martes, 21 de septiembre de 2010

Poder

El baile de máscaras…

El maldito baile de máscaras…

Eso era todo lo que al imbécil del Juez le preocupaba…

Después de dejar tanta muerte y pestilencia por los alrededores…

Después de abandonar al pueblo y fortificarse con su grupo de idiotas…

Después de dejar que los menos favorecidos murieran de hambre y peste…

Después de Ella…

Su propia imagen lastimera reflejada en el espejo era la muestra de la misericordia y respeto que el Juez mostraba por la vida humana, su casa estaba vacía, no se oía un solo ruido dentro de ella, aunque en el exterior, los gritos de dolor y pánico que soltaban los habitantes del Valle lo tenían metido dentro de un sopor, el coro de voces de aquellos pobres condenados a morir de esa asquerosa enfermedad, esa peste que contaminaba todo, que infectaba todo, que lo pudría todo, que robaba la vida y la esperanza a las pocas e infelices almas que quedaban por allí, lo volvía loco.

Llegaban a su mente lastimada escasos recuerdos, vagas memorias de días felices, de años mejores, de cosas que algún día fueron buenas, de luz, de color, de amor… pero entonces todo se tornó negro, todo fue muriendo, el mundo se fue sumiendo en sus propias pesadillas desde que el Juez había tomado el poder, aquél cerdo y sus amigos se habían hecho ricos a costillas del sufrimiento del pueblo, habían cometido todo tipo de barbaries, de blasfemias, de injurias, nada podía detener su gula y su violencia, su lujuria y su asquerosa peste que lentamente asesinaba a la comarca…

No eran pocos los que decían que aquél grupo de depravados atrincherados tras el Muro, en sus bellas casas, en sus adorables jardines, a donde no llegaba la muerte ni la realidad, podían vivir felices e impunes gracias a sus pactos de magia negra, la misma que provocaba la enfermedad que los estaba exterminando…

Él recordaba los últimos días que había pasado junto al lecho de muerte de Ella, mirándola a los ojos, diciéndole que se curaría, platicándole que el sacerdote, que aún seguía ayudándolos a pesar de que el obispo se encontraba atrincherado con Ellos, decía que si confiaban en Dios, aquella peste maldita no los tocaría, no los dañaría, no los mataría…eso antes de morir por lo mismo, un par de días antes que Ella, quien juró al momento de fallecer esperarlo del otro lado, donde ya vería como todo sería mejor, sin muerte, sin dolor, sin enfermedad...

Con su muerte se extinguió para Él la esperanza, los deseos de vivir, las ganas de seguir adelante, no comía, no se movía, no podía pensar en nada que no fuera el dolor.

Un par de días después de que Ella partiera, sus pensamientos se enturbiaron al enterarse que Ellos, ajenos a la peste, la muerte y la desesperación, habían decidido celebrar un baile de máscaras en el centro de su guarida, fingiéndose ajenos a lo que ocurría del otro lado del Muro, fingiendo ignorar los gritos de ayuda, ignorando hasta su propia responsabilidad en la maldición que había caído sobre el Valle.

Después de dos noches en vela, Él se convenció de que si había magia negra protegiendo a quienes estaban del otro lado de ese maldito Muro, sólo existía una fuerza superior, pero no la de Dios, sino la del origen de esa magia maldita que cubría todo el Valle...

Pasó días haciendo ritos e invocaciones, se había quedado prácticamente solo en el Valle, no quedaban más que unos cuantos enfermos que morirían en unas horas, al igual que él, que ya estaba infectado por la poderosa enfermedad…

Mientras tanto, del otro lado del Muro, los guardias, contratados por el Juez y aprobados por Ellos, observaban a través de los modernos monitores todo lo que pasaba afuera, había visto los efectos de aquella maldita peste como quien mira un partido de fútbol, habían acribillado a tiros a las pobres almas que habían tratado de salvarse, vigilaban todo el tiempo, con órdenes solamente de matar a quien tratara de trasponer el Muro.

En aquél momento, observaron como cuatro figuras, ataviadas con túnicas negras y caretas espantosas, usadas para purificar el aire que respiraban los portadores, que por momentos parecían remedar los atuendos usados por los médicos siglos atrás durante la epidemia de peste original, se aceraban a la puerta y prendían el intercomunicador…

- ¿Bueno?
- Sí, ¿quiénes son ustedes?
- Eh, somos la banda que contrató el señor Juez para el baile de máscaras, disculparán los atuendos, pero necesitábamos este tipo de precauciones ante esta…enfermedad.
- Esperen un minuto por favor…
- Eh, bueno, no es que quiera ser grosero, pero ¿podrían darse prisa? No es nada agradable estar aquí afuera…

Minutos después entraban en la zona protegida de aquella peste maldita, parecía increíble que sólo un muro separara la vida de la muerte, la dicha de la desesperación, el hedonismo de los peores sufrimientos…

Segundos después, un grupo de aquéllos soldaditos de plomo, comandado por un hombre gordo, alto y asqueroso, cuyo rostro mostraba las señales inequívocas de la degradación del alma propia de los depravados, y que resultó ser el Juez en persona, encaró a los enmascarados…

- Quítense esos malditos atuendos o mis muchachos los llenarán de plomo…

El grupo no lo hizo oír dos veces, dos hombres y dos mujeres se desprendieron de las horrendas caretas que semejaban enormes picos, y de los pesados capuchones negros untados de un medicamento, el Juez escudriñó sus rostros, se veían algo diferentes de lo que los recordaba, pero sin duda eran ellos.

- Pónganse a trabajar, el baile es esta noche y quiero que mis invitados recuerden sus buenos tiempos…

Los cuatro jóvenes comenzaron a montar sus instrumentos, una guitarra, un bajo y un teclado eran su equipo eléctrico, mientras que cargaban con elementos de una batería que agregaron a la que ya estaba disponible en el lugar, para antes de que la fiesta empezara, todo estaba listo…

Mientras comenzaba la bacanal, los muchachos se dedicaron a tocar las piezas más accesibles de su repertorio mientras observaban a toda aquella maraña de viejos, jóvenes, casi niños incluso, hombres y mujeres, sumidos en aquella bacanal obscena, cometiendo excesos de todo tipo, al comer, al beber, violándose unos a otros por turnos o simultáneamente…

El placer desaforado…que estaba a punto de terminar…

- Bueno... ¿Me escuchan, damas y caballeros? disculpen que interrumpamos el concierto, pero queremos informarles que está por llegar un invitado muy especial…

Las caras de asombro de los presentes contrastaban con la asquerosa figura gorda y deforme del Juez, quien empezaba a gritar a los músicos…

- ¿Qué diablos significa esto?, ¡yo no di autorización de que trajeran a nadie más!

Con un gesto, el líder de la banda, el más joven, interrumpió al Juez…

- ¡Cierra el pico, cerdo asqueroso! ¡Tú, al igual que todos aquí, serán condenados esta noche! ¡Han asesinado, han violado, ultrajado, robado y cometido todo tipo de excesos a costa de la muerte de la gente del Valle! -su tono de voz se hizo muy grave – y eso no quedará impune, malditos…

Con un ligero movimiento del brazo, indicó a los presentes el centro del salón, donde, entre las luces opacas de la iluminación, en medio de un círculo rojizo, un ente alto, ataviado con una túnica roja, aparecía…

- Les presento al Ángel de la Muerte, quien ha venido, junto con nosotros, invocados por una de sus múltiples víctimas, nosotros, los únicos capaces de romper los pactos que las miserables brujas de este lugar hicieron para quedar impunes ante sus crímenes y que el mal cayera sobre la gente del Valle…

La voz del joven era extraordinariamente seca, grave, oscura, heló la sangre de todos, los hizo presas de los peores presentimientos, los hizo tener miedo por primera vez desde que aquella aventura maldita empezara, ¿habían pretendido vivir para siempre? Qué ilusos eran…

Un grito pavoroso se elevó a las alturas cuando el ente de rojo extendió el brazo derecho, sin levantar el rostro, y mostró a los presentes la cabeza cercenada de uno de los guardias, entonces todos cayeron en la cuenta de que la túnica del ente no era roja, sino blanca, pero habría de ser completamente roja, eso era seguro…

Muchos años después de esto, cuando por fin cayeron derrotados los Ejércitos Negros, los sobrevivientes de la resistencia pudieron ocupar la ciudad maldita, alguna vez en aquellos lugares estuvo emplazada la ciudad más grande del mundo, una bella ciudad, un hermoso lugar, pero los Ejércitos Negros la habían destruido, salvo por sus pequeñas fortalezas a las que esa maldita peste que casi extermina a todos, no podía entrar…

Aquellos sobrevivientes pudieron contemplar el Valle, pudieron dar reposo a los restos que yacían allí, pudieron trasponer el Muro y encontrar el lugar maldito, donde parecía que los seres del infierno que habían destrozado a los Ejércitos Negros habían comenzado a aparecer, un lugar lleno de esqueletos desmembrados, con evidencias de incendio, el cual fue clausurado y abandonado, donde se decía que se alzaban pavorosos gritos por las noches, los gritos de los condenados que el Diablo se había llevado con él por sus atrevimientos…

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