1. El final
del camino.
Hasta la habitación del hotel Misiones, en la selva argentina, llegan los ruidos de los animales que despiertan, Aída se sobresalta por un tucán, pero siente un escalofrío por algo más profundo.
- ¡Buenos días, dormilona!
La voz de Arturo la hace olvidar por un momento el miedo que sintió, en otra de las habitaciones, Rita y Salvador contemplan la vista.
- ¿Qué te parece, amor?
- Es genial, ¿quién les recomendó este lugar?
- Martín, conoció a Bernoldi en Buenos Aires, él le ofreció el hotel sólo para nosotros.
- ¿Y lo construyó sólo?
- Eso dice, Arturo y yo creemos que sólo quiere darle misticismo al lugar.
Las risas de ambos llegan al comedor, donde Martín y Febe toman café.
- ¿En qué piensas, Martín?
- Esto fue un error, igual que todo el viaje.
- Deja de quejarte, ya tomamos una decisión, sólo hay que decírselo a los demás y listo.
Febe evita la mirada de Martín, quisieron arreglar su relación haciendo un viaje con amigos, pero la semana anterior habían decidido divorciarse, no querían que los demás se enteraran antes de llegar a Montevideo.
- En realidad no creíste que iba a funcionar, ¿o sí?
La respuesta de Febe se pierde por el dueño del hotel, Enrique Bernoldi, que entra al comedor y saluda a sus invitados:
- ¡Buenos y felices días, che!
Bernoldi es alto y robusto, tiene grandes ojos negros, enmarcados en un rostro duro, los chicos lo estimaban y él los recibía porque le recordaban que alguna vez fue joven. El hotelero pone en la mesa platos con fruta fresca, carne asada, huevos con jamón, panes y leche para todos, mientras los muchachos se empiezan a disputar los platos sale por café, una brisa helada y fuerte alcanza su espalda, haciéndolo voltear hacia la selva.
- Sé que no debería ser tan amable, pero hay que ser pacientes.
- No me gusta
que los trates con tantas libertades.
- Mi niña, eso
no es nada comparado con lo que nosotros tuvimos.
- Prepárate
entonces.
- Sabes que estoy listo.
El viento cesa, la mirada dura y melancólica de Enrique acaricia el percutor de un revólver.
2. Un grito en la selva.
Rita y Salvador descansan en una hamaca cuando escuchan un grito seguido de un rugido que los devuelve corriendo al hotel.
- ¡No mames!, ¿qué fue eso?
- Me parece
que fue un tigre.
- ¿Un tigre?
- Rita y yo
escuchamos un rugido.
- Oigan, ¿Y Bernoldi?
En ese momento, otro grito los espantó, sonaron un par de disparos y una voz:
- ¡Pelotudo! ¡Me habés pegado un susto de mierda!
Bernoldi entraba a la propiedad arrastrando un bulto, todos salieron creyendo que tenía al tigre, pero era un gaucho de una caballeriza cercana.
- ¡Pibes, no salgan!, lo encontré en el camino, mordido por el tigre.
La sangre corría de la yugular del gaucho, el tigre lo había atacado con saña.
- Nada se pudo hacer, el gaucho estaba cazando al tigre y parece que lo hirió, es cosa de horas antes que lo atrapen, ¿están todos bien?
- Si, sólo
Rita está asustada.
- Ya, pero nada que un poco de descanso no pueda arreglar, ¿o sí?
3. Una luz en la oscuridad.
Se escucharon disparos, Rita, que fue la única que llegó a la ventana, vio al tigre caminando sobre un muro, el majestuoso animal la miró, rugió y regresó a su reino.
- ¿En serio viste eso?
- ¿No estarías
pasada?
- ¡Cómo son
pendejos!, ¡No estaba pasada ni viendo visiones, vi al tigre!
- Yo le creo, señorita.
Todos miraron a Inzúa, el capataz de Bernoldi, que entraba junto con él al hotel.
- ¿Verdad que hay un tigre?
- Es peor que
eso niña, es una tigresa, parece que perdió a sus cachorros, el gaucho de la
tarde no logró tocarla y el que acaba de fallecer se topó con lo inesperado durante
la guardia.
- ¡Dios mío!,
¿Saben dónde están sus cachorros?
- Creemos que
se ocultaron, la tigresa percibe el olor, pero perdió el rastro, va a quedarse aquí
hasta que alguien la libre de su sufrimiento.
- ¿Y mientras
eso pasa?
- Hay que tener cuidado niña, puede atacar en cualquier momento.
Todos vuelven a sus habitaciones, nadie puede dormir, Martín y Febe platican, ella está aterrada, más por los sueños que la acosan antes de cada ataque que por la situación.
- Es como si reviviera esa noche una y otra vez.
- Deja de
castigarte, todo fue un accidente.
- Lo sé, pero no puedo dejar de pensar en eso.
Febe observa la mancha en el asfalto, tratando de recordar; se ve a sí misma, ve una luz roja, el parabrisas estrellarse, el auto volcado; ve a un hombre abrazando el cuerpo sin vida de una mujer.
La noche cede y al amanecer el cielo presagia una tormenta.
- Buenos días,
Rita
- ¿Qué tienen
de buenos, Martín?
- Perdón, la
costumbre.
- Deja, ando
angustiada, jamás había vivido algo así.
- A mí me
aterra, pero los locales no parecen asustados; por cierto, ¿dónde está
Bernoldi?
- Seguro salió
a ver los huertos.
- ¿No sería
hora de que regresara?
Inzúa entra en
ese momento, deja caer el sombrero en la mesa y enciende un cigarro:
- Pibe, ¿habés
visto al patrón?
- No, ¿por qué?
- Los
muchachos están preocupados, quieren pedirle al jefe que cierre la estancia y regresemos
a Buenos Aires en lo que la cosa se calma.
- No es mala
idea, en cuanto aparezca se lo decimos.
5. El acto
final.
El ocaso cayó
sobre la selva, destilando tonos anaranjados sobre los árboles, hacía horas que
los hombres de Inzúa habían ganado la seguridad del pueblo, donde nadie había
escuchado sobre la tigresa en el hotel, para cuando los habitantes se
organizaron para rescatar a Bernoldi y sus huéspedes, la tormenta se desató con
furia, forzándolos a esperar.
En el hotel
también esperaban, Bernoldi no había regresado, la situación los tenía al borde
de la histeria, Aída y Rita están acurrucadas en un sillón con Arturo sentado a
un lado, Febe mira por una ventana mientras Salvador espera en la cocina, Martín
vigila la entrada, nadie quería mirar hacia allí porque la tigresa había
comenzado a rugir.
- ¡No mames! ¡Es
Bernoldi y está herido!
Los rugidos
aumentan, el dueño parecía tener una herida en el vientre, la sangre dejaba un
rastro tras él, los matorrales se mecían a unos metros.
- ¡Abríme, por
el amor de Dios!
- ¡No le
abras!
- ¡No sean
pendejos! ¡No voy a dejar que muera allá afuera!
- ¡No, la
tigresa nos va a matar!
- ¡Pinches
cobardes!
Febe y Martín
levantaron la tranca, Bernoldi entró retorciéndose de dolor, Aída le preguntó:
- ¿Qué pasó?
- ¡La tigresa!
¡Acaba de atacarme!
El terror los
paralizó, sin embargo, Rita alcanzó a preguntar:
- ¿Qué pasó con
tu acento, Enrique?
Él la miró con
odio, en ese momento la tigresa embistió la puerta y Bernoldi gritó:
- ¡Al piso
superior! ¡Tiren el armario, no va a poder subir!
Lo
obedecieron, Febe y Rita lloraban, Aída se había desmayado y Arturo y Salvador tuvieron
que cargarla, Martín trató de levantar a Bernoldi, que le gritó:
- ¡Déjame! ¡No
trates de salvarme, imbécil!
Martín tuvo
que dejarlo, mientras empujaban el armario una garra atravesó la puerta y
empezó a arrancar pedazos de madera, cuando lograron bloquear la escalera, la
tigresa ya entraba en el hotel, Bernoldi se había hincado y sostenía los brazos
en alto, Salvador dijo:
- Lo va a
matar.
- No, los que
van a morir son ustedes, pendejos.
La tigresa
rodea a Bernoldi, olfatea su cuerpo, rugía.
- ¿Quieren ver
algo asombroso?
Después de
caminar durante días, el hombre se tiró a la sombra de un árbol, había llegado
al lugar donde le propuso matrimonio, el hombre se hinca y grita:
- ¡No puedo
vivir sin ti!
El grito
retumba en la selva, se escucha un ruido entre los matorrales, un par de ojos
lo vigilan, pensó en utilizar el arma, pero si había ido allí a suicidarse, ¿qué
más daba que fuera por su mano o en las fauces de un animal?
El hombre
sonríe, una tigresa se acerca y lo olfatea, se preparó para morir, sabía que
los tigres muerden la yugular, la tigresa se colocó frente a él y abrió sus
fauces.
Nadie podía
creerlo, la tigresa lamía a Bernoldi con ternura y se restregaba como gato
contra su rostro, él miró a los muchachos:
- ¿Cómo podría
matarme si siempre me amó?
- No puedo
creerlo.
- Y menos lo
vas a creer ahora… ¡está lista la cena, mi amor!
Salvador
apareció en una habitación, tenía el rostro destrozado, la tigresa lo mordió
varias veces.
Rita se
desangró en la escalera, fue mordida en la espalda.
Arturo tenía
la femoral seccionada, la mordida en la pierna le dio la paz en pocos minutos.
Aída cayó desde
el primer piso, una mordida destrozó su vientre, las garras de la tigresa
quedaron marcadas en sus hombros.
Martín sufrió
fractura de cráneo, la mitad de su rostro había desaparecido en las fauces de
la tigresa, su ojo derecho mirando hacia la nada.
Febe yacía en
la entrada del hotel, la tigresa devoró casi todo su cuerpo.
La tigresa estaba
al lado de Febe, un disparo de rifle la había detenido ahí.
El cadáver de
quien fue conocido en esa región como Enrique Bernoldi yacía bajo un árbol cerca
de la entrada, en su mano había un pequeño revólver de dos tiros, plateado, una
bala estaba incrustada dentro de su cráneo.
La policía asumió que había llegado al final del ataque, su suicidio se atribuyó a la culpa por no poder detenerlo.