I.- Viajar es vivir.
La luz
del atardecer entra por los ventanales del lugar, un calor muy agradable
calienta la piel de tres jóvenes que devoran hamburguesas para reponer las
fuerzas perdidas en su más reciente excursión, Marta y Roberto están sentados
juntos de un lado del gabinete, ella está recargada sobre su hombro, comiendo
papas fritas mientras platica con su amiga, Gabriela, que saborea su
hamburguesa y recuerda otros viajes como el de aquel día:
- ¡Estuvo
increíble!, jamás creí que Nueva York se vería tan lindo después de una nevada
así.
- Estuvo
fuerte, aunque si soy sincera contigo, Beto y yo hemos visto nevadas más
fuertes, como el año pasado en el Everest.
- Si, la
de ayer fue intensa, pero hemos salido de peores.
Gabriela
toma un trago de refresco mientras evoca las imágenes de los cañones de
concreto de la Gran Manzana cubiertos de nieve, reflejando el sol que brillaba
sobre ellos, por un momento se pierde en las imágenes y las sensaciones: el
frío y el rubor en sus mejillas, el ligero dolor en las manos y la humedad en
sus zapatos; no hace caso del comentario de sus amigos, está acostumbrada a que
siempre refieran experiencias más intensas que las suyas, a fin de cuentas, han
recorrido más mundo que ella.
- La
belleza a bajas temperaturas es hermosa.
- ¿Qué
dices?
- Nada,
es algo que escuché decir a un sacerdote una vez, lo de ayer me lo recordó.
Los
minutos se deslizan, Roberto rompe el silencio:
-
Deberías visitar las Catacumbas de París en invierno, ¡a ver si el frío sigue
pareciendo bello!
Gabriela
sonríe mientras sigue recordando, Marta suelta una carcajada que resuena en
todo el local, Roberto la abraza y sonríe.
- Quizás
no vaya a las Catacumbas, pero por supuesto que quiero ir a París, ¿han ido
allá en verano?
- Ya, el
año pasado.
- ¿La
Costa de Grecia?, esas ciudades con calles tan estrechas parecen…
- Fuimos
hace tres años.
- ¿Tokio,
tal vez?, muero por ver…
- ¡Uf!,
ya hemos estado allí unas 5 veces, la última en un tour de leyendas urbanas.
- ¿De
verdad?, ¿Qué tal Egipto, entonces?
- Ya
conocemos el interior de la Gran Pirámide, muy interesante si te gusta la
egiptología.
Definitivamente
han recorrido más mundo que ella… aunque ninguno ha dejado la Ciudad de México,
todos sus viajes han sido con Ayti o All In Traveller, la aplicación que
permite visitar y experimentar cualquier lugar del planeta en una realidad
virtual que se siente real, millones
de personas, jóvenes en particular, satisfacen su curiosidad y sed de conocer
el mundo con unos cuantos dólares, unas gafas de cristal LED y un traje de
cuerpo completo.
- Hay un
lugar… me encantaría volver a visitarlo…
La frase
de Gabriela atrae la atención de Marta, su amiga mira el atardecer por la
ventana y parece suspirar, a pesar de todos sus viajes, ningún sitio le ha
hecho recordar así, por eso se siente impulsada a preguntar:
- ¿Cuál?,
¿alguno que no hayamos visitado?
- No
creo, con su experiencia seguro que ya conocen ese sitio.
- ¿Cómo
se llama?
- West Hill
Roberto y
Marta no recuerdan haber estado nunca antes en un lugar llamado West Hill, y
ahora que por fin encontraron un lugar que Gaby conoce y ellos no, mueren por
saber de qué se trata.
- ¿Cómo
es?, ¿Dónde está?
- ¿Es
destino de verano?, ¿Qué hay de interesante?
- ¿Cómo
es la comida?, ¿Algo divertido para ver?
Gabriela
sonríe, nunca esperó tal nivel de curiosidad, así que les cuenta un poco del
lugar: es un pequeño pueblo en el noreste de Estados Unidos, lo divertido del
lugar es que los negocios de West Hill son mantenidos por personas excéntricas,
geeks que son auténticos gurús de los lugares que atienden: un videoclub, un
teatro, una librería y una tienda de música; la comida es excelente, te sirven
cualquier platillo en el único restaurante del pueblo; si te gusta la moda, hay
una tienda de ropa y recuerdos atendida por una chica hermosa con fama de
angelical.
Para
cuando Gabriela termina de describir West Hill, Marta y Roberto están deseosos
por ir, hubieran partido esa misma noche de no ser por un pequeño detalle:
- No se
puede entrar de noche.
- ¿En
serio?, ¿qué pasa en la noche?
- No sé,
sólo sé que es extremo, relacionado con fantasmas, zombies o demonios, qué se
yo.
- ¿O sea
que las noches son de survival horror?
– preguntó Roberto
- Es muy
probable… ya me conocen, no me gustan esas cosas.
- ¡Suena
perfecto! ¿Cuáles son los horarios?
- Puedes
entrar a cualquier hora, el acceso sólo se cierra de 8 a 8.
II.- El largo viaje a West Hill.
Al día
siguiente, justo cuando el reloj daba las 10 de la mañana, Marta y Roberto
entraban en West Hill, Gabriela no había mentido y el lugar era hermoso, estaba
lleno de turistas que daban vueltas alrededor del kiosco en el centro del pueblo,
donde un grupo tocaba música de todo tipo, a un lado de la plaza un poste
indica la dirección de los negocios del pueblo.
Marta,
que era víctima de la moda, escogió visitar la tienda de ropa y ese fue el
primer lugar que visitaron; estaba llena de color y ropa de todos los estilos y
tamaños, Estefanía, la dueña del negocio, es una mujer alta y voluptuosa, de
cabello corto, rubio platinado y enormes ojos cafés, no había hombre o mujer
que entrara en La Mode y no quedara
prendado de la belleza de su propietaria, quien además es experta en asesorar a
sus clientas, Estefanía hizo buenas migas con Marta y le ayudó a escoger un par
de vestidos, los cuales le llegarían en un par de días por correo.
Roberto
escogió visitar Videodrome, Quentin,
el dueño, resultó ser una enciclopedia viviente del cine; La pareja tuvo una
plática increíble con él, tras la cual se llevaron algunas películas que:
“valían el doble de lo que pagas por ellas”, al final les recomendó ampliamente
que fueran al teatro antes de irse, ya que el actor residente era legendario.
Después decidieron
entrar a Needful Things, la tienda de
música/librería atendida por Stephen y Ariadna, dos expertos en música y
literatura que ofrecían una conversación sobre terror y sus ramas, terminada la
conferencia, Marta y Roberto se llevaron un par de libros y vinilos que
faltaban en su colección.
La hora
de la comida la pasaron en West by
Westworld, un excelente restaurante donde servían lo que uno quisiera,
ningún platillo estaba fuera del alcance de Gordon, el dueño, que además
presumió sus conocimientos sobre vinos y comidas exóticas en la mesa de Marta y
Roberto, en honor a su primera visita a West Hill.
En el
teatro se presentaba un monólogo basado en Ricardo
III, el actor principal, Kevin, había recibido muy buenas críticas y alguno
que otro premio por su interpretación, varias personas habían hecho el viaje a
West Hill solamente para presenciar al legendario actor en el escenario. Una
vez concluida la obra, Kevin respondió algunas preguntas de los asistentes,
quienes quedaron encantados con el carisma y la dedicación del actor.
La Torre
del Reloj, idéntica a la que adorna el paisaje de Londres, marcó las 7:55 de la
noche, muchas personas empezaron a abandonar West Hill, la mayoría había
escuchado del toque de queda a las 8 de la noche, y varios les habían contado
sobre los rumores que corrían: la experiencia era extrema, y casi nadie daba
detalles, se decía que era algo único, y que nadie hablaba de ello para no
arruinar la sorpresa.
En
realidad, pocos sabían la verdadera razón por la que no había reseñas sobre la
experiencia extrema de West Hill.
III.- Sweet Hell, Alabama.
Las
agujas del gran reloj de la torre se acercaban a las 8 de la noche, restaban 60
segundos de espera para aquellos curiosos que querían saber el secreto que
escondía West Hill.
La Alerta
de los Dos Minutos era marcada por la banda, los dueños de los negocios de West
Hill, al escuchar la música, entraban a sus locales, aseguraban las puertas y
apagaban las luces, la falta de iluminación le daba un aire sombrío al centro
del pueblo, una vez concluida la melodía, la banda abandonaba West Hill un par
de segundos antes del cierre.
Quiso la
suerte que la melodía acordada para el cierre fuera Cries and Whispers, una de las favoritas de Marta, la pareja se
acercó al kiosco, ambos seguían el ritmo de la melodía mientras otra pareja,
formada por dos chicas rubias tan jóvenes como ellos, se abrazaban a su lado,
la cadencia de los movimientos hizo que ambas parejas terminaran juntas,
gozando los acordes finales de la música.
Y
entonces, la música se acabó.
La banda
estaba fuera de West Hill, la torre comenzó a dar las 8 campanadas que marcan
la hora, unas 50 personas estaban en el centro del pueblo, esperando que la
experiencia iniciara, sonaron un par de campanadas en silencio, Marta y Roberto
miraban el vacío dentro del kiosco, un solo farol los iluminaba.
Las
chicas a su lado seguían abrazadas, Marta volteó hacia ellas y les sonrió, las
dos mujeres devolvieron la mirada y sonrieron.
Entonces,
al compás de la sexta campanada, Marta escuchó un ruido tras ella, el sonido la
asustó, pero lo que la aterró fue observar cómo las cabezas de las mujeres a su
lado se abrían como melones, con un crujido que quedó grabado en su cerebro;
las gotas de sangre y el contenido del cráneo de ambas se esparció como en una
explosión, pedazos de materia gris, cabello y sangre salpicaron el piso y el
techo, ambos cadáveres, abrazados, cayeron sobre los escalones del kiosco
formando un charco de sangre espesa que empezó a bajar y formar un pequeño río
a sus pies.
Marta
pensó por un segundo que todo era parte de la experiencia extrema de West Hill,
pero la tensión alrededor de su brazo aumentó, Roberto apretaba sin notarlo,
tenía la vista fija en dirección a La
Mode, donde una mujer vestida de negro y con una máscara que no dejaba ver el
rostro, pero sí el cabello platinado, sostenía una escopeta de la que aún salía
humo.
IV.- Epílogo.
En un bar
en el centro de la Ciudad, Gabriela disfruta una bebida mientras el grupo
residente interpreta House of The Rising
Sun, su teléfono empieza a vibrar y ella observa el reloj, son las 8 en
punto.
Ordena
otra bebida y deja su celular en la mesa, siente las vibraciones de las alertas
y observa como hacen bailar el aparato.
Gabriela
sigue bebiendo y escuchando a la banda, no se atreve a tocar el teléfono porque
no quiere saber detalles, sólo el resultado final, como siempre.
Después
de un par de horas, su teléfono vibra por última vez, por fin lo levanta y ve
el último mensaje sin desbloquear el dispositivo:
“PAQUETES ENTREGADOS, TRANSFERENCIA POR 50
MIL DÓLARES, CONFIRMAR”
Una
rápida inspección en su cuenta le permite confirmar, borra el resto de los
mensajes y recibe una última alerta:
“WEST HILL AGRADECE TU PARTICIPACIÓN,
ESPERAMOS NUEVOS ENVÍOS”
Sin más,
Gabriela termina su bebida y sale del bar.