- ¿Sabe a
lo que se está enfrentando?
El
director me mira, severo, está esperando que me asuste y desista, pero esta
historia es muy buena para dejarla ir.
- Claro
que sé a lo que me enfrento doctor, esta no es mi primera entrevista.
- No me
venga con eso, lo conozco muy bien y sé el tipo de trabajo que realiza, esto no
se parece a nada que haya hecho antes.
- Lo
dudo, ya he hablado con psicópatas antes…
- Ahí es
donde se equivoca, Moreno; Emilio no es psicópata, ni sociópata, ni atraviesa
por ningún tipo de enfermedad crónica; es cierto, tuvo alucinaciones y un brote
sicótico… pero él no está loco, al menos no en el sentido en que usted lo
interpreta.
El
silencio se mete entre los dos, los minutos pasan y yo no me muevo, simplemente
sostengo la mirada severa del director, dándole a entender que no voy a ceder,
ni voy a desistir de mi petición.
- Está
bien, no diga que no se lo advertí.
- Anotado
queda, doctor, pase lo que pase usted podrá zafarse sin problemas.
- No se
trata de eso, no sea estúpido… simplemente no quiero poner en riesgo a nadie,
ni a Emilio ni a usted.
- Lo
tendré en cuenta, no dejaré que su locura se me contagie.
El
director me mira exasperado, si no tuviera tanta experiencia, creería que actúa
como si supiera algo que yo no.
- Está
bien, supongo que es inevitable ahora que sus jefes presionaron para que se
concediera esta entrevista… ¿me acompaña, señor Moreno?
El
director camina a lo largo del pasillo, dejamos atrás el pabellón de los
enfermos comunes, la caminata termina en una puerta enorme, de doble hoja, por
la cual entra un torrente de luz proveniente del patio.
Ahí, a la
luz del sol, abandonado y exiliado del mundo, Emilio pinta varios cuadros al
día, el director me lleva hasta una mesa, donde me quedo esperando a que se
haga la presentación formal.
-
¿Emilio?
No se
nota perturbado, solamente levanta la mirada del dibujo que está haciendo y
mira al director, un escalofrío recorre su cuerpo, puedo notarlo de inmediato.
- ¿Sí?
- Mira,
te presento a Fernando Moreno, es un reportero…
- Si, he
oído de él antes, ¿es entrevistador, cierto?
Aprovecho
el pie para meterme en la conversación, y de paso ver si me deshago del
director.
- El
mismo, a tus órdenes, Emilio.
- Mucho
gusto, señor Moreno.
El
director mira a mi espalda, su fiel gorila, un guardia de casi dos metros,
asiente con la cabeza, el doctor se levanta y dice:
- Bueno,
los dejo entonces para que hablen tranquilamente.
Emilio
baja la mirada y concluye un par de líneas en su dibujo, yo me siento frente a
él y lo miro fijamente, esperando que de señales de que se está concentrando en
la entrevista.
- Dígame,
señor Moreno ¿le gustan las flores?
Y así
empieza mi entrevista con el criminal más famoso de la última década, el hombre
que quemó viva a su novia, la mutiló y luego de matarla siguió atacando el
cadáver porque insistía en que todavía estaba viva e iba a regresar por él.
- No soy
un hombre de flores, Emilio, ¿a ti te gustan?
- Desde
que estoy aquí son lo único que alegra mi día, por eso el director me deja
aquí.
El
silencio pasa entre ambos, por un momento pienso que se ha olvidado de mí y
volvió a encerrarse en su mundo, pero Emilio levanta la vista y me mira:
- Supongo
que ha venido a entrevistarme, ¿no es así?
- Así es,
Emilio, mi editor me encargó que viniera a hablar contigo.
- Muy
bien, ¿qué es lo que quieren saber ahora?
Su mirada
es penetrante y cansada, se nota que está harto de repetir la misma historia
una y otra vez, empiezo a entender porqué el director siente escalofríos al verlo,
pero claro, yo no soy un simple siquiatra, así que saco mi grabadora y me lanzo
a lo desconocido:
- ¿Porqué
no me cuentas qué fue lo que viviste?
2.
Aquél era
un viernes como cualquiera, iba a ser fin de semana largo, salí del
departamento después de cumplir con mi pelea diaria con Daniela, subí a mi auto
y me largué a la oficina, iba atorado en el tráfico cuando empezó la pesadilla.
Tengo un
viejo Golf, ya sabes, un GTI de hace dos o tres generaciones, es de esos autos que
te da pequeños consejos en la pantalla, por ejemplo: “cambiar de velocidad a
bajas revoluciones ahorra gasolina”, ya sabes, datos inútiles y consejos de
ahorro.
Ese
viernes, mientras escuchaba la radio, vi que en la pantalla aparecía: “Vas a
morir” entre los mensajes, pensé que había visto mal, y al fijarme de nuevo el
mensaje era diferente.
No sé por
qué, empecé a sentir mucho miedo.
Cuando me
bajé del auto en el estacionamiento de mi oficina, empecé a pensar en Daniela.
Llegué a
mi cubículo y sentí vibrar mi celular, era el tradicional mensaje de disculpas,
que por alguna razón me hizo sentir un escalofrío gélido.
Contesté
el mensaje, desayuné y empecé a trabajar, a las 12 de la mañana, dos compañeros
fueron a invitarme al festejo del cumpleaños de uno de los gerentes, les dije
que iría y miré de nuevo mi computadora, los títulos de los correos habían
cambiado, decían cosas como “muerte”, “mutilación”, “desmembrar”, etc. todas
las letras estaban en rojo.
No podía
creer lo que veía, cerré los ojos por miedo y cuando volví a abrirlos todo era
normal.
Volví a
pensar en Daniela, sin saber por qué.
A las 4
de la tarde llegamos al bar en el que íbamos a festejar al gerente, estuve
platicando, tomando algunos tragos y bailando con algunas de mis compañeras,
eran casi las 10 de la noche cuando cometí la estupidez de ir al baño.
Entré,
fui hacia los mingitorios y oriné, escuchaba golpes rítmicos en el metal de las
puertas de los excusados, así que asumí que una pareja estaría teniendo sexo,
les grité para que hicieran menos ruido para evitar que los descubrieran, y
empecé a lavarme las manos en el lavabo.
Estaba a
punto de secarme las manos cuando escuché un golpe y vi como las puertas de los
excusados quedaban abiertas.
Estaban
vacías.
Completamente
vacías.
Sin
parejas, sin ocupantes, sin alguien subido en la taza jugando bromas estúpidas.
Nada.
Entonces se
abrieron las llaves del agua, el lavabo tenía la salida cerrada y empezó a
llenarse.
Estaba
aterrado, paralizado por el miedo, miraba las llaves y el agua acumulada como
un perfecto estúpido, entonces sentí un par de manos, delicadas, delgadas y
femeninas, sobre mis hombros.
Miré el
espejo y vi un rostro femenino, pálido, con los ojos vacíos, que me miraba
fijamente y sonreía, tenía el cabello mojado y pegado a las mejillas, la boca y
los párpados se notaban enrojecidos, irritados, el centro de las pupilas, que
debía ser negro, era blanco por completo.
No tuve
tiempo de gritar, ni de sentir pánico, ni de paralizarme como en las películas,
con una fuerza sobrehumana, la mujer me empujó hacia el lavabo desbordante de
agua.
Por unos
segundos no entendí qué pasaba, podía escuchar una risotada mientras veía pasar
burbujas frente a mis ojos, cerré los párpados y cuando los abrí de nuevo mi
visión se nubló, no por la falta de aire, sino por el agua de la llave, traté
de gritar, levanté los brazos y toqué las manos de aquella espantosa mujer, se
sentían heladas, como tocar hielo seco.
Empecé a
luchar con más fuerza cuando me di cuenta que no podía respirar y las burbujas
que había visto era el aire escapando de mis pulmones, tiré patadas y sentí
como las suelas de mis botas golpeaban huesos que en un par de ocasiones crujieron,
pude torcer uno de sus dedos (el meñique de la izquierda, creo) y sentí cómo se
estrellaba dentro de mi puño, sin embargo, la mujer no me soltó.
Empecé a
escuchar un desmadre fuera del baño, grité como pude y sentí como la mujer me
levantaba y me empujaba de nuevo hacia el lavabo, parecía que quería golpearme
contra la llave y dejarme inconsciente, luché y me resistí pero aún así seguía
debajo del agua, empecé a sentir que mis pies resbalaban en el suelo y concluí
que no me quedaba mucho tiempo, fue entonces que recordé que la puerta estaba
cerca de los lavabos, quizás si lograba patear el pomo de la puerta los que
estaban afuera podrían entrar.
Tomé
impulso y solté una patada alta que alcanzó la cerradura, las manos no dejaban
de empujarme hacia el agua y yo escuchaba cada vez más alboroto, volví a patear
y escuché cómo el marco de la puerta tronaba, entonces una pierna congelada se
recargó sobre mi rodilla e inmovilizó mi pierna.
Entré en
pánico, supe que era mi fin, pero entonces me di cuenta que mis brazos estaban
libres, levanté el brazo derecho y solté un golpe a las costillas de la mujer,
pude sentir cómo cedían, ella se resbaló y sin pensarlo, lancé la pierna hacia
la puerta y reventé la cerradura.
Escuché
gritos, reclamos, voces y me di cuenta que no sentía ningún peso sobre los
hombros, un par de manos femeninas me tomaron por la espalda, pero esta vez
eran las de Mariana, podía ver su rostro preocupado en el espejo cuando me
ayudó a incorporarme.
Entre
varios, me sacaron del bar a la calle.
Dicen que
grité, que maldije a un “espantajo de mujer” y que exigía que la detuvieran.
Yo sólo
recuerdo los brazos de Mariana rodeando mis hombros.
Me
dejaron sentado en una banca sobre el camellón frente al bar, mis compañeros y
amigos discutían con meseros y encargados, al final, un amigo y mi jefe
convencieron al gerente del restaurante de que no había manera en que me
hubiera provocado las heridas que tenía en la espalda, y que era estúpido
pensar que quise suicidarme ahogándome como lo hice, lo que me lanzó al borde
de la locura fue escuchar a mi jefe decir:
- Que no
hubiera nadie con él cuando entramos no quiere decir que no lo hayan atacado como
él dice.
A partir
de ahí, todo fue mecánico y no lo recuerdo muy bien, dicen que le dije a Mariana:
“fue un error haber preferido a Daniela”, dicen que abrí el maletero del Golf y
saqué un bate y una navaja, dicen que salí de ahí quemando llanta.
Los
vecinos dicen que llegué con el motor apagado, aprovechando la bajada de la
calle y que dejé el auto atravesado, dicen que entré con sigilo, aferrando en
una mano el bate y en otra un crucifijo, dicen que me acerqué a la puerta del
departamento que compartí con Daniela por 10 meses rezando el Padre Nuestro.
Dicen que
abrí con mucha calma, dicen que grité al entrar, dicen que destrocé la puerta y
entré gritando como salvaje, dicen que no encendí la luz y empecé a soltar
golpes, dicen que los golpes empezaron cuando prendí la luz, dicen que sólo
gritaba, dicen que más bien rezaba, dicen que decía incoherencias, dicen que
pregunté porqué y que dije que dejarnos era más fácil que lo que había pasado,
dicen que primero hablé y luego la ataqué, dicen que primero le rompí el cráneo
con el bate y luego hablé.
Yo sólo
recuerdo que, al abrir la puerta del departamento, la perilla estaba helada;
recuerdo haber visto mi aliento condensado al entrar y caminar hacia la sala;
recuerdo que al encender la luz el color rojo quedó grabado con fuego dentro de
mi cerebro; también recuerdo que supe que Daniela no había salido del
departamento en todo el día.
Pero lo
que me aterró, lo que arrancó gran parte de aquella noche de mi memoria, fue lo
que estaba en el sillón de la sala, ahí, bajo una cobija y con una de mis
camisas sucias puesta, estaba la mujer de la sonrisa macabra, la de los ojos
blancos, el espantajo pálido de párpados enrojecidos que casi me había
asesinado en el bar hacía menos de una hora.
Estaba
tan aterrado que solté un batazo sin pensarlo, pensé que le iba a partir la
cabeza en dos, pero lo que ocurrió fue que se despertó y empezó a hablar, las
cosas que me dijo me sacaron de quicio y entonces empecé a golpear y a acuchillar
a la mujer aquélla hasta que dejé de escuchar su voz.
Lo
siguiente que supe fue que estaba en custodia de la policía, y me acusaban de
haber hecho cachitos a Daniela.
3.
- Y esa,
Moreno, es toda la historia.
Por un
segundo me quedo callado, esperaba alguna confesión adicional, un comentario,
algo extraño que saliera de su boca, pero nada, Emilio seguía tan callado como
siempre.
- ¿Eso es
todo?
Emilio
suspira, parece fastidiado, mira su dibujo y le quita alguna mancha con la
manga de su uniforme, sin levantar la mirada de las líneas en el papel, me
dice:
- ¿Qué
esperabas escuchar, Moreno?, ¿Alguna teoría conspirativa?, ¿Quieres que diga
que Daniela murió porque guardaba demasiados secretos?, ¿Qué formaba parte de
algún culto que la ejecutó?, ¿Qué descubrí que era la amante de algún
importante y la maté con su bendición?, ¿Quieres una anécdota sobrenatural que
rolar en tu televisora?
Emilio me
tomó por sorpresa, no me esperaba esa reacción, la versión que acaba de darme
es la misma que me dieron en la redacción, es la misma que dio en sus
declaraciones, es la misma que repitió una y otra vez hasta que, un par de
meses atrás y ya bajo la protección del Psiquiátrico, le dio por decir que todo
había sido una alucinación, seguramente provocada por el estrés y algún ritual
extraño que Daniela hizo en el departamento para espantarlo.
La
versión del director, en pocas palabras.
- Claro
que no, quiero la verdad, quiero tu
verdad… ¿así fue cómo pasó?
Emilio
vuelve a remover una mancha del dibujo, mira hacia el frente con ojos cansados,
gira y clava su mirada en mí.
- No, no
fue así como pasó… todo fue una maldita alucinación, ¿entiendes?, todo lo
imaginé porque estaba demasiado estresado y sugestionado para pensar en otra
cosa, lo hilvané todo en mi cerebro para justificar el accidente que tuve en el
baño del bar, el ataque fue la salida que mi mente encontró para todos mis
problemas con Daniela y la pésima relación de pareja que llevábamos… nada del
otro mundo, un arranque psicótico de alguien con problemas previos, Moreno.
Le
sostengo la mirada por unos segundos, esto fue una pérdida de tiempo… pensé que
iba a abrirse conmigo y a hablar sobre los extraños rumores que surgieron luego
de que destazó a Daniela; pensé que me hablaría de lo que encontró al entrar al
departamento y que la policía identificó como un ritual de magia negra; pensé
que iba a soltarse y hablar del miedo atávico que los vecinos le tenían a su
mujercita; pensé que me platicaría sobre las viejas ratas de sacristía que
fueron sus vecinas de piso durante diez meses y que ahora pagan una misa
semanal para darle gracias a Dios por la muerte de Daniela, y para pedir
bendiciones para el alma de Emilio…
Sin más,
apago la grabadora y salgo del patio, el gorila me escolta hasta la oficina del
director, las últimas impresiones que intercambio con él no agregan nada
interesante a mi reporte.
4.
Cuando
Moreno salió del patio, dejó a Emilio mirando su dibujo y pensando en todo lo
que había pasado desde aquel día.
Al
principio había sufrido bastante, no podía dormir, se desesperaba contando la
misma historia una y otra vez, sin encontrar a una sola persona que le creyera,
finalmente, los doctores y peritos determinaron que era incapaz de afrontar el
juicio, que sus acciones eran claramente consecuencia de alguna enfermedad
mental no atendida, algún viejo trauma o la situación sofocante de su relación
con Daniela.
El día en
que se resignó y aceptó lo que decían los doctores se sintió mejor, se relajó,
se puso en manos de especialistas y esperó que todo aquello fuera la respuesta
a sus problemas, deseó que el tratamiento alejara para siempre sus miedos.
Siendo
objetivos, la terapia y las medicinas todavía no lograban ahuyentar el horror y
el miedo de aquel día, pero si habían logrado convencerlo de que todo estaba en
su mente, él no fue víctima de ningún ritual de magia negra, simplemente su
cerebro había reordenado todo para hacerle creer que esa era la verdadera razón
detrás de las atrocidades que cometió, aceptarlo era el primer paso para una
recuperación completa.
El
segundo paso, sin embargo, era el que le estaba costando más trabajo.
Emilio
retocó algunos detalles del dibujo y pasó a la siguiente hoja, antes de empezar
su nueva obra, levantó la mirada del papel.
Ahí,
frente a él, sangrando como el día en que la mató, con el cabello mojado y
pegado a las mejillas, la piel blanca y helada, los ojos vacíos de pupilas
blancas y la maldita sonrisa de siempre, el espantajo en el que Daniela se había
convertido después de que su ritual fallara en el bar lo miraba fijamente.
Sé que no
estás ahí, sé que no existes, eres un fragmento de mi imaginación.
Una gota
de sangre, gruesa, espesa y casi negra, cae de la frente del ente hacia el
papel inmaculado sobre el cual Emilio recarga el lápiz, ignorando de nuevo al
espanto, empieza a dibujar de nuevo, no sin antes tratar de limpiar la sangre
del papel.
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