Los rayos
del sol acarician la ciudad, se derraman sobre las avenidas, caen sobre los
parques, se cuelan entre las grietas y rendijas, se introducen por las ventanas
de un viejo edificio en el centro, iluminan las obras de arte, las pinturas, las
esculturas, los grabados, las joyas artísticas producidas por las mentes del
país en los últimos siglos, tocan las mejillas de un joven, que duerme pegado a
una de las enormes ventanas de madera, lentamente se despierta, estira los
músculos que quedan adoloridos luego de dormir sobre la duela de la sala donde
se exhiben algunas pinturas de los genios que dio el país a principios del
siglo pasado, luego de desperezarse, el joven se asoma por el ventanal, se da
cuenta que ha llovido, los charcos reflejan un precioso cielo azul, y los rayos
del astro rey tejen hermosos brillos en sus orillas, alarmado, el joven sale
corriendo de la sala, recorre todo el pasillo hasta las escaleras centrales,
las que lo llevan brincando hasta la azotea, varios tambos con agua reflejan el
bellísimo día que se ha dejado caer sobre la capital, el joven cubre los tambos
tan rápido como puede, le tomó tiempo, pero aprendió que los rayos del sol son
perjudiciales para el agua recolectada… básicamente, la evaporan.
Ya con más
calma, el muchacho baja unas cuantas cubetas de la azotea, calcula rápidamente
y llega a la conclusión de que es suficiente para sus necesidades del día,
revisa sus provisiones luego del desayuno, necesitará salir más tarde a ver qué
puede encontrar.
El muchacho
se pasa el resto de la mañana leyendo libros sobre pintura, escultura, arte en
general, su materia preferida; el enorme edificio es el refugio perfecto, nadie
lo ha molestado y ciertamente el silencio que domina el recinto permite
escuchar perfectamente lo que pasa afuera, aunque desde un par de días atrás no
ha oído nada; sólo deja su refugio, cual si fuera un pequeño ratón, para
explorar los negocios y edificios aledaños, en busca de provisiones.
Cuando el
sol derrama su protección desde el oriente, el chico decide salir a buscar
comida, cautelosamente se acerca hasta el enorme portón principal del edificio,
lenta y cuidadosamente, corre la cerradura y destraba la puerta más pequeña, el
chirrido de los goznes resuena en todo el edificio, alcanzando ecos
notablemente siniestros en las estancias más alejadas del joven…
Abierta la
puerta, el muchacho se asoma y mira en todas direcciones, no hay nadie, como lo
esperaba, de modo que puede caminar seguro y buscar algo que comer, decide
rápidamente ir hacia el Zócalo, ya que la vez anterior encontró comida cerca de
ahí, cierra el portón del viejo edificio, y camina hacia un callejón que está
enfrente, toma algunos libros que quedaron abandonados en los puestos
callejeros y los mete en su maleta, al llegar a la siguiente calle descubre que
alguien voló la entrada del edificio del Banco, no encontró lo que buscaba, ya
que sólo había dejado un paquete en las escaleras, del cual escapaban billetes
de todas las denominaciones, el viento los esparcía por la calle, la cual lucía
tapizada de dinero… irónico ahora, dada su completa inutilidad.
El joven
tuvo suerte y en la casa de los azulejos encontró frutas, también halló
provisiones en un autoservicio no lejos de ahí, y algo de café en otro local
cercano, un pequeño lujo de cuando en cuando no caía mal… justo estaba por
salir de ahí cuando accidentalmente golpeó algo en el suelo, de pronto hubo
ruido de estática y el joven se asustó, pero de inmediato se percató que
alguien había abandonado un radio convencional…
El chico
regresó corriendo a su guarida, subió a toda prisa hasta el último piso, entró
en la sala donde dormía, frente a los cuadros consagrados, y
encendió la radio, buscó por todas las frecuencias de FM y AM inútilmente,
hasta que casi al final del FM escuchó algo, no le costó nada sintonizar la
señal, de inmediato se dio cuenta que era una estación del gobierno, una de las
dos que transmitía rock en la ciudad.
Durante
tres horas no escuchó más que música… ¡pero era tan agradable oír algo!...
quizás alguien estaba tratando de comunicarse, pero una expedición hasta
Coyoacán resultaría suicida dadas las circunstancias, además, si hubiera alguna
persona en la estación, probablemente hablaría a través de la frecuencia en
lugar de sólo poner música, lo más seguro era que los encargados dejaron los
aparatos encendidos y la computadora corriendo… quizás sólo para darle un poco
de esperanza a quién pudiera escucharlo… ¿cuánto tiempo tendría transmitiendo
así?.
En ese
momento, el joven aguzó el oído, ni siquiera necesitó bajar el volumen del radio, podía escuchar algo perfectamente, pero tuvo que apagarlo al repetirse
el sonido, necesitaba saber de dónde provenía…
De pronto,
el chico salió corriendo, bajó las escaleras, abrió con cuidado la puerta del
museo y se asomó a la calle… súbitamente, como si algo lo hiciera tomar
decisiones impulsivas, cerró la puerta y corrió hacia el Zócalo, un par de
calles después se detuvo, necesitaba saber la dirección, el sonido se repitió y
el joven corrió hacia la derecha, regreso una calle y siguió hasta el café
donde había encontrado el radio en la tarde, de nuevo escuchó algo, así que
corrió hasta un viejo edificio en la esquina, luego de correr hasta una puerta
de madera y cristal, el chico la empujó y se quedó quieto, no había nadie en el lugar, y la escasa luz que se filtraba por la ventana lo hacía ver
siniestro…
En ese
momento se volvió a escuchar el grito de la chica, y el muchacho entró
corriendo, subió los escalones y entró en la que alguna vez fue la bóveda más
custodiada del país…
Adentro
sólo había una chica que lloraba y gemía, gritaba al presionar la herida que al
parecer tenía en la pierna derecha, el joven no lo pensó dos veces, cargó a la
mujer y la sacó de ahí, ella no dejaba de gritar pero instintivamente guardó
silencio al salir a la calle, de camino el joven pasó por la tienda donde había
conseguido las provisiones esa mañana, tomó algunos medicamentos y algo para que la chica comiera, le puso el paquete con las cosas
entre los brazos y nuevamente la cargó, se hacía de noche cuando el joven llegó
con su invitada a la sala del museo, de inmediato tomó una de las
colchonetas sobre las que descansaba y en ella recostó a la mujer, tomó las
vendas y los medicamentos y después de revisar y vendar a la chica, la hizo
tomar medicina, luego de eso, la mujer cayó dormida, seguramente estaba
agotada, pensó el chico, mientras encendía de nuevo la radio y escuchaba música
a menor volumen que antes, el cielo se había nublado y algunos truenos
resonaban a lo lejos, de haber pasado más tiempo, la pobre chica pudo haber
muerto dentro de la bóveda, sin que nadie la escuchara…
La mañana
siguiente también fue magnífica, una lluvia torrencial, que seguro habría
dejado a la mujer sin ayuda, había dejado llenos los depósitos de agua
improvisados por el chico, después de cubrirlos y de bajar más agua de la
normal, el joven entró en la sala…
Encontró a
la chica sentada, mirando melancólicamente el hermoso cielo azul, ella lo miró
y el joven le sonrió, la muchacha se limitó a mirar de nuevo por la ventana, se
veía muy triste, pero a él no le importaba, ¡era bueno tener algo de compañía
después de tanto tiempo!, empezó a desayunar y puso el desayuno al alcance de su
compañera, no le insistió para que lo tomara, solamente le hizo saber que aquella
comida le pertenecía al ponerla cerca, estaba de buen humor y encendió la
radio, la música llenó la estancia e hizo que la chica lo mirara asombrada, él
se limitó a sonreír mientras masticaba y empezó a marcar el ritmo de la canción
con la punta del pie, ella trató de abalanzarse sobre la radio pero él se lo
impidió, la mujer lo miró y él negó con la cabeza, ella pareció entender y se
sentó de nuevo, para animarla, el joven de nuevo le ofreció la comida, esta
vez, ella aceptó su ofrecimiento…
Él no la
dejó levantarse, era evidente que la herida había sido seria, parecía sanar
bien y los medicamentos le habían quitado la fiebre a su compañera, seguro en
un par de días estaría perfectamente, por mientras, esos días el chico le llevó
libros para que pudiera entretenerse, salió por más provisiones y cuidó de ella
y los depósitos de agua, no hablaban, ambos sabían perfectamente que había toda
una historia en sus respectivos pasados inmediatos, pero era horrible tener que
revivirla, desde que las palabras se convirtieron en armas tan poderosas, pocos
se atrevían a usarlas a la ligera, los causantes de toda esa desgracia, por
supuesto, nunca compartieron esa opinión…
Con el
paso de los días, los dos nuevos compañeros recorrieron la zona, revisaban los
negocios y casas abandonados, se entretenían con las cosas que la gente dejó
tras de sí, juntaron algunos pequeños lujos como chocolates, bolsas de café o
dulces, las botellas de licor, que ya no eran de utilidad para nadie, sirvieron
durante unas semanas como entretenimiento, los muchachos jugaban boliche con
ellas y un balón que encontraron abandonado, ella, que era bastante atlética,
las utilizaba como tiro al blanco, había fabricado un arco y utilizaba unas
varillas de aluminio a modo de flechas improvisadas, más como un deporte que
como una necesidad, ya que los pocos animales que veían eran (o habían sido) de
compañía, de modo que les parecía inhumano cazarlos.
Así
siguieron pasando las semanas, ahora las vidas de ambos eran rutinarias y
felices, calmadas y relajadas; parecerían un sueño extraño si se les comparaba
con la existencia antes de las desgracias, y era reconfortante y esperanzador
para ellos, que eran sobrevivientes de esa tragedia; poco a poco, sus almas y
corazones fueron curándose de las múltiples heridas que todo aquello que
dejaron atrás les imprimió, y al mismo tiempo, iban haciéndose más cercanos el
uno al otro, hasta que una palabra, largamente olvidada y tomada por perdida,
empezó a aparecer de nuevo en sus mentes… y esa palabra era, por supuesto, amor.
Ambos
encontraron refugio y apoyo en los brazos y la comprensión del otro, una
comprensión que parecería extraña a los ojos de quienes no vivieron lo que
ellos, ya que no involucraba palabras, solamente miradas y señales; encontraron
consuelo mutuo, un consuelo que no involucraba frases cariñosas ni expresiones
hechas, solamente caricias o abrazos; y este amor, que dependía de la intuición
y el contacto, se expresaba físicamente de una forma mucho más intensa de lo
que ambos jóvenes recordaban, era una conexión de la carne y el alma, era hacer el amor, en el más bello sentido
de la palabra…
Una noche,
mientras ambos dormían, desnudos y abrazados a la luz de la luna, la radio, que
era el único sonido que siempre se escuchaba retumbar en el inmenso edificio,
empezó a sufrir interferencias, ellos no lo escucharon por estar profundamente
dormidos, pero la intrusión era generada por algo que les habría puesto los
cabellos de punta…
Un nutrido
grupo de hombres subía por la escalera, se repartían en los pisos
del museo, y hacían señales con las linternas que llevaban consigo para avisar
a sus compañeros, pronto, un comando entró sigilosamente en la sala donde
durante tantos meses habían dormido aquella amorosa y bella pareja… los
soldados, que eso eran, comenzaron a llenar la sala, uno de ellos apuntó con su
arma a la pareja que seguía dormida plácidamente, miró a su superior, quien
simplemente giró el dedo índice de la mano derecha, haciendo un círculo en el
aire, el soldado comprendió, la orden había sido aniquilar a todos aquellos que
se toparan en su camino…
La muerte
llenó la estancia, los soldados, impávidos, descolgaron los cuadros de las
paredes y comenzaron a juntarlos en la escalera principal, sus compañeros
hacían otro tanto con los pisos inferiores, pronto la sala donde quedaban los
cadáveres del amor y la comprensión estaba completamente vacía, los soldados
salieron y comenzaron a bajar su preciada carga a la entrada, afuera, tres
camiones recibieron todo el arte que hasta esa fecha estuvo custodiado en el
museo, el Coronel que ejecutó a la joven pareja y el General observaban toda la
operación, detrás de ellos, con un sigilo felino, un grupo de soldados les
apuntaban, un oficial, de otro ejército, miró a su superior levantar el brazo
derecho con la mano extendida, los soldados estaban expectantes, el Coronel de
pronto tuvo un escalofrío, volteó a su espalda y quedó aterrado por un segundo…
Los
soldados enemigos hacen fuego y acribillan al Coronel, al General y a los
soldados que acaban de vaciar el museo, toman el control de los camiones y los
llevan a sus cuarteles; la luna llena, que se escondió espantada entre las
nubes, se decide a salir e ilumina los cadáveres de los soldados, la expresión
asombrada del General, y el terror profundo y desesperado que quedó congelado
en la mirada del Coronel para siempre…
Los rayos
del sol acarician la ciudad, se derraman sobre las avenidas, caen sobre los
parques, se cuelan entre las grietas y rendijas, se introducen por las ventanas
de un viejo edificio en el centro, iluminan las paredes desnudas, los espacios
vacíos, los estantes destrozados, donde hasta hace unas horas las obras de
arte, las pinturas, las esculturas, los grabados, las joyas artísticas
producidas por las mentes del país en los últimos siglos, descansaban; tocan
las mejillas de los cadáveres de dos jóvenes, que quedaron abandonados al pie
de una de las enormes ventanas de madera, lentamente, una mosca se para sobre
el rostro de la chica…
Y ese día,
como todos los días, un poco del amor y la belleza que queda en el mundo,
simplemente, desapareció.
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