jueves, 8 de octubre de 2020

El Hombre de los Portales


El viento frío que suele recorrer el centro de la capital desde que el tiempo es tiempo se pasea entre las calles y da vueltas alrededor de la plancha rodeada de edificios que es el centro de la ciudad, nadie pasea por allí, es domingo y las calles se han vaciado desde las cinco de la tarde, para esta hora de la noche, todos los que vieron el Super Bowl están en casa, y el centro del universo se queda solo.

Ahí, en el centro del Zócalo, está Lucía, con las piernas flexionadas y el rostro entre las rodillas, parece estar dormida, pero mil ideas atraviesan su mente, acaba de perderlo todo, sólo quedaron veinte pesos en su cartera y la ropa que lleva puesta.

Con los ojos cerrados se pierde en los recuerdos del partido, levanta el rostro, se quita el cabello de la cara, dejando expuesta su nariz recta, sus carnosos labios y su delgado cuello al frío, la inmensidad de la noche la hace consciente de su situación, ante la cual sólo puede gritar:

- ¡Maldito seas, Big Ben!

El grito retumba en el Zócalo, el eco recorre los portales bajo el Hotel de la Ciudad, un hombre alto observa la escena en la oscuridad y enciende un cigarro, Lucía observa la luz y decide irse, más por costumbre que por preocupación, camina hacia el único lugar en el que sabe que será bien recibida, el Café del Diablo.

La mujer se acerca a un portón, en lugar de un timbre, hay un tablero con los números del uno al nueve, el Café del Diablo, para los que no lo sepan, es el único en la ciudad que está abierto cuando todos los demás cerraron, es uno de los lugares favoritos del hampa y de la ciudad oculta, su dueño, un sujeto conocido como El Diablo, mantiene grandes medidas de seguridad para impedir que las autoridades sepan de su negocio, con tal de mantener a su exclusiva clientela.

La primera vez que Lucía estuvo ahí fue para celebrar las ganancias de un épico partido, en el cual San Francisco derrotó por un solo punto a Nueva York, cuando su ex novio se acercó a la puerta, ella le preguntó cuál era la clave para entrar, él sonrió y dijo:

- ¿Has visto Pulp Fiction, guapa?

La chica sonríe al marcar 666 y abrir, pocas personas conocen la puerta y menos conocen la clave, pero todos concuerdan en que el Café del Diablo es uno de los lugares más extravagantes de la ciudad, los grandes y los buenos han tenido momentos memorables ahí, muchos turistas han dejado recuerdos en ofrenda al Diablo por permitirles la entrada al Café, por ejemplo, un VHS firmado por Quentin Tarantino; un tololoche con las firmas de los integrantes de Café Tacuba que cuelga de una viga; un balón firmado por Diego que descansa en una repisa junto a un casco de Ayrton Senna; el techo del Café está decorado con un mural de David Alfaro Siqueiros llamado El Diablo y El Mundo.

Es en este lugar, iluminado por luces rojas que le dan un aspecto mortecino, donde Lucía sabe que será recibida sin problemas debido a un favor que le deben, como siempre, el Diablo espera a sus clientes, en cuanto ve a Lucía se deshace en atenciones:

- ¿Cómo has estado?
- Del carajo, acabo de perderlo todo en las galeras del Tritón.
- ¿Se puede saber con quién fuiste esta vez?
- Acereros, pocos imaginaban que Green Bay fuera a ganar.

En ese momento el Diablo y Lucía escucharon unos pasos en la escalera, y luego vieron aparecer la figura del hombre que espiaba a Lucía desde los portales. La mujer sintió algo de aprehensión, era obvio que el tipo conocía el Café, la clave y al Diablo.

- Buenas noches, Sr. Rubio.
- Mi estimado Diablo, ponme lo de siempre, por favor.

El Diablo se fue hacia la barra, Rubio le sonrió a Lucía y se sentó a su mesa, ella lo miró con desconfianza, más cuando el tipo preguntó:

- ¿Cómo te llamas?
- Te vale madre, ¿no?
- Es una simple pregunta.
- Me llamo Lucía.
- ¿Te puedo preguntar por qué estabas maldiciendo a Ben Roethlisberger, Lucía?
- Eso también te vale madre, ¿no?
- Esa también es una simple pregunta.

El Diablo la mira y con un gesto le indica que no reaccione así:

- El Sr. Rubio es cliente desde hace años, no deberías hacerlo enojar, princesa.
- Está bien, no te hago enojar entonces, maldije al Big Ben porque no pudo volver a hacer magia, como contra Arizona.
- ¡Vaya!, sabes más de lo que parece, pero no podías esperar que el rayo cayera dos veces en el mismo lugar.
- Eso no se podía saber.
- Claro que sí, conozco varios que apostaron por Rodgers y ahora están desplumando al Tritón.
- Bueno, Rubio, si no te molesta, ¿me podrías decir que deseas de mí?

La respuesta de Lucía provocó pánico en el Diablo, la mujer sintió una punzada en el estómago, pero sintió algo más cuando vio a Rubio poner un revólver sobre la mesa.

- Vamos a tener un problema si no moderas tus modales.
- Te pido una disculpa, no sabía que mi pregunta fuera a molestarte de esa manera.
- Dejémoslo pasar, entonces.

Los minutos se enlazaron, el Diablo cruzó el Café para dejar una bebida frente a Rubio, Lucía notó que regresó a la barra, lo que la hizo preocuparse más, Rubio rompió el silencio para decir:

- Verás, princesa, también soy un apostador, tengo otros talentos y vicios, pero las apuestas me divierten, antes de que maldijeras a Big Ben te vi encender un cigarro, tienes encendedor, ¿no?
- Si, aquí está.

Lucía sacó un encendedor con un hermoso diseño de corazones, diamantes, tréboles y picas grabadas, lo conservaba porque lo había ganado jugando volados contra El Doble, un conocido apostador, Rubio le dijo:

- Es hermoso, el mío a veces enciende y a veces no, sé que tienen fama de no fallar, ¿el tuyo falla?
- Nunca, siempre enciende.
- Supongo que sólo es el mío, entonces.

Lucía apenas puede creer la conversación que está teniendo, más cuando Rubio cambia el tema.

- ¿Te gustan los autos, princesa?
- Depende.
- ¿Depende? ¿de qué, de la marca?

Lucía, conocida en todos los garitos de apostadores de la metrópoli, la mujer con fama de ruda, empezó a sentir un profundo miedo que le apretaba el corazón, no tenía idea de qué contestar, y la sonrisa de Rubio no la tranquilizaba.

- Bueno, no es lo mismo un Ferrari que un Nissan, ¿o sí?
- ¿Preguntas o aseguras, princesa?

Rubio parecía estarse divirtiendo, un estruendo en la barra llamó la atención de los dos, el Diablo sostenía una escopeta, miró a Rubio y le gritó:

- Lucía también es muy apreciada aquí, Rubio, deja de jugar y si vas a hacer tu numerito, ¡hazlo de una vez!
Los ojos de Rubio no expresaban nada, por un tenso minuto, todos guardaron silencio.
- Está bien, Diablo, sólo estaba jugando. Tienes razón Lucy, no es lo mismo un Ferrari que un Nissan, así como no es lo mismo un auto nuevo que irte caminando, ¿no crees?
- ¿Qué tienes en mente?
- Es muy sencillo, como mi encendedor nunca ha funcionado bien, me gusta retar a los que creen ciegamente en ellos, como tú.

Mientras hablaba, Rubio había puesto sobre la mesa las llaves de un auto y una factura, Lucía no podía creerlo.

- Yo te apuesto mi coche nuevo, que está estacionado a la vuelta, a que tu encendedor, igual que todos los Zippo, no puede encender diez veces seguidas.
- ¿Qué? ¡Todos saben que estas cosas encienden mientras tengan combustible!
- Lo cual me lleva a tu parte de la apuesta: ya que estás tan segura, si tú pierdes y el encendedor no enciende diez veces seguidas, yo te corto un dedo.
- ¿Estás enfermo? ¿Y qué hago después? ¿Jugar a las cartas con la izquierda?
- Tranquila, princesa, nunca dije que te fuera a rebanar el pulgar, es más, soy razonable, ¿qué te parece el meñique?, tu mano sería funcional sin el dedo más pequeño, y sólo porque me agrada tu actitud, te doy chance que sea el meñique de la izquierda.

Lucía no podía salir de su asombro, ¿de dónde había salido aquel cabrón?, llega de la nada, como fantasma, y le hace la apuesta más loca que ha escuchado, ella ha visto el encendedor prender diez, veinte, cien veces sin problemas, siempre sirve, a la primera.

- ¿Cómo sé que no es una trampa?
- ¿A qué te refieres?
- ¿Cómo sé qué haces esta apuesta porque sabes que no puedes perderla?
- Se ve que no sólo eres una cara bonita, Lucy… dale el marcador Diablo, ¿quieres?
- No es la primera vez que Rubio apuesta su auto, es cierto que varios han perdido un dedo, pero él también ha perdido doce coches así.
- ¿En serio?
- ¿Te acuerdas del Mala Suerte?, su mala racha terminó el día que se ganó un Audi A6.

Lucía recordaba bien al Mala Suerte, hacía años, el apostador más famoso de la ciudad, el As, los tomó bajo su tutela luego de un asalto fallido, durante años les enseñó todo lo que sabía, y cuando se retiró, la Princesa y Mala Suerte forjaron sus reputaciones, Rafael había desaparecido hacía años, y Lucía no olvidaba que la única apuesta que había perdido contra él fue la que le dio el encendedor del As, después de eso Lucía no descansó hasta quitarle el encendedor a El Doble, el otro gran apostador de la ciudad, con el desprecio reflejándose en su cara, la mujer respondió:

- ¿Así que perdiste una apuesta de éstas con el Mala Suerte?
- ¿Supongo que eso quiere decir que también quieres terminar tu mala racha, entonces?
- ¿Cómo lo hacemos?
- ¡Excelente, Lucy!, ¡Diablo, tráenos una tabla y el cuchillo más filoso que tengas!

Minutos después, Lucía tiene el encendedor en la mano derecha y apoya la izquierda sobre la tabla, Rubio sostiene el cuchillo, listo para caer sobre el dedo de Lucía, desde el otro lado de la barra el Diablo no pierde detalle de la acción, ninguno de los apostadores se lo pidió, pero a su lado está una hielera llena, el reloj marca las tres, y la suerte de los apostadores es tanta, que ningún otro cliente ha llegado al Café.

- Recuerda, princesa, debe encender diez veces seguidas y el coche…

Rubio y el Diablo se quedan pasmados, sin palabra alguna, sin voltear a ver el encendedor, Lucía había hecho funcionar el mecanismo, la llama tiembla, coronando su mano.

- Sí que tienes valor, he de reconocerlo, recuerda que debe encender…

Lucía, que aprendió esta táctica del As, había cerrado el encendedor, extinguiendo la flama, y mientras Rubio repetía la frase había vuelto a activar el mecanismo, sin ponerse nerviosa, sin dejar de retar a Rubio con la mirada; la flama de nuevo corona su mano, Rubio dejó pasar un momento antes de seguir, que Lucía aprovechó para cerrar otra vez el encendedor.

- Ya van dos, faltan ocho para que el coche… ¡carajo!

El Zippo se enciende de nuevo, Rubio empieza a desesperarse, la chica sonríe por primera vez desde la intercepción de Green Bay.

- Querrás decir que faltan siete, querido, ¿te estás poniendo nervioso?
- Está bien princesa, te faltan siete, tómate tu tiempo o arriésgate a… ¡puta madre!

La cuarta vez que Lucía hace funcionar el encendedor, la llama de nuevo corona su mano, la chica sonríe y mira el encendedor.

- Lo siento, querido, se me resbaló.
- Hazlo como quieras, entonces.

A través de la flama, la mujer responde:

- Eso estoy haciendo, guapo.

Los ojos cafés de Rubio observaron a través de la flama a Lucía.

- Eso, sigue confiada, presiento que… ¡carajo!

El Diablo, que observa la batalla desde la barra, no quiere perder detalle de lo que pasa, por quinta vez, en menos de cinco minutos, Lucía había hecho la luz en su mano, vuelve a cerrar el encendedor.

La expresión en el rostro de Rubio no podía ser peor, en especial cuando, Lucía vuelve a accionar el mecanismo y la flama surge de nuevo sobre sus dedos, la chica cierra de nuevo el encendedor y sin perder tiempo vuelve a accionarlo, la flama surge otra vez y hiere los ojos de Rubio, la mujer no había cambiado de posición el encendedor, se sentía tan confiada del final de su mala racha que ni siquiera pensaba en el cuchillo o en su meñique, expuesto sobre la tabla.

Después de cerrar el encendedor, Lucía vuelve a accionarlo, la flama vuelve a surgir, acabando cada vez más con el buen ánimo con el que Rubio había llegado al Café, sin embargo, aún tuvo ánimo para tratar de intimidarla:

- Te faltan dos ¿sientes cómo aumenta la…?

Rubio no pudo completar la frase, no podía quitar los ojos de la flama que por novena vez corona la mano de Lucía, la mujer apagó el encendedor esta vez como si fuera una vela, Rubio la dejó hacer, sólo esperaba el intento final, incapaz de sostenerle la mirada a Lucía, que esta vez se tomó un respiro para pedir algo:

- Diablito, tráeme otra cuba, ¿quieres?
- ¿Qué? ¡Vamos Lucía, no puedes hacerme esto!
- Tranquilo, muchacho, para cuanto regreses mi mala racha habrá terminado y quiero celebrarlo.

El Diablo no podía creerlo, tenía que dejar la escena más emocionante que había visto en el Café en años, para ir a preparar el trago de la victoria, dejó a Rubio con los hombros caídos, los ojos fijos en el encendedor y la mano empuñando el cuchillo reposando sobre su rodilla, Lucía lo veía triunfante del otro lado de la mesa, con la mano relajada y el meñique aún expuesto, el Diablo entró a la pequeña cocineta del Café para preparar el trago, mientras mezcla el ron y el refresco, puede sentir la tensión del momento decisivo, el silencio domina el Café, el Diablo, con la vista fija en la ventana, cortó una rodaja del limón para colocarla en el vaso, mientras el sonido del mecanismo del encendedor que se ponía en funcionamiento por décima vez llega hasta sus oídos.

- ¡NO MAMES!, ¡NO!

Eso fue todo lo que el Diablo escuchó, seguido del sonido que hace un cuchillo al caer sobre una tabla, un grito y pasos desesperados que terminaron en la barra, donde siempre había un trapo, seguido del sonido de mesas que se vuelcan y pasos que corrían hacia la calle, después el silencio reinó en el Café, el Diablo dudó un momento, abrió la puerta y vio la escena:

Rubio había levantado las mesas y arreglado algunas sillas, en la mesa quedaron el cuchillo y la tabla, testigos del resultado; había dos rastros de sangre en el suelo, uno llegaba hasta la salida y se perdía en la calle de Madero; el otro iba de la mesa a la barra, con pequeños charcos entre las sillas y las mesas, las llaves del coche habían desaparecido, Rubio interrumpió las reflexiones del Diablo con una carcajada, en la mano derecha sostenía el dedo meñique de la mano izquierda de Lucía.

- Aquí te dejo tu propina, Diablito.

El Diablo sintió un escalofrío cuando Rubio dejó en la mesa un billete de mil pesos y puso encima el dedo mutilado, por primera vez reparó en el brillo en la mirada de Rubio, que no había notado en las apuestas anteriores.

Rubio, que no dejó de reír, se tomó la cuba que Lucía había ordenado y se dirigió a la escalera, bajó con calma y salió a la calle mientras sus carcajadas seguían llegando hasta los oídos del Diablo, que tomó el dedo y lo metió en la hielera, quizás Lucía regresaría, ¿o debería buscarla?

El sonido de disparos llenó el ambiente, el Diablo contó seis tiros de revólver, un Mágnum .357 igual a la de Rubio, y seis tiros calibre .38, iguales a los que Lucía tenía en su propia arma.

Los rayos del sol iluminan los movimientos de la policía, que en una esquina de Madero recoge un cadáver, a pesar de que disparó su arma, el Agente Nicolás Rubio no hirió a su atacante, que dejó rastros de sangre en el pavimento y en la acera frente al cadáver y escapó sin dejar pistas, la expresión en el rostro de Rubio hizo que la policía asumiera que fue sorprendido por alguien que no esperaba ver.

El Diablo esperó que Lucía regresara, pero ella había respetado la máxima de los apostadores: cuando pierden una apuesta siempre pagan, las cuentas personales se arreglan de otro modo, como Lucía había hecho, el dedo aún se conserva en el Café, dentro de una botella de ron, el mismo Diablo me contó que espera a que Lucía regrese para volver a servirle su trago preferido utilizando el ron de la botella, sonríe al recordarla, y está seguro que no dudará en tomarse la cuba preparada con ese ron.

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