jueves, 1 de noviembre de 2018

Nunca cambies


Viernes, 28 de agosto.

Otro día gris, la lluvia inunda la Ciudad de los Palacios desde la madrugada, el tráfico es apocalíptico, todo está empapado y las calles están convertidas en ríos, la gente se cuelga de los autobuses, de las cajas de los tractocamiones, de los trolebuses y de donde se pueda con tal de llegar a casa y ponerse a cubierto lo más pronto posible.

En medio del caos, Miguel Ríos, un joven contador de 28 años, viene caminando sobre la acera al lado de uno de los grandes ríos de la Ciudad, está empapado hasta los huesos, no siente los dedos de los pies, sus manos están heladas y se aferran al paraguas que lo protege de la lluvia, pequeñas cascadas corren desde el armazón de sus anteojos hasta sus hombros, de sus hombros hacia sus codos, de sus codos a sus piernas y de sus rodillas al piso, su ropa no puede absorber más agua.

A dos cuadras de su casa, una avenida con camellón está convertida en un río salvaje, Miguel mira la corriente mientras piensa que falta poco para llegar, si logro cruzar este río, sin importar lo que pase, podré llegar a casa, tengo que seguir y avanzar.

Haciendo gala de una agilidad que no tiene, se las arregla para cruzar la primera parte de la calle sobre un tope, evade un par de autos y alcanza la seguridad del camellón ante la mirada incrédula de varios caminantes, sólo le falta la mitad oriente para superar la prueba.

Entonces se detiene. Se queda parado.

Los pobres diablos que esperan a tener su suerte e intentar cruzar lo observan sin poder creerlo, ya sólo le falta un pequeño esfuerzo para pasar, ¿qué diablos lo detiene?

Miguel sigue con las manos heladas, sigue sin sentir los dedos de los pies, sigue recibiendo agua helada y aumentando el riesgo de sufrir una pulmonía, pero todos sus sentidos, toda la capacidad de su mente, está fija en un punto frente a él.

A menos de veinte metros, sobre el camellón y en medio de los árboles, una mujer joven, con cabello corto, rubia y de ojos azules, alta, poseedora de un cuerpo escultural, baila y parece disfrutar de la tormenta que sigue inundando La Metrópoli.

Miguel no lo entiende, la mujer está igual de empapada que el resto de almas perdidas que tienen que caminar hacia sus casas en un clima que haría que Stanley abandonara la búsqueda de Livingston, sin embargo, no parece importarle, la chica parece estar feliz con su situación actual.

La gente sigue caminando, ellos tampoco entienden por qué Miguel está parado, pero no tienen intenciones de detenerse a averiguarlo, ninguno ve a la mujer, cuya presencia les importa menos todavía que la del joven contador en el camellón.

Impulsado por algo que después describiría como “no-sé-qué”, Miguel se acercó a la mujer.

- ¿Disculpa?

La chica lo miró asustada, por un segundo creyó ver pánico en su mirada, pero resultó que solamente la tomó por sorpresa que alguien se detuviera a su lado en medio de la tormenta, la sorpresa apenas la dejó hablar:

- ¿Sí?
- Lo siento, quizás pienses que estoy molestando, pero ¿te sientes bien?

La chica lo miró pensativa, como si nunca hubiera escuchado una voz humana, Miguel no pudo recordar cuándo había sido la última vez que vio una mirada tan inocente, ella sonrió y respondió:

- La verdad no sé, nunca me habían preguntado eso antes.

Miguel queda atrapado por la sonrisa, piensa en invitarla a tomar algo, en llevarla a cenar, en seguir viendo ese rostro angelical.

- ¿No tienes frío?
- Si, aunque tenía tanto tiempo sin salir que apenas acabo de darme cuenta, creo que sólo estaba disfrutando la lluvia.
- ¿No quieres tomar algo?

La mirada de la mujer se ilumina, vuelve a sonreír mientras mira a Miguel.

- ¡Sí!, ¿te gusta el café?
- ¿A quién no?, ven, te invito uno.

Un par de horas después, la noche cerrada cubre de oscuridad los rincones de la Ciudad, la lluvia terminó hace rato, e incluso la ropa de Miguel y Micaela ya está seca, durante todo ese tiempo han estado platicando en un café frente al camellón donde se encontraron, se les quitó el frío y la conversación los hizo olvidar todo lo que pasaba alrededor.

Había algo extraño en la chica, eso ni dudarlo, Miguel no podía señalar exactamente qué, parecía estar fuera de lugar en una ciudad como ésta, quizás sólo era excéntrica, o quizás sólo estaba un poco loca, aunque pensándolo bien, ¿no lo estamos todos?

Micaela interrumpió sus reflexiones:

- Oye, ¿vives cerca de aquí?
- A dos cuadras nomás, ¿y tú?
- No, de hecho, creo que estoy demasiado lejos de casa para alcanzar a llegar hoy, ¿crees que puedas darme asilo, al menos por esta noche?
- Pues no abunda el espacio en mi casa, pero no creo que haya problemas para acomodarnos.

Micaela lo mira a los ojos, Miguel siente un calor tibio y acogedor que recorre su cuerpo, sin dejar de sonreír, la chica contestó:

- Mi querido Miguel, estoy segura que eso no va a ser un problema.

Viernes, 05 de octubre

- Aquello era como estar enamorado de un monumento o de una obra de arte.
- ¿A qué te refieres?
- No tenía principio ni fin, desbordaba los límites que quisieras imponerle, de origen incierto y propósitos múltiples; única y especial como sólo el arte puede serlo; con más corazón y alma que todos nosotros juntos, alguien cuya ausencia se nota, en un mundo plagado de prescindibles; de esas personas que les duelen todas las injusticias, de esos corazones que laten al ritmo del mar, del viento, de la tierra mojada; alguien cuya fuerza y presencia hacen que el suelo baile bajo tus pies, como en los terremotos.
- ¿Tan grave está la cosa?
- Peor, porque lo único que puede describirla bien ya que la conociste, es contar los detalles del vacío que te dejó su ausencia.

El silencio se impone luego del dramático final de la historia, Martín, Gonzalo y Javier, los mejores amigos de Miguel, lo escuchan impresionados, no se han movido de sus lugares, contienen la respiración para escuchar mejor, no prestan atención al bar que los rodea y a su ambiente de viernes.

- ¿Y cuánto duraron juntos?
- Cinco años.
- ¿Y cuándo dices que se fue?
- Hace dos semanas.
- ¿Te dejó por otro?
- Pues… quién sabe.
- ¿Cómo no vas a saber, Miguel? ¡No mames!
- Es la verdad, hace quince días exactos, llegué a casa del trabajo y no la encontré.
- Pero imagino que se llevó todas sus chingaderas, ¿o no?

Miguel suspira, ha tratado de deshacerse de las pertenencias de Micaela desde ese día, todas las mañanas se levanta con la firme intención de tirar todo a la basura, y todas las noches lo encuentran abrazando alguna prenda, envuelto en una manta, cobijado por algún recuerdo, y todas las cosas intactas.

- No, y esa es la parte más rara de todo.
- ¿Qué va a tener de raro? ¡Simplemente le valió madre, güey!
- No lo sé…
- ¿Qué no sabes? ¡Es obvio, cabrón!

Miguel mira el vodka que tiene enfrente, se lo toma de un trago y sentencia la plática:

- Quizás, aunque la verdad, nada cuadra.

Sábado, 06 de octubre.

Un auto negro viaja hacia el sur de la ciudad, lo escoltan dos patrullas y dos camionetas negras, en el asiento trasero, un hombre vestido con un traje negro lee el archivo de Micaela en su tableta, la Organización la detuvo por primera vez cinco años antes, después de cientos de reportes y años de investigación, sin embargo, durante el tiempo que pasó en Contención no pudieron averiguar nada sobre su naturaleza.

Los reportes que revisa son variados: algunos aterradores, otros francamente ridículos; una de sus víctimas estaba en el psiquiátrico, internado de por vida; otro le había escrito poemas que lo convirtieron en poeta maldito; otro dirigió una película inspirada en ella y ahora tenía un Oscar al lado de la cama; otro más quedó en la pobreza mientras otro vivía de los millones que ganó con la pintura que le dedicó.

Micaela era, sin duda, el ente más extraño que había capturado la Organización en México.

Su teléfono empieza a sonar, el hombre contesta:

- ¿Ya la tienen?
- Si, estamos rodeando el lugar
- Excelente, llegaremos tan rápido como podamos.
- Si señor, ¿quiere que intentemos…?
- ¡No! escúcheme bien, si sus hombres tratan de detenerla antes de que lleguemos, van a terminar muertos, ¿entiende?
- Señor, con todo respeto, es sólo una mujer, mis hombres…
- ¡NO!, ¡si tratan de atraparla van a morir!, escúcheme: ella no es débil ni está indefensa, tiene tanta fuerza y es tan poderosa que puede despedazar a todo su equipo, ¡NO INTENTEN DETENERLA!, ¿entendió esta vez, Capitán?

Después de un silencio incrédulo, el Capitán responde:

- Está bien, Agente, tenemos el perímetro asegurado y esperamos su llegada.
- Muchas gracias.

El Capitán nunca había visto tantas precauciones por una mujer ordinaria, pero sus años de experiencia le recomendaban obedecer primero y preguntar después.

Claro que no había forma en que alguien de su nivel supiera que esta mujer no es ordinaria.

Minutos después, el Agente llega con el equipo especial, el Capitán y sus hombres continúan vigilando a la chica.

- ¿Qué tenemos, Capitán?
- El Objetivo está en el tercer piso, frente a la ventana de la derecha Agente, casi no hay testigos ni posibilidad de bajas.
- ¿Cómo que “casi”? el perímetro tendría que estar libre en 300 metros a la redonda.
- Lo sé señor, pero no podemos retirar el auto que está en la esquina frente al edificio, hay alguien dormido adentro y decidimos cubrir el vehículo para no provocar una reacción de pánico del ocupante.
- Bueno, no es muy ortodoxo, pero estuvo bien pensado.

Un miembro del equipo especial se acerca a ambos.

- Señor, el equipo está listo.
- Muy bien, Coronel, a mi señal, entran al departamento y aseguran al Objetivo.

Los minutos pasan, la tensión empieza a recorrer los músculos y los nervios de los hombres que vigilan el edificio, dos de ellos apuntan con rifles de alto poder a la chica, que sigue frente a la ventana, viendo hacia la esquina de enfrente.

Micaela

El sol calienta su piel, el viento refresca sus ojos, puede sentir la brisa que la envuelve, una sensación tibia y agradable la invade y hace que se sienta en paz, equilibrada y feliz.

Siempre siente lo mismo cuando ve a Miguel.

Desde la ventana del tercer piso, dentro del departamento en el que pasó los cinco años más felices de su existencia, Micaela observa a Miguel dormido dentro del auto, lo vio cuando estaba por escapar y dejar atrás para siempre a la Organización y sus estupideces, había guardado lo más valioso que tenía en una maleta, iba a ser libre al fin.

Y entonces lo vio.

Gonzalo y Martín estacionaron el viejo Mercedes frente al edificio, ayudaron a Miguel, que estaba cantando al borde del llanto, a recostarse dentro del auto y lo dejaron ahí.

Micaela sabía que tenía que salir volando del departamento o la Organización la alcanzaría, pero ver a Miguel de nuevo, luego de quince días de soledad, revivió ese calor tan agradable que sentía cuando estaba con él.

Entonces se dio cuenta, si iba a ser libre, solo quería serlo si Miguel estaba con ella.

¿Qué caso tendría si no?

¿De qué te sirve disfrutar el sol, la lluvia, el viento y la tierra si no puedes compartirlo?

¿De qué sirve vagar sin rumbo, si nunca tienes un hogar al cual llegar?

- Podrás volar tan lejos como quieras, pero no es divertido si él no está ahí para que lo cubras con tus alas.

La reflexión la tomó por sorpresa, habló sin darse cuenta y supo que era verdad.

Entonces se fijó en el láser rojo que atravesaba el polvo del departamento e iba a parar en su frente, observó a su alrededor y se dio cuenta que la Organización estaba ahí, lista para lanzarse sobre ella y encerrarla de nuevo en esa maldita jaula.

El Agente estaba al lado del Mercedes, el Coronel a su lado dando órdenes sin quitarle la vista de encima, estaban muy cerca de Miguel, y Micaela sabía muy bien que la Organización no se detiene ante nada, si el Agente necesitaba ejecutar a Miguel para capturarla de nuevo, lo haría sin dudar.

Si se le ocurre hacer eso, lo voy a volar en pedazos.

Micaela se asustó, no estaba acostumbrada, no podía contener sus sentimientos, pero rara vez había sentido los dos más poderosos en su interior, sólo sabía que si aquellos a los que odiaba se atrevían a dañar a quien ella amaba, iba a enseñarles de lo que era capaz.

Miguel

Abrió los ojos justo cuando el sol empezaba a calentar el interior del coche, tenía la boca seca, le dolían los brazos y las piernas, los músculos del cuello estaban tensos, tenía los ojos irritados y además jaqueca, sin embargo, lo que robó su atención fue la persona que estaba a su izquierda y el cañón del revólver que apuntaba a su cabeza.

Su mente pasó del estado posterior al sueño a la alarma total en un segundo, se dio cuenta que el grito que escuchaba dentro de su sueño lo había seguido, era la voz de Micaela.

- ¡MIGUEL!

En cuanto la vio, dejó de preocuparse por la situación, el mundo se detuvo, el viento pareció ir más lento, el calor se convirtió en una sensación tibia y agradable, que por un segundo lo hizo sentir en paz y a salvo.

Hasta que recordó que entre Micaela y él había un tipo de traje negro, que le apuntaba a través de la ventana.

- ¡MIGUEL!

Bajó la ventanilla, el tipo de negro habló:

- No hagas idioteces, Miguel, si eres tan amable.
- ¡MI AMOR!
- ¡Aquí estoy, Mic!

Pudo sentir como la atmósfera se relajaba, casi pudo escuchar cómo Micaela suspiraba.

El hombre de negro habló de nuevo:

- ¡Tranquila, Micaela!, ¡si te entregas ahora, sin pelear, dejaré ir a Miguel!
- ¡Déjame verlo!

El tipo se movió hacia el frente del auto sin dejar de apuntarle, Micaela se cubrió los ojos para poder verlo.

- ¿Qué demonios está pasando, Mic?
- Lo siento amor, creo que no he sido cien por ciento honesta contigo.
- ¿Neta?, ¡no me había dado cuenta!

A pesar de la situación, ambos sonrieron, Miguel siempre se las arreglaba para hacerla reír, y él trataba de hacerla reír siempre que podía.

- Lo siento, amor. Estos tipos me están buscando, creen que soy peligrosa y vienen por mí.
- Ni lo pienses, Mic.
- Amor, te van a matar.
- Ya te dije que ni pensarlo.
- No puedo dejar que te hagan daño, no me lo perdonaría.

La tristeza en los ojos de Micaela no tenía igual, Miguel no puede recordar cuándo fue la última vez que vio una mirada tan triste y al mismo tiempo tan relajada y calmada, recordó el día en que se conocieron, supo, sin pensarlo, que ella era la única mujer para él.

- No pienso perderte, Mic.
- Nunca vas a perderme, amor, siempre estaré contigo.
- ¿En persona?, porque no pienso aceptar menos que eso.

El Agente preparó el arma, Miguel no se movió, Micaela lo miró directo a los ojos.

- No quiero que te hagan daño.
- Mic, si el Agente K me dispara me tiene sin cuidado, no quiero perderte de nuevo, estos quince días han sido los peores de mi vida.
- ¿De verdad?
- Lo juro, antes de conocerte sentía que al mundo le faltaba algo, los últimos quince días no sólo le faltaba algo… le faltaba todo.

Micaela sonrió

- No te creo.
- Te lo juro por Madonna, Mic.

El Agente acercó el revólver a la sien de Miguel.

- ¿Tienes que entregarte Micaela!
- ¿Amor?
- Dime, Mic.
- ¿De verdad quieres estar conmigo para siempre?

Por toda respuesta, Miguel miró al Agente y le dijo:

- Hermano, si pretendes llevártela y encerrarla en Dios sabe dónde, lo vas a tener que hacer sobre mi cadáver.

El Agente se preparó para jalar el gatillo, pero Micaela empezó a reír y ambos la miraron.

- ¿Estás seguro de eso?
- Totalmente, Mic.
- Si salimos de esta, ¿prometes perdonarme por lo que pasó?
- Mic, te perdoné desde que escuché tu voz, desde el momento en que te vi y desde antes que me despertaras.

Micaela sonrió y Miguel supo que todo iba a estar bien.

El Capitán

Las balas habían dejado de pasar sobre su cabeza, todo estaba calmado.

Los francotiradores se habían disparado mutuamente, una bala atravesó los ojos de ambos; el Coronel y el Agente habían vaciado los cargadores de sus armas en el otro, los dos equipos de la Organización se dispararon entre sí.

El Capitán había sobrevivido sólo por una razón: él era el número impar del grupo, se tiró al suelo en cuanto comenzaron los disparos, y como no había quién lo matara, la fuerza que salió de Micaela y desató el infierno lo había evitado.

Frente a él, un espacio vacío marcaba el lugar donde el Mercedes había estado estacionado, de donde partió con dos ocupantes para no volver a ser visto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario