Viernes, 28 de agosto.
Otro día
gris, la lluvia inunda la Ciudad de los Palacios desde la madrugada, el tráfico
es apocalíptico, todo está empapado y las calles están convertidas en ríos, la
gente se cuelga de los autobuses, de las cajas de los tractocamiones, de los
trolebuses y de donde se pueda con tal de llegar a casa y ponerse a cubierto lo
más pronto posible.
En medio
del caos, Miguel Ríos, un joven contador de 28 años, viene caminando sobre la
acera al lado de uno de los grandes ríos de la Ciudad, está empapado hasta los
huesos, no siente los dedos de los pies, sus manos están heladas y se aferran al
paraguas que lo protege de la lluvia, pequeñas cascadas corren desde el armazón
de sus anteojos hasta sus hombros, de sus hombros hacia sus codos, de sus codos
a sus piernas y de sus rodillas al piso, su ropa no puede absorber más agua.
A dos
cuadras de su casa, una avenida con camellón está convertida en un río salvaje,
Miguel mira la corriente mientras piensa que falta poco para llegar, si logro
cruzar este río, sin importar lo que pase, podré llegar a casa, tengo que
seguir y avanzar.
Haciendo
gala de una agilidad que no tiene, se las arregla para cruzar la primera parte
de la calle sobre un tope, evade un par de autos y alcanza la seguridad del
camellón ante la mirada incrédula de varios caminantes, sólo le falta la mitad
oriente para superar la prueba.
Entonces
se detiene. Se queda parado.
Los
pobres diablos que esperan a tener su suerte e intentar cruzar lo observan sin
poder creerlo, ya sólo le falta un pequeño esfuerzo para pasar, ¿qué diablos lo
detiene?
Miguel
sigue con las manos heladas, sigue sin sentir los dedos de los pies, sigue
recibiendo agua helada y aumentando el riesgo de sufrir una pulmonía, pero
todos sus sentidos, toda la capacidad de su mente, está fija en un punto frente
a él.
A menos
de veinte metros, sobre el camellón y en medio de los árboles, una mujer joven,
con cabello corto, rubia y de ojos azules, alta, poseedora de un cuerpo
escultural, baila y parece disfrutar de la tormenta que sigue inundando La
Metrópoli.
Miguel no
lo entiende, la mujer está igual de empapada que el resto de almas perdidas que
tienen que caminar hacia sus casas en un clima que haría que Stanley abandonara
la búsqueda de Livingston, sin embargo, no parece importarle, la chica parece
estar feliz con su situación actual.
La gente sigue
caminando, ellos tampoco entienden por qué Miguel está parado, pero no tienen
intenciones de detenerse a averiguarlo, ninguno ve a la mujer, cuya presencia
les importa menos todavía que la del joven contador en el camellón.
Impulsado
por algo que después describiría como “no-sé-qué”, Miguel se acercó a la mujer.
-
¿Disculpa?
La chica
lo miró asustada, por un segundo creyó ver pánico en su mirada, pero resultó
que solamente la tomó por sorpresa que alguien se detuviera a su lado en medio
de la tormenta, la sorpresa apenas la dejó hablar:
- ¿Sí?
- Lo
siento, quizás pienses que estoy molestando, pero ¿te sientes bien?
La chica lo
miró pensativa, como si nunca hubiera escuchado una voz humana, Miguel no pudo
recordar cuándo había sido la última vez que vio una mirada tan inocente, ella
sonrió y respondió:
- La
verdad no sé, nunca me habían preguntado eso antes.
Miguel
queda atrapado por la sonrisa, piensa en invitarla a tomar algo, en llevarla a
cenar, en seguir viendo ese rostro angelical.
- ¿No tienes
frío?
- Si,
aunque tenía tanto tiempo sin salir que apenas acabo de darme cuenta, creo que
sólo estaba disfrutando la lluvia.
- ¿No
quieres tomar algo?
La mirada
de la mujer se ilumina, vuelve a sonreír mientras mira a Miguel.
- ¡Sí!,
¿te gusta el café?
- ¿A
quién no?, ven, te invito uno.
Un par de
horas después, la noche cerrada cubre de oscuridad los rincones de la Ciudad,
la lluvia terminó hace rato, e incluso la ropa de Miguel y Micaela ya está
seca, durante todo ese tiempo han estado platicando en un café frente al
camellón donde se encontraron, se les quitó el frío y la conversación los hizo
olvidar todo lo que pasaba alrededor.
Había
algo extraño en la chica, eso ni dudarlo, Miguel no podía señalar exactamente
qué, parecía estar fuera de lugar en una ciudad como ésta, quizás sólo era
excéntrica, o quizás sólo estaba un poco loca, aunque pensándolo bien, ¿no lo
estamos todos?
Micaela
interrumpió sus reflexiones:
- Oye, ¿vives
cerca de aquí?
- A dos
cuadras nomás, ¿y tú?
- No, de
hecho, creo que estoy demasiado lejos de casa para alcanzar a llegar hoy,
¿crees que puedas darme asilo, al menos por esta noche?
- Pues no
abunda el espacio en mi casa, pero no creo que haya problemas para acomodarnos.
Micaela
lo mira a los ojos, Miguel siente un calor tibio y acogedor que recorre su
cuerpo, sin dejar de sonreír, la chica contestó:
- Mi
querido Miguel, estoy segura que eso no va a ser un problema.
Viernes, 05 de octubre
- Aquello
era como estar enamorado de un monumento o de una obra de arte.
- ¿A qué
te refieres?
- No
tenía principio ni fin, desbordaba los límites que quisieras imponerle, de
origen incierto y propósitos múltiples; única y especial como sólo el arte
puede serlo; con más corazón y alma que todos nosotros juntos, alguien cuya
ausencia se nota, en un mundo plagado de prescindibles; de esas personas que
les duelen todas las injusticias, de esos corazones que laten al ritmo del mar,
del viento, de la tierra mojada; alguien cuya fuerza y presencia hacen que el
suelo baile bajo tus pies, como en los terremotos.
- ¿Tan
grave está la cosa?
- Peor,
porque lo único que puede describirla bien ya que la conociste, es contar los
detalles del vacío que te dejó su ausencia.
El
silencio se impone luego del dramático final de la historia, Martín, Gonzalo y
Javier, los mejores amigos de Miguel, lo escuchan impresionados, no se han
movido de sus lugares, contienen la respiración para escuchar mejor, no prestan
atención al bar que los rodea y a su ambiente de viernes.
- ¿Y
cuánto duraron juntos?
- Cinco
años.
- ¿Y
cuándo dices que se fue?
- Hace
dos semanas.
- ¿Te
dejó por otro?
- Pues…
quién sabe.
- ¿Cómo
no vas a saber, Miguel? ¡No mames!
- Es la
verdad, hace quince días exactos, llegué a casa del trabajo y no la encontré.
- Pero
imagino que se llevó todas sus chingaderas, ¿o no?
Miguel
suspira, ha tratado de deshacerse de las pertenencias de Micaela desde ese día,
todas las mañanas se levanta con la firme intención de tirar todo a la basura,
y todas las noches lo encuentran abrazando alguna prenda, envuelto en una
manta, cobijado por algún recuerdo, y todas las cosas intactas.
- No, y
esa es la parte más rara de todo.
- ¿Qué va
a tener de raro? ¡Simplemente le valió madre, güey!
- No lo
sé…
- ¿Qué no
sabes? ¡Es obvio, cabrón!
Miguel mira
el vodka que tiene enfrente, se lo toma de un trago y sentencia la plática:
- Quizás,
aunque la verdad, nada cuadra.
Sábado, 06 de octubre.
Un auto
negro viaja hacia el sur de la ciudad, lo escoltan dos patrullas y dos
camionetas negras, en el asiento trasero, un hombre vestido con un traje negro
lee el archivo de Micaela en su tableta, la Organización la detuvo por primera
vez cinco años antes, después de cientos de reportes y años de investigación,
sin embargo, durante el tiempo que pasó en Contención no pudieron averiguar
nada sobre su naturaleza.
Los
reportes que revisa son variados: algunos aterradores, otros francamente
ridículos; una de sus víctimas estaba en el psiquiátrico, internado de por
vida; otro le había escrito poemas que lo convirtieron en poeta maldito; otro
dirigió una película inspirada en ella y ahora tenía un Oscar al lado de la
cama; otro más quedó en la pobreza mientras otro vivía de los millones que ganó
con la pintura que le dedicó.
Micaela
era, sin duda, el ente más extraño que había capturado la Organización en
México.
Su
teléfono empieza a sonar, el hombre contesta:
- ¿Ya la
tienen?
- Si,
estamos rodeando el lugar
-
Excelente, llegaremos tan rápido como podamos.
- Si
señor, ¿quiere que intentemos…?
- ¡No!
escúcheme bien, si sus hombres tratan de detenerla antes de que lleguemos, van
a terminar muertos, ¿entiende?
- Señor,
con todo respeto, es sólo una mujer, mis hombres…
- ¡NO!,
¡si tratan de atraparla van a morir!, escúcheme: ella no es débil ni está
indefensa, tiene tanta fuerza y es tan poderosa que puede despedazar a todo su
equipo, ¡NO INTENTEN DETENERLA!, ¿entendió esta vez, Capitán?
Después
de un silencio incrédulo, el Capitán responde:
- Está
bien, Agente, tenemos el perímetro asegurado y esperamos su llegada.
- Muchas gracias.
El
Capitán nunca había visto tantas precauciones por una mujer ordinaria, pero sus
años de experiencia le recomendaban obedecer primero y preguntar después.
Claro que
no había forma en que alguien de su nivel supiera que esta mujer no es
ordinaria.
Minutos
después, el Agente llega con el equipo especial, el Capitán y sus hombres
continúan vigilando a la chica.
- ¿Qué
tenemos, Capitán?
- El
Objetivo está en el tercer piso, frente a la ventana de la derecha Agente, casi
no hay testigos ni posibilidad de bajas.
- ¿Cómo
que “casi”? el perímetro tendría que estar libre en 300 metros a la redonda.
- Lo sé
señor, pero no podemos retirar el auto que está en la esquina frente al
edificio, hay alguien dormido adentro y decidimos cubrir el vehículo para no
provocar una reacción de pánico del ocupante.
- Bueno,
no es muy ortodoxo, pero estuvo bien pensado.
Un
miembro del equipo especial se acerca a ambos.
- Señor,
el equipo está listo.
- Muy
bien, Coronel, a mi señal, entran al departamento y aseguran al Objetivo.
Los
minutos pasan, la tensión empieza a recorrer los músculos y los nervios de los
hombres que vigilan el edificio, dos de ellos apuntan con rifles de alto poder
a la chica, que sigue frente a la ventana, viendo hacia la esquina de enfrente.
Micaela
El sol
calienta su piel, el viento refresca sus ojos, puede sentir la brisa que la
envuelve, una sensación tibia y agradable la invade y hace que se sienta en
paz, equilibrada y feliz.
Siempre
siente lo mismo cuando ve a Miguel.
Desde la
ventana del tercer piso, dentro del departamento en el que pasó los cinco años
más felices de su existencia, Micaela observa a Miguel dormido dentro del auto,
lo vio cuando estaba por escapar y dejar atrás para siempre a la Organización y
sus estupideces, había guardado lo más valioso que tenía en una maleta, iba a
ser libre al fin.
Y
entonces lo vio.
Gonzalo y
Martín estacionaron el viejo Mercedes frente al edificio, ayudaron a Miguel,
que estaba cantando al borde del llanto, a recostarse dentro del auto y lo
dejaron ahí.
Micaela
sabía que tenía que salir volando del departamento o la Organización la
alcanzaría, pero ver a Miguel de nuevo, luego de quince días de soledad,
revivió ese calor tan agradable que sentía cuando estaba con él.
Entonces
se dio cuenta, si iba a ser libre, solo quería serlo si Miguel estaba con ella.
¿Qué caso
tendría si no?
¿De qué
te sirve disfrutar el sol, la lluvia, el viento y la tierra si no puedes
compartirlo?
¿De qué
sirve vagar sin rumbo, si nunca tienes un hogar al cual llegar?
- Podrás
volar tan lejos como quieras, pero no es divertido si él no está ahí para que
lo cubras con tus alas.
La reflexión
la tomó por sorpresa, habló sin darse cuenta y supo que era verdad.
Entonces se fijó en el láser rojo que atravesaba el polvo del departamento e iba a
parar en su frente, observó a su alrededor y se dio cuenta que la Organización
estaba ahí, lista para lanzarse sobre ella y encerrarla de nuevo en esa maldita
jaula.
El Agente
estaba al lado del Mercedes, el Coronel a su lado dando órdenes sin quitarle la
vista de encima, estaban muy cerca de Miguel, y Micaela sabía muy bien que la
Organización no se detiene ante nada, si el Agente necesitaba ejecutar a Miguel
para capturarla de nuevo, lo haría sin dudar.
Si se le ocurre hacer eso, lo voy a volar
en pedazos.
Micaela
se asustó, no estaba acostumbrada, no podía contener sus sentimientos, pero
rara vez había sentido los dos más poderosos en su interior, sólo sabía que si
aquellos a los que odiaba se atrevían a dañar a quien ella amaba, iba a
enseñarles de lo que era capaz.
Miguel
Abrió los ojos justo cuando el sol empezaba a calentar el interior del coche,
tenía la boca seca, le dolían los brazos y las piernas, los músculos del cuello
estaban tensos, tenía los ojos irritados y además jaqueca, sin embargo, lo que
robó su atención fue la persona que estaba a su izquierda y el cañón del
revólver que apuntaba a su cabeza.
Su mente
pasó del estado posterior al sueño a la alarma total en un segundo, se dio
cuenta que el grito que escuchaba dentro de su sueño lo había seguido, era la
voz de Micaela.
-
¡MIGUEL!
En cuanto
la vio, dejó de preocuparse por la situación, el mundo se detuvo, el viento
pareció ir más lento, el calor se convirtió en una sensación tibia y agradable,
que por un segundo lo hizo sentir en paz y a salvo.
Hasta que
recordó que entre Micaela y él había un tipo de traje negro, que le apuntaba a
través de la ventana.
-
¡MIGUEL!
Bajó la
ventanilla, el tipo de negro habló:
- No
hagas idioteces, Miguel, si eres tan amable.
- ¡MI
AMOR!
- ¡Aquí estoy,
Mic!
Pudo
sentir como la atmósfera se relajaba, casi pudo escuchar cómo Micaela suspiraba.
El hombre
de negro habló de nuevo:
-
¡Tranquila, Micaela!, ¡si te entregas ahora, sin pelear, dejaré ir a Miguel!
- ¡Déjame
verlo!
El tipo se
movió hacia el frente del auto sin dejar de apuntarle, Micaela se cubrió los
ojos para poder verlo.
- ¿Qué
demonios está pasando, Mic?
- Lo
siento amor, creo que no he sido cien por ciento honesta contigo.
- ¿Neta?,
¡no me había dado cuenta!
A pesar
de la situación, ambos sonrieron, Miguel siempre se las arreglaba para hacerla
reír, y él trataba de hacerla reír siempre que podía.
- Lo
siento, amor. Estos tipos me están buscando, creen que soy peligrosa y vienen
por mí.
- Ni lo
pienses, Mic.
- Amor,
te van a matar.
- Ya te
dije que ni pensarlo.
- No
puedo dejar que te hagan daño, no me lo perdonaría.
La
tristeza en los ojos de Micaela no tenía igual, Miguel no puede recordar cuándo
fue la última vez que vio una mirada tan triste y al mismo tiempo tan relajada
y calmada, recordó el día en que se conocieron, supo, sin pensarlo, que ella
era la única mujer para él.
- No
pienso perderte, Mic.
- Nunca
vas a perderme, amor, siempre estaré contigo.
- ¿En
persona?, porque no pienso aceptar menos que eso.
El Agente
preparó el arma, Miguel no se movió, Micaela lo miró directo a los ojos.
- No
quiero que te hagan daño.
- Mic, si
el Agente K me dispara me tiene sin cuidado, no quiero perderte de nuevo, estos
quince días han sido los peores de mi vida.
- ¿De verdad?
- Lo
juro, antes de conocerte sentía que al mundo le faltaba algo, los últimos
quince días no sólo le faltaba algo… le faltaba todo.
Micaela
sonrió
- No te
creo.
- Te lo
juro por Madonna, Mic.
El Agente
acercó el revólver a la sien de Miguel.
- ¿Tienes
que entregarte Micaela!
- ¿Amor?
- Dime,
Mic.
- ¿De
verdad quieres estar conmigo para siempre?
Por toda
respuesta, Miguel miró al Agente y le dijo:
-
Hermano, si pretendes llevártela y encerrarla en Dios sabe dónde, lo vas a
tener que hacer sobre mi cadáver.
El Agente
se preparó para jalar el gatillo, pero Micaela empezó a reír y ambos la
miraron.
- ¿Estás
seguro de eso?
-
Totalmente, Mic.
- Si
salimos de esta, ¿prometes perdonarme por lo que pasó?
- Mic, te
perdoné desde que escuché tu voz, desde el momento en que te vi y desde antes
que me despertaras.
Micaela sonrió y Miguel supo que todo iba a estar bien.
El Capitán
Las balas
habían dejado de pasar sobre su cabeza, todo estaba calmado.
Los
francotiradores se habían disparado mutuamente, una bala atravesó los ojos de
ambos; el Coronel y el Agente habían vaciado los cargadores de sus armas en el
otro, los dos equipos de la Organización se dispararon entre sí.
El
Capitán había sobrevivido sólo por una razón: él era el número impar del grupo,
se tiró al suelo en cuanto comenzaron los disparos, y como no había quién lo
matara, la fuerza que salió de Micaela y desató el infierno lo había evitado.
Frente a
él, un espacio vacío marcaba el lugar donde el Mercedes había estado
estacionado, de donde partió con dos ocupantes para no volver a ser visto.