La
oscuridad envuelve la casa, un visitante podría pensar que el lugar está
abandonado, habría tenido que bajar al sótano y levantar la losa que cubre la
entrada a un búnker entre los cimientos con ventilación, agua y víveres
suficientes para sobrevivir por meses, para hallar señales de vida.
Eso, si
todavía quedara alguna persona para llegar hasta ahí.
Dentro
del búnker, la luz y el color invaden todo, la música ayuda a cubrir los ruidos
que a veces llegan desde el exterior, así que durante el tiempo en que están
despiertos, un ligero soundtrack
acompaña sus pláticas y caricias.
Cuando
compraron la casa, bromearon sobre el tipo de persona que debió ser el propietario
que consideró necesario construir el búnker, ¿un republicano asustadizo?, ¿un
survivalista paranoico? o ¿un conspiracionista tipo “la verdad está ahí afuera”?
Durante
años, el búnker y sus detalles fueron motivo de burlas, teorías y
conversaciones con sus amigos, a pesar de lo extraño que parecía, uno de ellos
sugirió conservarlo en buen estado, cuando ella le preguntó por qué, su amigo
le dio una respuesta que congeló a todos por unos segundos:
- Bueno,
sé que es anticuado y eso, pero ¿y si un día lo necesitas?
Cuando
por fin llegó a casa el día del evento, su esposo le contó cómo había terminado
ese amigo, su consejo les salvó la vida, pero él no logró salir con vida de su
oficina.
Sólo
valía pensar que ahora estaba en un mejor lugar.
Un rumor
llega hasta la habitación, el sonido es parecido al de una rata frotándose
contra los muros de la ventilación, ambos saben que los entes no van a entrar
por allí, pero los ruidos que producían al pasar cerca de la instalación les
provocaban escalofríos.
- ¿Amor?
- ¿Si,
pequeña?
- ¿Estás
dormido?
- No, ¿y
tú?
Ella se
acerca, lo abraza con fuerza y acerca su oído a su pecho de su esposo, los
latidos de su corazón la tranquilizan.
- No…
esas cosas no me dejan dormir.
- Tranquila,
pequeña, trata de pensar en otra cosa.
Pasan los
minutos, ella suspira y pregunta:
- ¿Qué
crees que sean esas cosas Amor?
- No lo sé, Pequeña, pero la verdad, no quiero saberlo.
- No lo sé, Pequeña, pero la verdad, no quiero saberlo.
La
respiración de la mujer se calma, su esposo sigue escuchando a los entes y
murmura:
- Ni el
Diablo quiere saber qué son esas cosas.
Con el
paso del tiempo todo se desgasta, incluso una gota de agua, cayendo durante mil
años, termina por perforar la roca.
La ciudad
siempre estuvo mal atendida, dejarla abandonada de golpe sólo la deteriora más,
hace un par de semanas cayeron los edificios inconclusos, un terremoto derribó
otros, las tuberías se rompieron hace meses creando lagos artificiales donde la
vegetación crece sin pausa, colándose por grietas y baches, rompiendo el
concreto y fracturando el asfalto.
La
naturaleza reconquista el terreno perdido.
Los entes usan los puntos débiles para entrar a lugares hasta entonces desconocidos.
Ahora,
por ejemplo, inspeccionan el sótano de la casa.
La pareja
ya no está tan feliz, viven día y noche sabiendo que los entes no tardarán en
abrir la puerta, las piezas que sostienen la trampilla están por ceder, un par
de empujones como los que los despertaron una semana antes y quedarán a merced
de eso.
Los dos
están aterrados, día y noche escuchan cómo los entes raspan el metal, metiendo
sus asquerosos dedos entre el techo y la trampilla, preparando su entrada
triunfal al refugio.
Un día,
cuando los ruidos cesaron, él perdió la paciencia y gritó:
-
¡Carajo!
- ¿Qué te
pasa?
- ¡Estoy
harto, no puedo seguir así!
- ¿Qué
quieres decir?
- ¡Estoy
harto de esto! ¡Esas cosas ahí afuera y nosotros aterrados esperando que nos maten!
Era
cierto, el estrés y la angustia por saber en qué momento iban a entrar y la
certeza de que cuando lo lograran los matarían al instante eran demasiado.
El
silencio llenó el búnker, de pronto, una idea la iluminó:
- Ya sé
que podemos hacer, amor.
Al día
siguiente ignoraron a los entes, se asearon y arreglaron para su cita, al
anochecer arreglaron la mesa y tuvieron una cena romántica, el volumen de la
música era mucho más alto, una barricada improvisada bloqueaba el camino hasta
la habitación, lista para retener una fuerza imparable.
Después
de cenar, mientras se abrazan, toman vino y conversan sobre las cosas
maravillosas que sienten el uno por el otro, la trampilla cede por fin.
Ella
empezó a temblar cuando oyeron a los entes rompiendo la barricada, entonces
dijo:
- Supongo
que es hora, amor.
- Creo
que sí, mi vida.
Las
garras de los entes, filosas y puntiagudas, perforan la entrada de la
habitación, el miedo empezó a recorrer sus nervios, él no quería ver de nuevo a
esas cosas, cualquier pesadilla era mejor que eso.
- ¿Amor?
- Dime,
mi vida.
- ¿Son
muy feos?
No quería
contestarle, no sólo son horrendos, son indignos
de ser vistos por cualquiera, no era por las llagas, los ojos vacíos y
enrojecidos, la carne oscura y podrida… era todo
lo que los hacía imposibles de mirar.
- Mejor
cierra los ojos, pequeña.
El ruido
aumenta, los entes empiezan a arrancar la puerta, Ella cierra los ojos con
fuerza y abraza a su esposo, tiembla como una niña espantada.
- ¡No me
sueltes, Amor!
- No te
preocupes pequeña, no te voy a soltar.
Los entes
empiezan a gruñir y a bufar como animales, Ella empieza a llorar.
Él
levanta la mano derecha, la acerca a su frente sin que ella se percate.
- ¿Amor?
-
Tranquila pequeña, tranquila; ya va a terminar.
Él estira
el brazo y acerca su mano un poco más, no puede fallar.
- Te amo,
pequeña.
- Yo
también, mi…
No
alcanza a terminar la frase, la puerta cede y los entes llenan el cuarto.
Lo
encuentran sosteniendo un revólver que humea a centímetros de la cabeza de su
esposa.
En medio
del llanto, dice:
- Lo
siento pequeña, no quería que tuvieras pesadillas en el cielo.
Sin más,
el hombre cierra los ojos y espera su destino.
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