El viento frío que suele recorrer el centro de la capital desde que el tiempo es tiempo se pasea entre las calles y da vueltas alrededor de la plancha rodeada de edificios que es el centro de la ciudad, nadie pasea por allí, es domingo y las calles se han vaciado desde las cinco de la tarde, para esta hora de la noche, todos los que vieron el Super Bowl están en casa, y el centro del universo se queda solo.
Ahí, en el
centro del Zócalo, está Lucía, con las piernas flexionadas y el rostro entre
las rodillas, parece estar dormida, pero mil ideas atraviesan su mente, acaba
de perderlo todo, sólo quedaron veinte pesos en su cartera y la ropa
que lleva puesta.
Con los ojos
cerrados se pierde en los recuerdos del partido, levanta el rostro, se quita el
cabello de la cara, dejando expuesta su nariz recta, sus carnosos labios y su
delgado cuello al frío, la inmensidad de la noche la hace consciente de su
situación, ante la cual sólo puede gritar:
- ¡Maldito
seas, Big Ben!
El grito
retumba en el Zócalo, el eco recorre los portales bajo el Hotel de la Ciudad,
un hombre alto observa la escena en la oscuridad y enciende un cigarro, Lucía
observa la luz y decide irse, más por costumbre que por preocupación, camina
hacia el único lugar en el que sabe que será bien recibida, el Café del Diablo.
La mujer se
acerca a un portón, en lugar de un timbre, hay un tablero con los números del
uno al nueve, el Café del Diablo, para los que no lo sepan, es el único en la
ciudad que está abierto cuando todos los demás cerraron, es uno de los lugares
favoritos del hampa y de la ciudad oculta, su dueño, un sujeto conocido como El
Diablo, mantiene grandes medidas de seguridad para impedir que las autoridades
sepan de su negocio, con tal de mantener a su exclusiva clientela.
La primera
vez que Lucía estuvo ahí fue para celebrar las ganancias de un épico partido,
en el cual San Francisco derrotó por un solo punto a Nueva York, cuando su ex
novio se acercó a la puerta, ella le preguntó cuál era la clave para entrar, él
sonrió y dijo:
- ¿Has visto
Pulp Fiction, guapa?
La chica
sonríe al marcar 666 y abrir, pocas personas conocen la puerta y menos
conocen la clave, pero todos concuerdan en que el Café del Diablo es uno de los
lugares más extravagantes de la ciudad, los grandes y los buenos han tenido
momentos memorables ahí, muchos turistas han dejado recuerdos en ofrenda
al Diablo por permitirles la entrada al Café, por ejemplo, un VHS firmado por
Quentin Tarantino; un tololoche con las firmas de los integrantes de Café Tacuba
que cuelga de una viga; un balón firmado por Diego que descansa en una repisa
junto a un casco de Ayrton Senna; el techo del Café está decorado con un mural
de David Alfaro Siqueiros llamado El Diablo y El Mundo.
Es en este
lugar, iluminado por luces rojas que le dan un aspecto mortecino, donde Lucía
sabe que será recibida sin problemas debido a un favor que le deben, como
siempre, el Diablo espera a sus clientes, en cuanto ve a Lucía se deshace en
atenciones:
- ¿Cómo has
estado?
- Del
carajo, acabo de perderlo todo en las galeras del Tritón.
- ¿Se puede
saber con quién fuiste esta vez?
- Acereros,
pocos imaginaban que Green Bay fuera a ganar.
En ese
momento el Diablo y Lucía escucharon unos pasos en la escalera, y luego vieron aparecer
la figura del hombre que espiaba a Lucía desde los portales. La mujer
sintió algo de aprehensión, era obvio que el tipo conocía el Café, la clave y
al Diablo.
- Buenas
noches, Sr. Rubio.
- Mi estimado
Diablo, ponme lo de siempre, por favor.
El Diablo se
fue hacia la barra, Rubio le sonrió a Lucía y se sentó a su mesa, ella lo miró
con desconfianza, más cuando el tipo preguntó:
- ¿Cómo te
llamas?
- Te vale
madre, ¿no?
- Es una
simple pregunta.
- Me llamo Lucía.
- ¿Te puedo
preguntar por qué estabas maldiciendo a Ben Roethlisberger, Lucía?
- Eso
también te vale madre, ¿no?
- Esa
también es una simple pregunta.
El Diablo la
mira y con un gesto le indica que no reaccione así:
- El Sr.
Rubio es cliente desde hace años, no deberías hacerlo enojar, princesa.
- Está bien,
no te hago enojar entonces, maldije al Big Ben porque no pudo volver a hacer magia,
como contra Arizona.
- ¡Vaya!,
sabes más de lo que parece, pero no podías esperar que el rayo cayera dos veces
en el mismo lugar.
- Eso no se
podía saber.
- Claro que
sí, conozco varios que apostaron por Rodgers y ahora están desplumando al Tritón.
- Bueno,
Rubio, si no te molesta, ¿me podrías decir que deseas de mí?
La respuesta
de Lucía provocó pánico en el Diablo, la mujer sintió una punzada en el
estómago, pero sintió algo más cuando vio a Rubio poner un revólver sobre la
mesa.
- Vamos a
tener un problema si no moderas tus modales.
- Te pido
una disculpa, no sabía que mi pregunta fuera a molestarte de esa manera.
- Dejémoslo
pasar, entonces.
Los minutos
se enlazaron, el Diablo cruzó el Café para dejar una bebida frente a Rubio, Lucía
notó que regresó a la barra, lo que la hizo preocuparse más, Rubio rompió el
silencio para decir:
- Verás,
princesa, también soy un apostador, tengo otros talentos y vicios, pero las
apuestas me divierten, antes de que maldijeras a Big Ben te vi encender un
cigarro, tienes encendedor, ¿no?
- Si, aquí
está.
Lucía sacó
un encendedor con un hermoso diseño de corazones, diamantes, tréboles y picas
grabadas, lo conservaba porque lo había ganado jugando volados contra El Doble,
un conocido apostador, Rubio le dijo:
- Es hermoso,
el mío a veces enciende y a veces no, sé que tienen fama de no fallar, ¿el tuyo
falla?
- Nunca, siempre
enciende.
- Supongo
que sólo es el mío, entonces.
Lucía apenas
puede creer la conversación que está teniendo, más cuando Rubio cambia el tema.
- ¿Te gustan
los autos, princesa?
- Depende.
- ¿Depende?
¿de qué, de la marca?
Lucía,
conocida en todos los garitos de apostadores de la metrópoli, la mujer con fama
de ruda, empezó a sentir un profundo miedo que le apretaba el corazón, no tenía
idea de qué contestar, y la sonrisa de Rubio no la tranquilizaba.
- Bueno, no
es lo mismo un Ferrari que un Nissan, ¿o sí?
- ¿Preguntas
o aseguras, princesa?
Rubio
parecía estarse divirtiendo, un estruendo en la barra llamó la atención de los
dos, el Diablo sostenía una escopeta, miró a Rubio y le gritó:
- Lucía
también es muy apreciada aquí, Rubio, deja de jugar y si vas a hacer tu
numerito, ¡hazlo de una vez!
Los ojos de
Rubio no expresaban nada, por un tenso minuto, todos guardaron silencio.
- Está bien,
Diablo, sólo estaba jugando. Tienes razón Lucy, no es lo mismo un Ferrari que
un Nissan, así como no es lo mismo un auto nuevo que irte caminando, ¿no crees?
- ¿Qué
tienes en mente?
- Es muy
sencillo, como mi encendedor nunca ha funcionado bien, me gusta retar a los que
creen ciegamente en ellos, como tú.
Mientras
hablaba, Rubio había puesto sobre la mesa las llaves de un auto y una factura, Lucía
no podía creerlo.
- Yo te
apuesto mi coche nuevo, que está estacionado a la vuelta, a que tu encendedor,
igual que todos los Zippo, no puede encender diez veces seguidas.
- ¿Qué? ¡Todos
saben que estas cosas encienden mientras tengan combustible!
- Lo cual me
lleva a tu parte de la apuesta: ya que estás tan segura, si tú pierdes y el encendedor
no enciende diez veces seguidas, yo te corto un dedo.
- ¿Estás
enfermo? ¿Y qué hago después? ¿Jugar a las cartas con la izquierda?
- Tranquila,
princesa, nunca dije que te fuera a rebanar el pulgar, es más, soy razonable,
¿qué te parece el meñique?, tu mano sería funcional sin el dedo más pequeño, y
sólo porque me agrada tu actitud, te doy chance que sea el meñique de la
izquierda.
Lucía no
podía salir de su asombro, ¿de dónde había salido aquel cabrón?, llega de la
nada, como fantasma, y le hace la apuesta más loca que ha escuchado, ella ha
visto el encendedor prender diez, veinte, cien veces sin problemas, siempre sirve,
a la primera.
- ¿Cómo sé
que no es una trampa?
- ¿A qué te
refieres?
- ¿Cómo sé qué
haces esta apuesta porque sabes que no puedes perderla?
- Se ve que
no sólo eres una cara bonita, Lucy… dale el marcador Diablo, ¿quieres?
- No es la
primera vez que Rubio apuesta su auto, es cierto que varios han perdido un
dedo, pero él también ha perdido doce coches así.
- ¿En serio?
- ¿Te
acuerdas del Mala Suerte?, su mala racha terminó el día que se ganó un Audi A6.
Lucía
recordaba bien al Mala Suerte, hacía años, el apostador más famoso de la
ciudad, el As, los tomó bajo su tutela luego de un asalto fallido, durante años
les enseñó todo lo que sabía, y cuando se retiró, la Princesa y Mala Suerte
forjaron sus reputaciones, Rafael había desaparecido hacía años, y Lucía no
olvidaba que la única apuesta que había perdido contra él fue la que le dio el
encendedor del As, después de eso Lucía no descansó hasta quitarle el
encendedor a El Doble, el otro gran apostador de la ciudad, con el desprecio
reflejándose en su cara, la mujer respondió:
- ¿Así que
perdiste una apuesta de éstas con el Mala Suerte?
- ¿Supongo
que eso quiere decir que también quieres terminar tu mala racha, entonces?
- ¿Cómo lo
hacemos?
-
¡Excelente, Lucy!, ¡Diablo, tráenos una tabla y el cuchillo más filoso que
tengas!
Minutos
después, Lucía tiene el encendedor en la mano derecha y apoya la izquierda
sobre la tabla, Rubio sostiene el cuchillo, listo para caer sobre el dedo de Lucía,
desde el otro lado de la barra el Diablo no pierde detalle de la acción,
ninguno de los apostadores se lo pidió, pero a su lado está una hielera llena,
el reloj marca las tres, y la suerte de los apostadores es tanta, que ningún
otro cliente ha llegado al Café.
- Recuerda,
princesa, debe encender diez veces seguidas y el coche…
Rubio y el
Diablo se quedan pasmados, sin palabra alguna, sin voltear a ver el encendedor,
Lucía había hecho funcionar el mecanismo, la llama tiembla, coronando su mano.
- Sí que
tienes valor, he de reconocerlo, recuerda que debe encender…
Lucía, que aprendió
esta táctica del As, había cerrado el encendedor, extinguiendo la flama, y
mientras Rubio repetía la frase había vuelto a activar el mecanismo, sin
ponerse nerviosa, sin dejar de retar a Rubio con la mirada; la flama de nuevo
corona su mano, Rubio dejó pasar un momento antes de seguir, que Lucía
aprovechó para cerrar otra vez el encendedor.
- Ya van
dos, faltan ocho para que el coche… ¡carajo!
El Zippo se
enciende de nuevo, Rubio empieza a desesperarse, la chica sonríe por primera
vez desde la intercepción de Green Bay.
- Querrás
decir que faltan siete, querido, ¿te estás poniendo nervioso?
- Está bien
princesa, te faltan siete, tómate tu tiempo o arriésgate a… ¡puta madre!
La cuarta
vez que Lucía hace funcionar el encendedor, la llama de nuevo corona su mano,
la chica sonríe y mira el encendedor.
- Lo siento,
querido, se me resbaló.
- Hazlo como
quieras, entonces.
A través de
la flama, la mujer responde:
- Eso estoy
haciendo, guapo.
Los ojos
cafés de Rubio observaron a través de la flama a Lucía.
- Eso, sigue
confiada, presiento que… ¡carajo!
El Diablo,
que observa la batalla desde la barra, no quiere perder detalle de lo que pasa,
por quinta vez, en menos de cinco minutos, Lucía había hecho la luz en su mano,
vuelve a cerrar el encendedor.
La expresión
en el rostro de Rubio no podía ser peor, en especial cuando, Lucía vuelve a
accionar el mecanismo y la flama surge de nuevo sobre sus dedos, la chica
cierra de nuevo el encendedor y sin perder tiempo vuelve a accionarlo, la flama
surge otra vez y hiere los ojos de Rubio, la mujer no había cambiado de
posición el encendedor, se sentía tan confiada del final de su mala racha que
ni siquiera pensaba en el cuchillo o en su meñique, expuesto sobre la tabla.
Después de
cerrar el encendedor, Lucía vuelve a accionarlo, la flama vuelve a surgir,
acabando cada vez más con el buen ánimo con el que Rubio había llegado al Café,
sin embargo, aún tuvo ánimo para tratar de intimidarla:
- Te faltan
dos ¿sientes cómo aumenta la…?
Rubio no
pudo completar la frase, no podía quitar los ojos de la flama que por novena
vez corona la mano de Lucía, la mujer apagó el encendedor esta vez como si
fuera una vela, Rubio la dejó hacer, sólo esperaba el intento final, incapaz de
sostenerle la mirada a Lucía, que esta vez se tomó un respiro para pedir algo:
- Diablito,
tráeme otra cuba, ¿quieres?
- ¿Qué? ¡Vamos
Lucía, no puedes hacerme esto!
- Tranquilo,
muchacho, para cuanto regreses mi mala racha habrá terminado y quiero
celebrarlo.
El Diablo no
podía creerlo, tenía que dejar la escena más emocionante que había visto en el
Café en años, para ir a preparar el trago de la victoria, dejó a Rubio con los
hombros caídos, los ojos fijos en el encendedor y la mano empuñando el cuchillo
reposando sobre su rodilla, Lucía lo veía triunfante del otro lado de la mesa,
con la mano relajada y el meñique aún expuesto, el Diablo entró a la pequeña
cocineta del Café para preparar el trago, mientras mezcla el ron y el refresco,
puede sentir la tensión del momento decisivo, el silencio domina el Café, el
Diablo, con la vista fija en la ventana, cortó una rodaja del limón para
colocarla en el vaso, mientras el sonido del mecanismo del encendedor que se
ponía en funcionamiento por décima vez llega hasta sus oídos.
- ¡NO MAMES!,
¡NO!
Eso fue todo
lo que el Diablo escuchó, seguido del sonido que hace un cuchillo al caer sobre
una tabla, un grito y pasos desesperados que terminaron en la barra, donde
siempre había un trapo, seguido del sonido de mesas que se vuelcan y pasos que
corrían hacia la calle, después el silencio reinó en el Café, el Diablo dudó un
momento, abrió la puerta y vio la escena:
Rubio había
levantado las mesas y arreglado algunas sillas, en la mesa quedaron el cuchillo
y la tabla, testigos del resultado; había dos rastros de sangre en el suelo,
uno llegaba hasta la salida y se perdía en la calle de Madero; el otro iba de
la mesa a la barra, con pequeños charcos entre las sillas y las mesas, las
llaves del coche habían desaparecido, Rubio interrumpió las reflexiones del
Diablo con una carcajada, en la mano derecha sostenía el dedo meñique de la
mano izquierda de Lucía.
- Aquí te
dejo tu propina, Diablito.
El Diablo
sintió un escalofrío cuando Rubio dejó en la mesa un billete de mil pesos y
puso encima el dedo mutilado, por primera vez reparó en el brillo en la mirada
de Rubio, que no había notado en las apuestas anteriores.
Rubio, que
no dejó de reír, se tomó la cuba que Lucía había ordenado y se dirigió a la
escalera, bajó con calma y salió a la calle mientras sus carcajadas seguían
llegando hasta los oídos del Diablo, que tomó el dedo y lo metió en la hielera,
quizás Lucía regresaría, ¿o debería buscarla?
El sonido de
disparos llenó el ambiente, el Diablo contó seis tiros de revólver, un Mágnum
.357 igual a la de Rubio, y seis tiros calibre .38, iguales a los que Lucía
tenía en su propia arma.
Los rayos
del sol iluminan los movimientos de la policía, que en una esquina de Madero
recoge un cadáver, a pesar de que disparó su arma, el Agente Nicolás Rubio no hirió
a su atacante, que dejó rastros de sangre en el pavimento y en la acera frente
al cadáver y escapó sin dejar pistas, la expresión en el rostro de Rubio hizo
que la policía asumiera que fue sorprendido por alguien que no esperaba ver.
El Diablo
esperó que Lucía regresara, pero ella había respetado la máxima de los apostadores:
cuando pierden una apuesta siempre pagan, las cuentas personales se arreglan de
otro modo, como Lucía había hecho, el dedo aún se conserva en el Café, dentro
de una botella de ron, el mismo Diablo me contó que espera a que Lucía regrese
para volver a servirle su trago preferido utilizando el ron de la botella,
sonríe al recordarla, y está seguro que no dudará en tomarse la cuba preparada
con ese ron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario