los que están en el lado incorrecto de la lista queda sellado, y el de todos los que están del lado correcto de la lista queda atado irreversiblemente al de las cuatro grandes brujas de la Ciudad.

Ella, a diferencia de sus colegas, sí puede recordar cómo empezó todo, recuerda muy bien quién era y la posición que ocupaba cuando el Grupo trató de detenerlas la primera vez; ella puede recordar cómo se las arreglaron para detenerlos y destruirlos una y otra vez, en su mente giran todas las iteraciones por las que han pasado las cuatro brujas y las cuatro almas miserables que año con año tratan de detenerlas y fallan miserablemente.

Sólo que este año es diferente.

Mientras está encerrada en sus reflexiones, desconectada del mundo que la rodea, Aidé no se percata del ruido y del alboroto a su alrededor, reservó este pequeño fragmento del bosque desde hace meses como cada año, para que la naturaleza y la reserva natural del bosque la protejan y la ayuden a concluir lo que debe hacerse, sin embargo, esta vez esos mismos elementos la aíslan e impiden que se de cuenta de que algo salió mal hasta que es demasiado tarde.

Su periodo de reflexión termina, Aidé se levanta y toma el centro del círculo que forman los Símbolos, se coloca frente al Ídolo y alza los brazos hacia la luna llena y el aire helado de la medianoche de octubre:

- ¡Lara, Lara, la Diabla nunca santa, tráelos a todos al vuelo! ¡Nayla, Nayla, llévate lejos a todos los del entorno!

Justo al terminar la introducción de su invocación, Aidé vio una sombra agitarse frente al fuego que había surgido, como todos los años, alrededor de los Símbolos, esa presencia la distrajo, e hizo que olvidara la siguiente parte de la oración.

Fue en ese instante, el más vulnerable de su vida, mientras se esforzaba por recordar lo que había sido olvidado, que pudo ver a quién pertenecía la sombra: era Gonzalo, el novio de una de las chicas a las que el Consejo había tenido que retirar de la existencia.

Jamás había sentido un miedo tan grande como aquél, observó impávida mientras Gonzalo cruzaba el círculo de fuego como si no existiera, y no pudo hacer nada para evitar que llegara hasta ella y clavara un objeto en su costado.

- ¡Esto va por ella, maldita!

Aidé se dio cuenta que Gonzalo acababa de apuñalarla utilizando la Llave, en ese momento entendió porqué uno de los asaltantes que atacó a Lola un mes antes pasó sus manos por todo el cuerpo de la mujer, trataba de distraerla mientras el otro hacía la sustitución, si la Llave real estaba encajada entre sus costillas y acababa de perforar su pulmón, el Ritual había fallado desde el principio, y todo lo que estaba pasando sólo era consecuencia del error.

Mientras la sangre abandona su cuerpo por el camino abierto entre sus costillas, Aidé sabe que su larga existencia y toda su vida se vacían por la misma vía, su respiración empieza a detenerse, Gonzalo gira la Llave y abre aún más la herida.

- ¡También por mí!

Todo se concentra en un solo punto, la profunda herida que la Llave hizo en su costado, no puede respirar y su corazón late cada vez más lento, no pierde la consciencia sino hasta el instante final, en el que es plenamente consciente de lo que costó fallar, y de todas las vidas que ella y las demás habían alterado, consumido y destrozado para llegar hasta donde estaban, pudo ver como todo su imperio se reducía a cenizas.

También pudo sentir como una fuerza oscura destrozaba a sus compañeras.

viernes, 16 de noviembre de 2018

La Cabaña


I

La oscuridad envuelve la casa, un visitante podría pensar que el lugar está abandonado, habría tenido que bajar al sótano y levantar la losa que cubre la entrada a un búnker entre los cimientos con ventilación, agua y víveres suficientes para sobrevivir por meses, para hallar señales de vida.

Eso, si todavía quedara alguna persona para llegar hasta ahí.

Dentro del búnker, la luz y el color invaden todo, la música ayuda a cubrir los ruidos que a veces llegan desde el exterior, así que durante el tiempo en que están despiertos, un ligero soundtrack acompaña sus pláticas y caricias.

Cuando compraron la casa, bromearon sobre el tipo de persona que debió ser el propietario que consideró necesario construir el búnker, ¿un republicano asustadizo?, ¿un survivalista paranoico? o ¿un conspiracionista tipo “la verdad está ahí afuera”?

Durante años, el búnker y sus detalles fueron motivo de burlas, teorías y conversaciones con sus amigos, a pesar de lo extraño que parecía, uno de ellos sugirió conservarlo en buen estado, cuando ella le preguntó por qué, su amigo le dio una respuesta que congeló a todos por unos segundos:

- Bueno, sé que es anticuado y eso, pero ¿y si un día lo necesitas?

Cuando por fin llegó a casa el día del evento, su esposo le contó cómo había terminado ese amigo, su consejo les salvó la vida, pero él no logró salir con vida de su oficina.

Sólo valía pensar que ahora estaba en un mejor lugar.


Un rumor llega hasta la habitación, el sonido es parecido al de una rata frotándose contra los muros de la ventilación, ambos saben que los entes no van a entrar por allí, pero los ruidos que producían al pasar cerca de la instalación les provocaban escalofríos.

- ¿Amor?
- ¿Si, pequeña?
- ¿Estás dormido?
- No, ¿y tú?

Ella se acerca, lo abraza con fuerza y acerca su oído a su pecho de su esposo, los latidos de su corazón la tranquilizan.

- No… esas cosas no me dejan dormir.
- Tranquila, pequeña, trata de pensar en otra cosa.

Pasan los minutos, ella suspira y pregunta:

- ¿Qué crees que sean esas cosas Amor?
- No lo sé, Pequeña, pero la verdad, no quiero saberlo.

La respiración de la mujer se calma, su esposo sigue escuchando a los entes y murmura:

- Ni el Diablo quiere saber qué son esas cosas.


Con el paso del tiempo todo se desgasta, incluso una gota de agua, cayendo durante mil años, termina por perforar la roca.

La ciudad siempre estuvo mal atendida, dejarla abandonada de golpe sólo la deteriora más, hace un par de semanas cayeron los edificios inconclusos, un terremoto derribó otros, las tuberías se rompieron hace meses creando lagos artificiales donde la vegetación crece sin pausa, colándose por grietas y baches, rompiendo el concreto y fracturando el asfalto.

La naturaleza reconquista el terreno perdido.

Los entes usan los puntos débiles para entrar a lugares hasta entonces desconocidos.

Ahora, por ejemplo, inspeccionan el sótano de la casa.

La pareja ya no está tan feliz, viven día y noche sabiendo que los entes no tardarán en abrir la puerta, las piezas que sostienen la trampilla están por ceder, un par de empujones como los que los despertaron una semana antes y quedarán a merced de eso.

Los dos están aterrados, día y noche escuchan cómo los entes raspan el metal, metiendo sus asquerosos dedos entre el techo y la trampilla, preparando su entrada triunfal al refugio.

Un día, cuando los ruidos cesaron, él perdió la paciencia y gritó:

- ¡Carajo!
- ¿Qué te pasa?
- ¡Estoy harto, no puedo seguir así!
- ¿Qué quieres decir?
- ¡Estoy harto de esto! ¡Esas cosas ahí afuera y nosotros aterrados esperando que nos maten!

Era cierto, el estrés y la angustia por saber en qué momento iban a entrar y la certeza de que cuando lo lograran los matarían al instante eran demasiado.

El silencio llenó el búnker, de pronto, una idea la iluminó:

- Ya sé que podemos hacer, amor.


Al día siguiente ignoraron a los entes, se asearon y arreglaron para su cita, al anochecer arreglaron la mesa y tuvieron una cena romántica, el volumen de la música era mucho más alto, una barricada improvisada bloqueaba el camino hasta la habitación, lista para retener una fuerza imparable.

Después de cenar, mientras se abrazan, toman vino y conversan sobre las cosas maravillosas que sienten el uno por el otro, la trampilla cede por fin.

Ella empezó a temblar cuando oyeron a los entes rompiendo la barricada, entonces dijo:

- Supongo que es hora, amor.
- Creo que sí, mi vida.

Las garras de los entes, filosas y puntiagudas, perforan la entrada de la habitación, el miedo empezó a recorrer sus nervios, él no quería ver de nuevo a esas cosas, cualquier pesadilla era mejor que eso.

- ¿Amor?
- Dime, mi vida.
- ¿Son muy feos?

No quería contestarle, no sólo son horrendos, son indignos de ser vistos por cualquiera, no era por las llagas, los ojos vacíos y enrojecidos, la carne oscura y podrida… era todo lo que los hacía imposibles de mirar.

- Mejor cierra los ojos, pequeña.

El ruido aumenta, los entes empiezan a arrancar la puerta, Ella cierra los ojos con fuerza y abraza a su esposo, tiembla como una niña espantada.

- ¡No me sueltes, Amor!
- No te preocupes pequeña, no te voy a soltar.

Los entes empiezan a gruñir y a bufar como animales, Ella empieza a llorar.

Él levanta la mano derecha, la acerca a su frente sin que ella se percate.

- ¿Amor?
- Tranquila pequeña, tranquila; ya va a terminar.

Él estira el brazo y acerca su mano un poco más, no puede fallar.

- Te amo, pequeña.
- Yo también, mi…

No alcanza a terminar la frase, la puerta cede y los entes llenan el cuarto.

Lo encuentran sosteniendo un revólver que humea a centímetros de la cabeza de su esposa.

En medio del llanto, dice:

- Lo siento pequeña, no quería que tuvieras pesadillas en el cielo.

Sin más, el hombre cierra los ojos y espera su destino.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Nunca cambies


Viernes, 28 de agosto.

Otro día gris, la lluvia inunda la Ciudad de los Palacios desde la madrugada, el tráfico es apocalíptico, todo está empapado y las calles están convertidas en ríos, la gente se cuelga de los autobuses, de las cajas de los tractocamiones, de los trolebuses y de donde se pueda con tal de llegar a casa y ponerse a cubierto lo más pronto posible.

En medio del caos, Miguel Ríos, un joven contador de 28 años, viene caminando sobre la acera al lado de uno de los grandes ríos de la Ciudad, está empapado hasta los huesos, no siente los dedos de los pies, sus manos están heladas y se aferran al paraguas que lo protege de la lluvia, pequeñas cascadas corren desde el armazón de sus anteojos hasta sus hombros, de sus hombros hacia sus codos, de sus codos a sus piernas y de sus rodillas al piso, su ropa no puede absorber más agua.

A dos cuadras de su casa, una avenida con camellón está convertida en un río salvaje, Miguel mira la corriente mientras piensa que falta poco para llegar, si logro cruzar este río, sin importar lo que pase, podré llegar a casa, tengo que seguir y avanzar.

Haciendo gala de una agilidad que no tiene, se las arregla para cruzar la primera parte de la calle sobre un tope, evade un par de autos y alcanza la seguridad del camellón ante la mirada incrédula de varios caminantes, sólo le falta la mitad oriente para superar la prueba.

Entonces se detiene. Se queda parado.

Los pobres diablos que esperan a tener su suerte e intentar cruzar lo observan sin poder creerlo, ya sólo le falta un pequeño esfuerzo para pasar, ¿qué diablos lo detiene?

Miguel sigue con las manos heladas, sigue sin sentir los dedos de los pies, sigue recibiendo agua helada y aumentando el riesgo de sufrir una pulmonía, pero todos sus sentidos, toda la capacidad de su mente, está fija en un punto frente a él.

A menos de veinte metros, sobre el camellón y en medio de los árboles, una mujer joven, con cabello corto, rubia y de ojos azules, alta, poseedora de un cuerpo escultural, baila y parece disfrutar de la tormenta que sigue inundando La Metrópoli.

Miguel no lo entiende, la mujer está igual de empapada que el resto de almas perdidas que tienen que caminar hacia sus casas en un clima que haría que Stanley abandonara la búsqueda de Livingston, sin embargo, no parece importarle, la chica parece estar feliz con su situación actual.

La gente sigue caminando, ellos tampoco entienden por qué Miguel está parado, pero no tienen intenciones de detenerse a averiguarlo, ninguno ve a la mujer, cuya presencia les importa menos todavía que la del joven contador en el camellón.

Impulsado por algo que después describiría como “no-sé-qué”, Miguel se acercó a la mujer.

- ¿Disculpa?

La chica lo miró asustada, por un segundo creyó ver pánico en su mirada, pero resultó que solamente la tomó por sorpresa que alguien se detuviera a su lado en medio de la tormenta, la sorpresa apenas la dejó hablar:

- ¿Sí?
- Lo siento, quizás pienses que estoy molestando, pero ¿te sientes bien?

La chica lo miró pensativa, como si nunca hubiera escuchado una voz humana, Miguel no pudo recordar cuándo había sido la última vez que vio una mirada tan inocente, ella sonrió y respondió:

- La verdad no sé, nunca me habían preguntado eso antes.

Miguel queda atrapado por la sonrisa, piensa en invitarla a tomar algo, en llevarla a cenar, en seguir viendo ese rostro angelical.

- ¿No tienes frío?
- Si, aunque tenía tanto tiempo sin salir que apenas acabo de darme cuenta, creo que sólo estaba disfrutando la lluvia.
- ¿No quieres tomar algo?

La mirada de la mujer se ilumina, vuelve a sonreír mientras mira a Miguel.

- ¡Sí!, ¿te gusta el café?
- ¿A quién no?, ven, te invito uno.

Un par de horas después, la noche cerrada cubre de oscuridad los rincones de la Ciudad, la lluvia terminó hace rato, e incluso la ropa de Miguel y Micaela ya está seca, durante todo ese tiempo han estado platicando en un café frente al camellón donde se encontraron, se les quitó el frío y la conversación los hizo olvidar todo lo que pasaba alrededor.

Había algo extraño en la chica, eso ni dudarlo, Miguel no podía señalar exactamente qué, parecía estar fuera de lugar en una ciudad como ésta, quizás sólo era excéntrica, o quizás sólo estaba un poco loca, aunque pensándolo bien, ¿no lo estamos todos?

Micaela interrumpió sus reflexiones:

- Oye, ¿vives cerca de aquí?
- A dos cuadras nomás, ¿y tú?
- No, de hecho, creo que estoy demasiado lejos de casa para alcanzar a llegar hoy, ¿crees que puedas darme asilo, al menos por esta noche?
- Pues no abunda el espacio en mi casa, pero no creo que haya problemas para acomodarnos.

Micaela lo mira a los ojos, Miguel siente un calor tibio y acogedor que recorre su cuerpo, sin dejar de sonreír, la chica contestó:

- Mi querido Miguel, estoy segura que eso no va a ser un problema.

Viernes, 05 de octubre

- Aquello era como estar enamorado de un monumento o de una obra de arte.
- ¿A qué te refieres?
- No tenía principio ni fin, desbordaba los límites que quisieras imponerle, de origen incierto y propósitos múltiples; única y especial como sólo el arte puede serlo; con más corazón y alma que todos nosotros juntos, alguien cuya ausencia se nota, en un mundo plagado de prescindibles; de esas personas que les duelen todas las injusticias, de esos corazones que laten al ritmo del mar, del viento, de la tierra mojada; alguien cuya fuerza y presencia hacen que el suelo baile bajo tus pies, como en los terremotos.
- ¿Tan grave está la cosa?
- Peor, porque lo único que puede describirla bien ya que la conociste, es contar los detalles del vacío que te dejó su ausencia.

El silencio se impone luego del dramático final de la historia, Martín, Gonzalo y Javier, los mejores amigos de Miguel, lo escuchan impresionados, no se han movido de sus lugares, contienen la respiración para escuchar mejor, no prestan atención al bar que los rodea y a su ambiente de viernes.

- ¿Y cuánto duraron juntos?
- Cinco años.
- ¿Y cuándo dices que se fue?
- Hace dos semanas.
- ¿Te dejó por otro?
- Pues… quién sabe.
- ¿Cómo no vas a saber, Miguel? ¡No mames!
- Es la verdad, hace quince días exactos, llegué a casa del trabajo y no la encontré.
- Pero imagino que se llevó todas sus chingaderas, ¿o no?

Miguel suspira, ha tratado de deshacerse de las pertenencias de Micaela desde ese día, todas las mañanas se levanta con la firme intención de tirar todo a la basura, y todas las noches lo encuentran abrazando alguna prenda, envuelto en una manta, cobijado por algún recuerdo, y todas las cosas intactas.

- No, y esa es la parte más rara de todo.
- ¿Qué va a tener de raro? ¡Simplemente le valió madre, güey!
- No lo sé…
- ¿Qué no sabes? ¡Es obvio, cabrón!

Miguel mira el vodka que tiene enfrente, se lo toma de un trago y sentencia la plática:

- Quizás, aunque la verdad, nada cuadra.

Sábado, 06 de octubre.

Un auto negro viaja hacia el sur de la ciudad, lo escoltan dos patrullas y dos camionetas negras, en el asiento trasero, un hombre vestido con un traje negro lee el archivo de Micaela en su tableta, la Organización la detuvo por primera vez cinco años antes, después de cientos de reportes y años de investigación, sin embargo, durante el tiempo que pasó en Contención no pudieron averiguar nada sobre su naturaleza.

Los reportes que revisa son variados: algunos aterradores, otros francamente ridículos; una de sus víctimas estaba en el psiquiátrico, internado de por vida; otro le había escrito poemas que lo convirtieron en poeta maldito; otro dirigió una película inspirada en ella y ahora tenía un Oscar al lado de la cama; otro más quedó en la pobreza mientras otro vivía de los millones que ganó con la pintura que le dedicó.

Micaela era, sin duda, el ente más extraño que había capturado la Organización en México.

Su teléfono empieza a sonar, el hombre contesta:

- ¿Ya la tienen?
- Si, estamos rodeando el lugar
- Excelente, llegaremos tan rápido como podamos.
- Si señor, ¿quiere que intentemos…?
- ¡No! escúcheme bien, si sus hombres tratan de detenerla antes de que lleguemos, van a terminar muertos, ¿entiende?
- Señor, con todo respeto, es sólo una mujer, mis hombres…
- ¡NO!, ¡si tratan de atraparla van a morir!, escúcheme: ella no es débil ni está indefensa, tiene tanta fuerza y es tan poderosa que puede despedazar a todo su equipo, ¡NO INTENTEN DETENERLA!, ¿entendió esta vez, Capitán?

Después de un silencio incrédulo, el Capitán responde:

- Está bien, Agente, tenemos el perímetro asegurado y esperamos su llegada.
- Muchas gracias.

El Capitán nunca había visto tantas precauciones por una mujer ordinaria, pero sus años de experiencia le recomendaban obedecer primero y preguntar después.

Claro que no había forma en que alguien de su nivel supiera que esta mujer no es ordinaria.

Minutos después, el Agente llega con el equipo especial, el Capitán y sus hombres continúan vigilando a la chica.

- ¿Qué tenemos, Capitán?
- El Objetivo está en el tercer piso, frente a la ventana de la derecha Agente, casi no hay testigos ni posibilidad de bajas.
- ¿Cómo que “casi”? el perímetro tendría que estar libre en 300 metros a la redonda.
- Lo sé señor, pero no podemos retirar el auto que está en la esquina frente al edificio, hay alguien dormido adentro y decidimos cubrir el vehículo para no provocar una reacción de pánico del ocupante.
- Bueno, no es muy ortodoxo, pero estuvo bien pensado.

Un miembro del equipo especial se acerca a ambos.

- Señor, el equipo está listo.
- Muy bien, Coronel, a mi señal, entran al departamento y aseguran al Objetivo.

Los minutos pasan, la tensión empieza a recorrer los músculos y los nervios de los hombres que vigilan el edificio, dos de ellos apuntan con rifles de alto poder a la chica, que sigue frente a la ventana, viendo hacia la esquina de enfrente.

Micaela

El sol calienta su piel, el viento refresca sus ojos, puede sentir la brisa que la envuelve, una sensación tibia y agradable la invade y hace que se sienta en paz, equilibrada y feliz.

Siempre siente lo mismo cuando ve a Miguel.

Desde la ventana del tercer piso, dentro del departamento en el que pasó los cinco años más felices de su existencia, Micaela observa a Miguel dormido dentro del auto, lo vio cuando estaba por escapar y dejar atrás para siempre a la Organización y sus estupideces, había guardado lo más valioso que tenía en una maleta, iba a ser libre al fin.

Y entonces lo vio.

Gonzalo y Martín estacionaron el viejo Mercedes frente al edificio, ayudaron a Miguel, que estaba cantando al borde del llanto, a recostarse dentro del auto y lo dejaron ahí.

Micaela sabía que tenía que salir volando del departamento o la Organización la alcanzaría, pero ver a Miguel de nuevo, luego de quince días de soledad, revivió ese calor tan agradable que sentía cuando estaba con él.

Entonces se dio cuenta, si iba a ser libre, solo quería serlo si Miguel estaba con ella.

¿Qué caso tendría si no?

¿De qué te sirve disfrutar el sol, la lluvia, el viento y la tierra si no puedes compartirlo?

¿De qué sirve vagar sin rumbo, si nunca tienes un hogar al cual llegar?

- Podrás volar tan lejos como quieras, pero no es divertido si él no está ahí para que lo cubras con tus alas.

La reflexión la tomó por sorpresa, habló sin darse cuenta y supo que era verdad.

Entonces se fijó en el láser rojo que atravesaba el polvo del departamento e iba a parar en su frente, observó a su alrededor y se dio cuenta que la Organización estaba ahí, lista para lanzarse sobre ella y encerrarla de nuevo en esa maldita jaula.

El Agente estaba al lado del Mercedes, el Coronel a su lado dando órdenes sin quitarle la vista de encima, estaban muy cerca de Miguel, y Micaela sabía muy bien que la Organización no se detiene ante nada, si el Agente necesitaba ejecutar a Miguel para capturarla de nuevo, lo haría sin dudar.

Si se le ocurre hacer eso, lo voy a volar en pedazos.

Micaela se asustó, no estaba acostumbrada, no podía contener sus sentimientos, pero rara vez había sentido los dos más poderosos en su interior, sólo sabía que si aquellos a los que odiaba se atrevían a dañar a quien ella amaba, iba a enseñarles de lo que era capaz.

Miguel

Abrió los ojos justo cuando el sol empezaba a calentar el interior del coche, tenía la boca seca, le dolían los brazos y las piernas, los músculos del cuello estaban tensos, tenía los ojos irritados y además jaqueca, sin embargo, lo que robó su atención fue la persona que estaba a su izquierda y el cañón del revólver que apuntaba a su cabeza.

Su mente pasó del estado posterior al sueño a la alarma total en un segundo, se dio cuenta que el grito que escuchaba dentro de su sueño lo había seguido, era la voz de Micaela.

- ¡MIGUEL!

En cuanto la vio, dejó de preocuparse por la situación, el mundo se detuvo, el viento pareció ir más lento, el calor se convirtió en una sensación tibia y agradable, que por un segundo lo hizo sentir en paz y a salvo.

Hasta que recordó que entre Micaela y él había un tipo de traje negro, que le apuntaba a través de la ventana.

- ¡MIGUEL!

Bajó la ventanilla, el tipo de negro habló:

- No hagas idioteces, Miguel, si eres tan amable.
- ¡MI AMOR!
- ¡Aquí estoy, Mic!

Pudo sentir como la atmósfera se relajaba, casi pudo escuchar cómo Micaela suspiraba.

El hombre de negro habló de nuevo:

- ¡Tranquila, Micaela!, ¡si te entregas ahora, sin pelear, dejaré ir a Miguel!
- ¡Déjame verlo!

El tipo se movió hacia el frente del auto sin dejar de apuntarle, Micaela se cubrió los ojos para poder verlo.

- ¿Qué demonios está pasando, Mic?
- Lo siento amor, creo que no he sido cien por ciento honesta contigo.
- ¿Neta?, ¡no me había dado cuenta!

A pesar de la situación, ambos sonrieron, Miguel siempre se las arreglaba para hacerla reír, y él trataba de hacerla reír siempre que podía.

- Lo siento, amor. Estos tipos me están buscando, creen que soy peligrosa y vienen por mí.
- Ni lo pienses, Mic.
- Amor, te van a matar.
- Ya te dije que ni pensarlo.
- No puedo dejar que te hagan daño, no me lo perdonaría.

La tristeza en los ojos de Micaela no tenía igual, Miguel no puede recordar cuándo fue la última vez que vio una mirada tan triste y al mismo tiempo tan relajada y calmada, recordó el día en que se conocieron, supo, sin pensarlo, que ella era la única mujer para él.

- No pienso perderte, Mic.
- Nunca vas a perderme, amor, siempre estaré contigo.
- ¿En persona?, porque no pienso aceptar menos que eso.

El Agente preparó el arma, Miguel no se movió, Micaela lo miró directo a los ojos.

- No quiero que te hagan daño.
- Mic, si el Agente K me dispara me tiene sin cuidado, no quiero perderte de nuevo, estos quince días han sido los peores de mi vida.
- ¿De verdad?
- Lo juro, antes de conocerte sentía que al mundo le faltaba algo, los últimos quince días no sólo le faltaba algo… le faltaba todo.

Micaela sonrió

- No te creo.
- Te lo juro por Madonna, Mic.

El Agente acercó el revólver a la sien de Miguel.

- ¿Tienes que entregarte Micaela!
- ¿Amor?
- Dime, Mic.
- ¿De verdad quieres estar conmigo para siempre?

Por toda respuesta, Miguel miró al Agente y le dijo:

- Hermano, si pretendes llevártela y encerrarla en Dios sabe dónde, lo vas a tener que hacer sobre mi cadáver.

El Agente se preparó para jalar el gatillo, pero Micaela empezó a reír y ambos la miraron.

- ¿Estás seguro de eso?
- Totalmente, Mic.
- Si salimos de esta, ¿prometes perdonarme por lo que pasó?
- Mic, te perdoné desde que escuché tu voz, desde el momento en que te vi y desde antes que me despertaras.

Micaela sonrió y Miguel supo que todo iba a estar bien.

El Capitán

Las balas habían dejado de pasar sobre su cabeza, todo estaba calmado.

Los francotiradores se habían disparado mutuamente, una bala atravesó los ojos de ambos; el Coronel y el Agente habían vaciado los cargadores de sus armas en el otro, los dos equipos de la Organización se dispararon entre sí.

El Capitán había sobrevivido sólo por una razón: él era el número impar del grupo, se tiró al suelo en cuanto comenzaron los disparos, y como no había quién lo matara, la fuerza que salió de Micaela y desató el infierno lo había evitado.

Frente a él, un espacio vacío marcaba el lugar donde el Mercedes había estado estacionado, de donde partió con dos ocupantes para no volver a ser visto.