I.- Una
carta
El año termina
como todos, con Adriana encerrada en su oficina para no sufrir del caos de la
Ciudad de México; el trabajo no despega hasta pasadas las fiestas, una vez que
los esclavos de cuello blanco que manejan las compañías de las que dependen sus
fondos entran en ritmo. La vida de un restaurador es aburrida cuando hay poco
trabajo y empeora cuando depende de la generosidad de terceros; pero ella no
tiene motivo de queja, dedica sus días a proyectos e intervenciones en rincones
perdidos de la Ciudad de los Palacios.
Adriana es
conocida en los círculos culturales de la Ciudad, un par de intervenciones en
espacios abandonados por la Jefatura de Gobierno le valieron varias notas
periodísticas; sus proyectos posteriores, a pesar de ser condenados por la
administración, gozaron de aclamación popular y llevaron su nombre fuera de
México; ahora estaba en la mente de muchos grupos dedicados al arte en América
y Europa.
Esa fue la
razón por la que la carta que llegó a su oficina a mediados de octubre fue
menos sorprendente de lo que después resultó; la misiva estaba dentro de varios
sobres, había pasado por Las Vegas, Nueva York, Toronto, Londres, Madrid y
Barcelona luego de ser escrita y enviada desde París, y había tomado aquella
ruta para conservar su secrecía.
La carta
procedía de la Compañía Mexicana de Perforación, Adriana y su asistente
buscaron información sobre esa empresa en vano, hasta que uno de sus becarios
les aclaró el misterio: se trataba de un grupo que formaba parte de Les UX,
un consejo de ciudadanos de París que se dedican a restaurar espacios dentro de
la ciudad, la Compañía Mexicana de Perforación se encargaba de las Catacumbas
de París.
La carta
estaba fechada los primeros días de octubre e invitaba a Adriana a viajar a la
Ciudad Luz para reunirse con personajes destacados en la capital, no se
especifica el motivo y solicitan confirmación por correo electrónico.
Adriana se
emocionó, la carta implicaba que los miembros de Les UX están
interesados en que participe en alguno de sus proyectos, intervenir en las
famosas Catacumbas daría un gran impulso a su carrera.
Todos estos
datos los consignó la Policía Federal, en la investigación correspondiente.
II.- Le
Capitain
Las primeras
luces del día iluminan la Ciudad Luz, bañan sus monumentos, destacan sus
atracciones y marcan el inicio de la jornada para los habitantes de la capital,
a pesar de que no es la primera vez que visita París, Adriana vuelve a quedar
encandilada por la ciudad. Es hermosa, única, y por primera vez desde que la
conoció, Adriana podrá contribuir a darle un poco más de brillo al diamante
europeo.
El taxi que
la sacó del Aeropuerto la deja en un hotel en Montparnasse, la respuesta al correo
en el que confirmó el viaje daba instrucciones precisas sobre el hotel en que
debía hospedarse, como esperaba, había una habitación reservada para ella por
la Compañía Mexicana de Perforación.
Luego tomar
un baño, una siesta y avisar a sus familiares de su arribo a París, Adriana fue
a la plaza Denfert Rochereau, ubicada en el extremo sur de la ciudad; al llegar
distinguió en una de las bancas a su contacto, había recibido instrucciones
sobre cómo identificarse para que pudieran explicarle el motivo del viaje, no
le dieron el nombre de la persona, sólo su apodo: Le Capitain.
Ahí estaba el
Capitán en persona, un sujeto alto, de nariz prominente, atlético, cabello
negro y tez blanca, en cuanto Adriana se acercó él la reconoció, luego de los
saludos, el Capitán la condujo hacia la fila que rodeaba la plaza, formada por los
turistas que esperaban visitar las Catacumbas, el Capitán le presentó entonces a
su compañera, una joven de tez morena, enormes ojos cafés y una larga cabellera
rizada, ella tampoco le dijo su nombre, sólo se presentó como Duchesse,
el grupo entabló una conversación mientras entraban a las Catacumbas y revisaban
el lugar.
En la
entrada del osario, Adriana, que no había visitado el lugar, quedó impresionada
por la inscripción tallada en la piedra, el empleado al que le preguntó por su
significado declaró ante la Policía que fue la ironía lo que grabó ese instante
en su memoria; si Adriana hubiera hecho caso a la advertencia (¡Detente!,
Este es el Imperio de la Muerte), su fin habría sido muy diferente.
III.- El
reporte del Oficial Dreyfus
Philipe
Dreyfus es policía de la ciudad de París desde hace más de 20 años, 15 de los
cuales ha sido miembro de los cataflics, la división encargada de
vigilar las Catacumbas; él es uno de los policías encargados de proteger los
túneles oscuros y macabros de la ciudad del vandalismo, y a los que son tan
osados como para ingresar sin guía en la extensa red.
Otra de sus
funciones es dar caza a los catáfilos, las personas que se dedican a
explorar las Catacumbas por diversión, muchos de ellos pertenecen al grupo
clandestino Les UX, contra quienes tiene órdenes para cesar sus
actividades dentro de los túneles y detenerlos de inmediato, en particular después
del incidente del cine subterráneo descubierto en 2004 y manejado por la Compañía
Mexicana de Perforación; pero los cataflics son, antes que policías,
ciudadanos de París, y suelen hacerse de la vista gorda con los miembros de Les
UX.
Al cuerpo le
preocupan más los exploradores, ya que representan un riesgo por sus
excursiones ociosas, a pesar de que son expertos, también son propensos a llevar
turistas que se pierden o a guiar a cualquiera que les pague dentro del
laberinto de túneles.
Por eso el
Oficial Dreyfus siguió de cerca las actividades de Jean Mouton, también
conocido como Le Capitain y su pareja, Michele Pironi, alias Le
Duchesse, durante la semana del 30 de octubre al 3 de noviembre de ese año.
Cuando
Emmanuel recibió a Adriana en la Plaza Denfert, Dreyfus los vigilaba desde el
otro lado del parque; cuando caminaron hacia las Catacumbas y se reunieron con
Michele, el oficial los observó desde la acera opuesta; cuando ingresaron a los
túneles, Dreyfus usó un acceso reservado a la policía y los alcanzó dentro del
osario; en cuanto regresó a la Prefectura reportó a sus superiores lo que había
visto, ellos le dieron la instrucción de vigilar al grupo.
La intención
del Sargento Montagny, el superior del Oficial Dreyfus, era prevenir un
incidente similar al que había ocurrido dos años atrás, cuando el Capitán y la
Duquesa habían guiado a tres turistas estadounidenses al interior de los
túneles, uno de ellos se propasó con Michele y ellos los abandonaron, por
suerte, los turistas hicieron mucho ruido y un grupo de cataflics los
rescató en menos de dos horas. Todos en la división tenían puestos los ojos en
la pareja, sabían que no formaban parte de Les UX ni tenían relación con
ninguno de sus grupos, eran parte del grupo de visitantes ociosos sobre los que
ponían especial atención.
El reporte
del Oficial Dreyfus fue entregado por el Prefecto de Policía al Embajador de
México en Francia, y termina la madrugada del 3 de noviembre a unos 5
kilómetros al oriente de la Plaza Denfert, ese fue el lugar donde un
desconocido, al que Dreyfus no había visto durante la vigilancia ni pudo
identificar, le asestó tres golpes con un bastón, dejándolo inconsciente al pie
de un respiradero que conecta con la Gran Red del Sur, el sistema de túneles
más extenso de las Catacumbas.
IV.-
Monsieur Mort
La oscuridad
la envuelve, la linterna no es suficiente para iluminar su entorno, está sola y
perdida en los túneles bajo la ciudad, tiene una idea muy clara de la extensión
de la red y sabe que es probable que muera antes de que la encuentren.
Los guías la
habían abandonado hacía veinte minutos (¿treinta?, ¿cuarenta?, ¿cómo saber
dentro de la oscuridad?) mientras iban caminando, al entrar a las
Catacumbas, la linterna de Adriana iluminó un tatuaje en la espalda del
Capitán, un cráneo con dos pistolas cruzadas bajo la mandíbula, y por debajo de
la imagen, un mal presagio: La Mort.
Adriana se
concentró en seguir al Capitán a través del subsuelo parisino, no se dio cuenta
en qué momento desapareció la Duquesa hasta que el Capitán dio media vuelta y
se lo hizo notar, ella apuntó la linterna a su espalda y se volvió de inmediato
para mirarlo.
Él también
había desaparecido.
Escuchó
pasos que se alejaban y trató de correr mientras gritaba que no la dejaran, que
no podían abandonarla allí, tropezó y tiró la linterna, se levantó y quiso
correr de nuevo, había dado unos cuantos pasos cuando notó que su única fuente
de luz se había dañado con la caída y parpadeaba.
La luz se
extingue a cada paso, Adriana camina con la espalda pegada al muro, esperando
poder seguir en la oscuridad, entonces ve una luz dentro del túnel, caminó
hacia allí y vio que era un respiradero, dio un grito al ver la calle, estaba
salvada.
O eso creía
ella.
Cuando se
asomó para ver si alguien pasaba, vio venir hacia ella un par de zapatos y un
pantalón negro impecables, junto con un bastón que golpeaba la acera.
- ¡Auxilio!,
¡Ayúdeme por favor!
El hombre se
detuvo y Adriana asumió que miraba hacia el respiradero, para que supiera que
no era una broma, la chica sacó un brazo por el respiradero y trató de tocar al
extraño, que dio un paso hacia atrás y empezó a hablar:
- ¡Dios mío!,
¿cómo te metiste ahí?; una niña tan grandecita jugando con los fantasmas de
París, atrapada en la oscuridad y asustada; ¿cómo vas a salir ahora?
El hombre se
pone en cuclillas, Adriana ve su rostro, está pintado como una calavera.
- ¿Quién
eres?
- ¿No te acuerdas de mí?
Adriana se
concentra en las facciones del hombre, en la luz en su mirada, en sus gestos y
hasta en el timbre de su voz, pero por más que lo intenta, no logra recordarlo.
- Lo siento,
pero no, no te recuerdo.
- ¿Después de lo que pasó? para serte sincero, esperaba que por lo menos recordaras algo, aunque fuera una pequeña fracción de mí, pero veo que esa esperanza también la cultivé en vano.
Adriana no
sabe que decir, no tiene idea de quién es el hombre que la mira impasible a
través de la rejilla, sin embargo, él parece conocerla.
- Bueno, no
sé qué fue lo que hice, imagino que tienes motivos para estar molesto, pero ya
fue suficiente, ¿no?, sé que no vas a dejarme morir aquí adentro.
Adriana
escuchó pasos que se acercaban, decidida a salir para darle una golpiza a aquél
imbécil, empezó a gritar pidiendo ayuda en francés, un hombre y una mujer se
detuvieron junto al tipo, uno de ellos lo llamó Monsieur Mort y le dijo
algo en un idioma que Adriana no entendió, él les entregó un sobre y ellos se
fueron.
- ¿Qué está
pasando?
- Dime una cosa, Adriana; ¿en verdad creíste que no habría consecuencias?
- ¿De qué hablas?
El hombre la
miró, tomó su mano, observó las uñas color morado y esos dedos blancos y
delicados que había tocado tantas veces, ella sintió que un rayo de esperanza
la alcanzaba dentro del túnel, pero se desvaneció en cuanto sintió el primer
golpe del bastón en su hombro.
- ¡NO!
El golpe la
hizo dar un paso hacia atrás y meter los brazos de nuevo en el túnel, trató de
acercarse y un nuevo golpe la hizo tambalearse.
- ¡NO HAGAS
ESO!
Otro golpe
la alcanzó en la boca, por instinto trató de protegerse y alzó los brazos, el
siguiente golpe hizo que se diera cuenta porqué el tipo había comenzado a
golpearla, la punta del bastón alcanzó la linterna y la destrozó, ahora el
respiradero era su única fuente de luz.
El hombre la
miró de nuevo, levantó un brazo y alcanzó una palanca que estaba fuera de su
vista.
- Nos vemos
en el Infierno, pequeña.
Accionó la
palanca y las paletas del respiradero se cerraron, al verse rodeada por la
oscuridad, Adriana lanzó un alarido de terror que retumbó por el túnel,
desesperada, echó a correr, para no ser vista con vida nunca más.
- ¿No te acuerdas de mí?
- ¿Después de lo que pasó? para serte sincero, esperaba que por lo menos recordaras algo, aunque fuera una pequeña fracción de mí, pero veo que esa esperanza también la cultivé en vano.
- Dime una cosa, Adriana; ¿en verdad creíste que no habría consecuencias?
- ¿De qué hablas?
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