Un auto
negro se estaciona afuera de un pequeño café en una colonia de moda de la
Ciudad de México, un hombre baja del coche y entra al negocio.
- ¿Está
aquí?
- Si, en la terraza.
No
requería esfuerzo saber por quién preguntaba, el lugar había abierto apenas y
sólo había un cliente, un joven de unos 30 años que tomaba café helado mientras
dejaba que el sol de otoño calentara los moretones que tenía en el rostro y que
trataba de ocultar con unos anteojos oscuros, entró cojeando al café y hablaba
con dificultad, era evidente que había sufrido una golpiza reciente.
El hombre
sube a la terraza y observa a quien está buscando, ahí lo tiene, el joven en
persona, descansando las heridas de batalla a la luz del atardecer.
Nadie lo
habría creído si lo hubiera contado, pero aquél joven que descansaba en el
sillón había logrado algo que nadie creía posible, había conseguido acabar con algo
que les había tomado siglos enfrentar y que siempre los había derrotado.
Aquél
joven, tan insignificante en el gran esquema del universo, había destruido al
Consejo.
Parque Deportivo del Seguro Social, 1 de
noviembre de 1985.
La Ciudad
es un abanico de ruidos, tan variados y dispares que los oídos de sus
habitantes ni siquiera lo notan; las bocinas, los motores, los gritos, las
escuelas y las oficinas generan tanto ruido que los que entran a la urbe por
cualquiera de sus accesos sólo pueden percibirlo como un rugido que satura los nervios, al cual no queda más que
acostumbrarse, porque no puedes esperar que 8 millones y medio de personas
guarden silencio para calmar tus nervios.
Excepto que
esta noche si están guardando silencio.
Hace poco
más de un mes el mundo como los habitantes de la Ciudad lo conocían se vino
abajo, un terremoto borró de un plumazo lo que había tomado décadas levantar,
las calles se saturaron, los servicios fallaron, el transporte quedó suspendido
y miles de familias quedaron incompletas.
Los
habitantes de la metrópoli guardan silencio mientras se recuperan y reúnen
fuerzas para empezar de nuevo.
Sólo que
para Angélica no existe ese nuevo comienzo.
La lucha que
comenzaron ese año se había perdido, creyeron tener una posibilidad de pelear,
pero la verdad es que su gran oportunidad terminó antes de comenzar, el
terremoto les había quitado esa opción.
Raúl
estaba cerca del Hotel Regis cuando colapsó, una de las vigas le cayó encima.
Renata
vivía en la colonia Roma, estaba profundamente dormida cuando todo colapsó.
Carolina
estaba en el Centro Médico, había terminado allí por tratar de conseguir la Llave.
Los
encontró una semana después del terremoto, entre los cuerpos sin identificar
dentro del Estadio del Seguro Social, los planes que tenían para el 31 se
hicieron humo cuando los encargados le mostraron los cuerpos de sus amigos, la
casualidad los había alineado uno junto al otro.
A estas
alturas ella ya no creía en las casualidades, todo pasaba por una razón y todo
tenía un motivo, la forma en que los encontró era la forma del Consejo de
burlarse de los intentos del grupo por derrotarlas.
Angélica
ya no quería seguir pensando en eso. Ya no quería pensar en nada. El silencio
de la noche la confortaba, pero también la dejaba a merced de esa maldita sensación
de derrota.
Ahora todo
estaba por terminar.
Llegó a
la esquina, al punto más bajo de la barda que rodea el estadio donde
aparecieron sus compañeros de aventura luego del terremoto, era el lugar
perfecto para el final.
Dejó su
mente en blanco, y sin pensar en nada apuntó el revólver hacia su cabeza y
disparó.
31 de octubre, al atardecer.
Los rayos
del sol acarician la Torre de Humanidades en Ciudad Universitaria, la Maestra
Vania Basurto termina de sermonear al último de los estudiantes que cometió el
error de pedirle que revisara su tesis, su secretaria espera a que la
especialista en química le autorice salir, lo cual hace al ver el reloj, son
las 7 de la noche.
En cuanto
se queda sola empieza a prepararse para el Ritual, tiene todo lo que necesita
para llevarlo a cabo en la caja fuerte de su oficina, sabe que Mariana, Lola y
Aidé estarán listas.
El
Ritual, el cual llevan a cabo todos los años la noche del 31 de octubre, sirve
para refrendar su poder, agradecer los bienes recibidos, ajustar cuentas con
sus enemigos y dejar en claro a los que las sirven quién manda, es un ritual de
ajuste y corrección, por así decirlo.
Sin
embargo, pocos saben que en ese preciso momento las cuatro se encuentran en su
punto más vulnerable, cualquiera que deseara deshacerse de ellas podría hacerlo
si las alcanza a todas al mismo tiempo durante el Ritual.
Por eso
jamás lo realizaban en el mismo lugar.
Vania no
podía recordar cuándo fue la primera vez que lo hicieron, ni el momento en que
el Grupo trató de detenerlas por primera vez, ya no podía ni siquiera recordar
qué eran todos ellos cuando empezó la estúpida guerra, pero sabía muy bien una
cosa: las cuatro tenían que completar el Ritual cada año o estarían en graves
problemas.
El reloj
marcó las 11 de la noche, tenían que empezar quince minutos antes de las 12 y
concluir diez minutos después, tenía el tiempo justo de preparar todo.
Trazó los
Símbolos en el suelo, sacó el Objeto de su escondite dentro del escritorio y se
preparó para empezar.
Plaza de las Tres Culturas, 02 de octubre
de 1968.
Los
disparos habían cesado hacía horas, pero los gritos de los soldados y policías
seguían, estaba escondida dentro de un departamento vacío, cada ruido y cada luz
que pasaba frente a la ventana la aterraba, pero no podía hacer nada.
Raúl
había tratado de convencerla, le había dicho que había que concentrarse en el
Consejo, pero Renata nunca pudo resistirse a una buena revuelta, después de
mucho esfuerzo convenció a Angélica y a Carolina de acompañarla al mitin para
que vieran en persona cómo era el Movimiento.
Así fue
como terminaron en la terraza del Edificio Chihuahua, en la Unidad Habitacional
Tlatelolco, el día 02 de octubre de 1968.
Justo
cuando el helicóptero estaba arrojando las bengalas, Angélica vio a Raúl en la
Plaza, enfrente del Chihuahua, cuando los soldados de guante blanco comenzaron
a disparar, Raúl fue uno de los primeros en recibir un disparo.
Carolina
gritó, y trató de desarmar al soldado, otro tipo que también tenía un guante
blanco le disparó a Carolina y de inmediato cayó al piso con una bala en la
cabeza, el que había matado a Raúl trató de dispararles, pero un balazo se
estrelló en el balcón a su lado, las esquirlas y los trozos de cemento le
lastimaron los ojos, cayó al suelo sangrando y gritando.
Angélica
y Renata aprovecharon la oportunidad y salieron corriendo.
La Unidad
era como un laberinto, se perdieron al instante y se escondían de cada luz,
cada ruido y cada relámpago, el miedo las invadió en segundos, todo lo que
querían era salir de ahí.
Al dar la vuelta en una esquina Renata vio un
departamento con las ventanas tapiadas, trató de tomar el brazo de Angélica
pero se dio cuenta que ya no estaba a su lado, corrió hacia la otra esquina del
edificio sólo para escuchar un grito, un disparo y ver los anteojos de su amiga
caer en un charco.
Sintió pánico, quiso gritar pero no pudo, huyó
despavorida hacia el departamento.
Mientras
repasaba lo sucedido, se dio cuenta que el Consejo los había derrotado otra vez.
En ese
momento un soldado pateó la puerta, Renata estaba enfrente, encaró al hombre de
verde que acaba de entrar, y le sostuvo la mirada mientras una luz la deslumbraba
y el cañón de un rifle apuntaba a su cabeza.
Otro
disparo retumbó en la noche de Tlatelolco.
31 de octubre, al atardecer.
El sol de
octubre calienta los vidrios de la mansión, Mariana Valenzuela deja que el
personal del servicio salga temprano, pone de pretexto su deseo de dejarlos
disfrutar de la caminata de Halloween con sus hijos, pero la verdad es que
necesita estar sola.
La mimada
actriz, consentida de los medios, los reporteros y las televisoras del país
gracias a su increíble apariencia juvenil (a pesar de su edad), prepara todo lo
que va a necesitar para el Ritual, la casa está cerrada a cal y canto, las
bandejas con dulces para entretener a los mocosos que sus vecinos dejan libres
esa noche están listas y fuera de su casa, hace un par de años dos adolescentes
entraron mientras realizaban el Ritual y hubo necesidad de desembolsar una
buena cantidad para que se callaran, no volvería a cometer ese error.
Cuando
está segura que tiene lo que necesita, se concentra en su rutina nocturna,
mañana tiene una audición para un papel importante en una película, y los
bálsamos que las cuatro fabrican han hecho maravillas por su apariencia,
alejando el desgaste que los años y sus excesos deberían reflejar.
Al igual
que Vania, ella tampoco recuerda cuándo empezó todo, ha tenido tantos triunfos
que ya perdió la cuenta, ha hecho tantas cosas y ha estado en tantos lugares
que ya ninguno la asombra, tiene vagos recuerdos de haber estado en sitios y en
tiempos en los que no debería haber estado, sabe, sin embargo, que esos
recuerdos son ciertos, tanto como sabe que su estatus y su carrera dependen de
lo que va a realizar esa noche.
El reloj
marca las 11:40 de la noche, los Símbolos están trazados en la estancia, los
Materiales salieron de su escondite sobre la chimenea y se encuentran al
centro, Vania debe tener listo el Objeto, y todo está listo para empezar.
Zócalo de la Ciudad de México, 13 de
febrero de 1913.
Las
tropas tenían ocupada la Ciudadela y la zona aledaña al Zócalo, Raúl no sabía
donde habían quedado Renata, Carolina y Angélica, antes de que llegaran las
tropas de Mondragón logró entrar al Palacio, sacó la Llave de su escondite
dentro de su despacho y tomó algo de dinero, su plan era abandonar la Ciudad
con las muchachas y viajar al norte, a las zonas controladas por los leales al
General Villa.
Su plan
se fue al traste cuando Bernardo Reyes y Lauro Villar se trabaron en una
balacera afuera del Palacio, Reyes murió acribillado y Villar acabó herido, los
rebeldes cercaron el Centro y los militares no lo dejaron salir.
Pasó los
días siguientes sin tener noticias de las demás, sin embargo, el día anterior
uno de los mensajeros que se jugaba la vida transmitiendo el parte de los
enfrentamientos en la Ciudad le habló de la masacre de civiles en la Ciudadela,
todo parecía indicar que los rebeldes habían ocupado la casa de uno de sus
amigos, a donde había enviado a las demás para tratar de huir hacia Buenavista,
según le contó el cadete, las tropas de Félix Díaz habían asesinado a todos los
ocupantes de la casa.
El plan
había fracasado de nuevo.
Después
de oír la noticia, y sin posibilidades de escapar de Palacio Nacional, Raúl
vagó por su interior, hasta tomar un descanso frente a la Puerta Mariana en el
momento justo que una bala de cañón la voló en pedazos.
Cinco
días más tarde, cuando los rebeldes arrestaron a Madero y a Pino Suárez, un
soldado de nombre Arturo Márquez recorrió todo el Palacio buscando algo, según
sus compañeros parecía poseído, no dejó de buscar ni cuando sus superiores les
informaron de la renuncia de Madero y del inminente ascenso al poder de
Victoriano Huerta, momento en que la tropa se puso a celebrar, dos compañeros
de su batallón lo vieron escombrando los restos de la Puerta Mariana, como si
tratara de sacar algo debajo de aquél desmadre.
A la
mañana siguiente, luego del circo que montó Huerta para justificar su ascenso
al poder, la guardia que cuidaba el Palacio Nacional encontró un cadáver adicional
en la esquina sur del Palacio, era el soldado Márquez.
El médico
de la tropa lo examinó, y no encontró mejor opción que declarar que había
muerto por un infarto, para evitar complicaciones, no hizo mención en su
informe ni en el parte que dio a la comandancia de la expresión de pánico y
terror que Márquez tenía en el rostro al momento de su muerte.
31 de octubre, al atardecer.
Para un
observador obsesivo, el sol que se ponía sobre la Fuente de Petróleos parecía
ir al ritmo del par de tacones altos que hacían sonar la acera que rodea
Reforma con un ritmo peculiar, destinado a atraer la atención de los hombres
que se cruzaran en su camino, eso normalmente la hace sentir especial, deseada,
atractiva, pero hoy no está para juegos, tiene que llegar a tiempo a casa para
poder completar el Ritual.
Una hora
después, luego de atravesar la peligrosa avenida que divide la manzana en la
que se encuentra su casa y la zona de la entrada a la estación del metro, Lola
Cázares se cambia de ropa, deja de lado el maquillaje espectacular, el vestido
entallado, las medias de nylon que acentúan sus hermosas piernas, la ropa
interior que resalta su voluptuoso cuerpo, regresa a su forma más sencilla,
pero igual de espectacular para sus admiradores.
Encerrada
en su recámara, repasa de nuevo todo el Ritual: tiene todo lo que necesita, ya
pintó los Símbolos y tiene la Llave, estuvo preocupada durante un par de
semanas luego de que un par de imbéciles la asaltaron, desde la vez en que
perdió la Llave, hacía tantos años, Aidé y las demás habían decidido que la
llevara consigo en todo momento, esa era una de las razones por las que
necesitaba tener seguidores que la
cuidaran y la defendieran en caso necesario.
El reloj
marcó las 11:40 de la noche, colocó la Llave en el centro de su habitación, el
Objeto y los Materiales debían estar listos; se preparó para comenzar.
No sabía
que le quedaba menos de media hora de vida.
Plaza de Santo Domingo, Ciudad de México, 11 de abril
de 1649.
La
macabra calesa verde de los frailes dominicos, que siembra el terror y el miedo
en las buenas conciencias de la Ciudad, está al lado de la entrada del Tribunal
del Santo Oficio, hoy la calesa va a descansar de su terrorífica misión, porque
el miedo a Dios va a entrar en las almas de los habitantes de la capital de la
Nueva España de una forma diferente.
Apenas
amanece, la procesión sale de los calabozos llevando a los 13 detenidos que
serían relajados y entregados a la misericordia del Señor esa tarde, entre
ellos, 3 mujeres y un hombre que llevaban meses esperando su sentencia en las
mazmorras, las crónicas oficiales no los toman en cuenta porque fueron
cambiadas por influencia de algunos funcionarios del gobierno colonial, la Historia
los recogió bajo los mismos cargos que al resto, pero esos 4 fueron capturados
por practicar brujería.
Los
alguaciles del Santo Oficio los habían detenido cerca de las ruinas
prehispánicas en Tlatelolco, habían colectado 4 objetos que según ellos tenían
propiedades mágicas y que pretendían destruir para terminar con un Consejo de
brujas que celebraba aquelarres en la capital, esto habría bastado para desatar
una cacería por toda la Ciudad, pero cuando les arrancaron los nombres de las
brujas que formaban el supuesto Consejo, su destino quedó sellado.
Mientras
el sol se oculta en la milenaria Ciudad de México, las llamas y las cenizas al
rojo vivo iluminan la Plaza del Volador con un tono apagado, los cuerpos
calcinados todavía humean y cubren todo el Centro con un olor nauseabundo, en
una de las tantas mansiones de la zona, las esposas de 4 importantes
funcionarios de la Colonia se reúnen para repartirse el Objeto, los Materiales,
la Llave y el Ídolo, y acuerdan celebrar una nueva ceremonia de compromiso el
31 de octubre, tradición que mantendrían durante muchos siglos.
Rodeada
por algunos de sus más fieles sirvientes, Aidé Solá se prepara para iniciar el Ritual,
trazó los Símbolos igual que sus compañeras y tiene todo lo que hace falta para
empezar, las palabras están listas, el Objeto, los Materiales y la Llave están
en sus sitios, el Ídolo salió de la caja de seguridad del banco en el que
reposa todo el año, esperando esta fecha para salir a cumplir su función.
La
intervención de Aidé es la más corta de todas, siendo la jefa del Consejo, su
único encargo es pronunciar las palabras finales, así que puede darse el lujo
de ser más reflexiva que el resto de sus colegas.
Todos los
años dedica los primeros quince minutos del Ritual a resumir en su mente todos
los sucedidos del año, todos los bienes y favores recibidos y todos los favores
y bienes que se entregaron; quienes están aún en deuda con el Consejo, los que la
saldaron, los que apenas empezaron a pagarla; quienes entraron en la lista de
enemigos y quienes en la de fieles servidores; los que sirven al Consejo por
temor y los que lo sirven por convicción.
Con todo
eso en mente, pronuncia las palabras que le tocan y el Ritual termina, el
destino de todos los que están en el lado incorrecto de la lista queda sellado,
y el de todos los que están del lado correcto de la lista queda atado irreversiblemente
al de las cuatro grandes brujas de la Ciudad.
Ella, a
diferencia de sus colegas, sí puede recordar cómo empezó todo, recuerda muy
bien quién era y la posición que ocupaba cuando el Grupo trató de detenerlas la
primera vez; ella puede recordar cómo se las arreglaron para detenerlos y
destruirlos una y otra vez, en su mente giran todas las iteraciones por las que
han pasado las cuatro brujas y las cuatro almas miserables que año con año
tratan de detenerlas y fallan miserablemente.
Sólo que
este año es diferente.
Mientras está
encerrada en sus reflexiones, desconectada del mundo que la rodea, Aidé no se
percata del ruido y del alboroto a su alrededor, reservó este pequeño fragmento
del bosque desde hace meses como cada año, para que la naturaleza y la reserva
natural del bosque la protejan y la ayuden a concluir lo que debe hacerse, sin
embargo, esta vez esos mismos elementos la aíslan e impiden que se de cuenta de
que algo salió mal hasta que es demasiado tarde.
Su
periodo de reflexión termina, Aidé se levanta y toma el centro del círculo que
forman los Símbolos, se coloca frente al Ídolo y alza los brazos hacia la luna llena
y el aire helado de la medianoche de octubre:
- ¡Lara, Lara, la Diabla nunca santa, tráelos
a todos al vuelo! ¡Nayla, Nayla, llévate lejos a todos los del entorno!
Justo al
terminar la introducción de su invocación, Aidé vio una sombra agitarse frente
al fuego que había surgido, como todos los años, alrededor de los Símbolos, esa
presencia la distrajo, e hizo que olvidara la siguiente parte de la oración.
Fue en
ese instante, el más vulnerable de su vida, mientras se esforzaba por recordar
lo que había sido olvidado, que pudo ver a quién pertenecía la sombra: era Gonzalo,
el novio de una de las chicas a las que el Consejo había tenido que retirar de
la existencia.
Jamás había sentido un miedo tan grande como aquél,
observó impávida mientras Gonzalo cruzaba el círculo de fuego como si no
existiera, y no pudo hacer nada para evitar que llegara hasta ella y clavara un
objeto en su costado.
- ¡Esto va
por ella, maldita!
Aidé se
dio cuenta que Gonzalo acababa de apuñalarla utilizando la Llave, en ese momento
entendió porqué uno de los asaltantes que atacó a Lola un mes antes pasó sus
manos por todo el cuerpo de la mujer, trataba de distraerla mientras el otro hacía
la sustitución, si la Llave real estaba encajada entre sus costillas y acababa
de perforar su pulmón, el Ritual había fallado desde el principio, y todo lo
que estaba pasando sólo era consecuencia del error.
Mientras
la sangre abandona su cuerpo por el camino abierto entre sus costillas, Aidé
sabe que su larga existencia y toda su vida se vacían por la misma vía, su
respiración empieza a detenerse, Gonzalo gira la Llave y abre aún más la herida.
- ¡También
por mí!
Todo se
concentra en un solo punto, la profunda herida que la Llave hizo en su costado,
no puede respirar y su corazón late cada vez más lento, no pierde la
consciencia sino hasta el instante final, en el que es plenamente consciente de
lo que costó fallar, y de todas las vidas que ella y las demás habían alterado,
consumido y destrozado para llegar hasta donde estaban, pudo ver como todo su
imperio se reducía a cenizas.
También pudo
sentir como una fuerza oscura destrozaba a sus compañeras.
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