La
luz del atardecer inunda la ciudad, cae con fuerza sobre los automóviles que se
acumulan en la avenida, es domingo y mañana hay que regresar a la rutina de
siempre, Víctor y sus hijas Patricia y Romina combaten el calor que se acumula
en la camioneta comiendo paletas heladas, las niñas cantan, ríen y le cuentan a
su padre la vida y milagros de todos sus compañeros de escuela, Víctor no
podría estar más alegre, sus hijas ya merecían un pequeño descanso y el
estruendo de las pequeñas es la mejor prueba de lo relajadas que están, a otros
podría parecerles una tortura, pero para él era maravilloso poder disfrutar
esos momentos al lado de sus amores.
Era
una lástima que estuviera a punto de llegar a casa.
Minutos
después, la camioneta avanzaba hacia la entrada de su hogar, las niñas habían
dejado de reír y gritar hacía poco, estaban acostumbradas a los arranques de
ira de su madre, y preferían callarse a molestarla, una sensación de desgano y
resignación invade a las chiquillas, y al apagarse el motor un par de suspiros
atraviesan el aire tibio de la camioneta.
Nada
de esto pasa desapercibido para Víctor, ha tratado de hablar con su esposa al
respecto, ha intentado de todo con tal de ayudarla, pero Vianey no es de esas
personas que se dejen ayudar fácilmente.
Una
triste resignación invade su rostro, los tres viajantes descienden, Paty y Romy
ayudan a su papá con las maletas y los tres avanzan hacia la entrada de la
casa, las niñas están pegadas a las piernas de su papá, tratando de tomar valor
para volver a su rutina personal, esa de la que están cansadas pero no pueden
evitar.
Víctor
toma las llaves y abre la puerta, apenas pone un pie en la casa, anuncia:
-
¡Vianey! ¡Llegamos!
Paty
y Romy no se han separado de su papá, esperan escuchar la voz de su madre
gritar alguna respuesta seca y malhumorada, como siempre, pero su sorpresa no
tiene límites cuando escuchan la voz de su madre:
-
¡Vaya!, ¿tan pronto?, ¡pensé que el tráfico iba a atraparlos en la carretera un
poco más!, lo bueno es que alcancé a preparar la cena, ¿tienen hambre?
Mientras
escuchan todo esto, los inconfundibles pasos de su mamá se acercan, de pronto
la tienen ahí, con un par de guantes de cocina en la cintura y una gran sonrisa
en el rostro, las niñas están asombradas, y alcanzan a percibir que su papá está
tan asombrado como ellas, Víctor se repone de la sorpresa y pregunta:
-
¿Hiciste la cena?
-
¡Claro!, ¿no me avisaste que llegarían más tarde?, ¡imaginé que tendrían hambre
así que preparé todo para una buena cena!, ¿no les agrada la idea?
Padre
e hijas no saben qué hacer o decir, se fueron hace una semana y si alguien les
hubiera dicho que al volver iban a encontrar una bienvenida tan calurosa, se
hubieran reído en cara de quien se los dijera.
Víctor
se repone de su asombro de nuevo:
-
Lo siento, creí que estarías terminando el proyecto del Centenario, ¿no estaba
por vencer el plazo?
-
¿El proyecto del Centenario?, bueno, me apuré y envié la propuesta el jueves,
el viernes lo aprobaron en una junta en la Facultad y ayer envié los archivos,
mañana deberá estar terminado.
La
sonrisa de Vianey es tan sincera y agradable que Víctor y sus hijas sienten que
algo se revuelve en su interior, ¿qué pasó con la madre enojada, fastidiada y
harta de la vida que habían dejado la semana anterior?, ¿qué la hizo cambiar
así?
Al
ver el desconcierto en los rostros de su marido y sus hijas, la mujer decide
tomar la iniciativa, hasta ahora le ha servido bien y no tendría por qué fallar
ahora…
-
¡Pero qué niñas tan serias!, ¿no piensan saludarme?, ¡Vengan, denme un abrazo!
Paty,
la gemela insegura, se aferra a la pierna de su papá, sabe que Romy está
pensando lo mismo, la mujer que tienen enfrente parece demasiado buena para ser
Vianey, se ve igual a ella, habla como ella, camina como ella, para todo efecto
práctico, es ella.
Pero
algo no está del todo bien.
Romy
sostiene entre sus dedos la tela del pantalón de Víctor, tiene la otra mano pegada
a la boca, y la mirada fija en Vianey, sabe perfectamente que Paty piensa lo
mismo, algo no parece estar del todo bien; pero esta versión cariñosa de su
mamá es algo nuevo y a pesar de que resulte extraña, no es una oportunidad que
deba desperdiciarse.
Con
un par de pasos Romy se aleja de Víctor hacia los brazos extendidos de su mamá,
Vianey cierra el brazo sobre su hija y la estrecha contra ella, Romy no puede
creerlo, siente tanto amor y cariño en ese abrazo que instintivamente abraza a
su mamá por el cuello y se acerca más a ella.
Eso
termina con las dudas, Paty camina hacia Vianey sin soltar a su papá, cuando
está por llegar a sus brazos, su mamá, sin soltar a Romy, abraza a Paty con el
mismo amor y ternura con que abraza a su hermana; las niñas esperaron durante
tanto tiempo que su mamá les diera una muestra de ternura que impulsivamente
empiezan a besarla.
Víctor
piensa que está alucinando, desde que Paty y Romy nacieron, cinco años atrás,
no recuerda haber visto a Vianey abrazarlas así, empieza a convencerse que lo imposible
acaba de pasar cuando sus hijas besan las mejillas de su mamá, y termina cuando
su esposa lo mira y le dice:
-
¿Y tú, guapo?, ¿no piensas saludar a tu esposa?
Aunque
le cueste trabajo admitirlo, él también ha esperado mucho tiempo para ver una
muestra de cariño, sin embargo, él es un adulto y la misma sensación que se
revolvía dentro del estómago de sus hijas revolotea en el suyo, hay algo raro,
esto no está pasando, la gente no puede cambiar así.
Algo
no está del todo bien.
Vianey
se levanta sin soltar a sus hijas, Paty y Romy sonríen y Víctor no sabe qué
hacer, su esposa se acerca, lo mira con esos hermosos y enormes ojos cafés; esa
mirada cargada de amor y devoción del día en que se dijeron “te amo” por
primera vez; esa misma mirada del día en que se casaron y ambos dijeron,
completamente enamorados “si, acepto”; esos mismos ojos enamorados que no veía
desde hacía tanto tiempo. Vianey abre ligeramente los labios cuando sonríe, Víctor
no puede evitar hacer lo que siempre ha hecho cuando ve ese gesto, se acerca a
ella y la besa.
Es
un beso largo, apasionado y cariñoso, cargado de amor y deseo a partes iguales,
uno de esos besos que sólo Vianey puede darle, por unos segundos Víctor se
pierde en los labios de su esposa, cierra los ojos y se deja llevar por ese
agradable mar, nada importa, sólo seguir hundido en las profundidades del beso.
Al separar sus labios, se da cuenta que ella sintió lo mismo, justo como la
primera vez.
No
cabe duda, es Vianey y nadie más.
Pero,
¿por qué debería haber dudas?, la cuestión es: ¿qué la hizo cambiar así?
En
cuanto abre los ojos, Vianey sonríe, se aferra más a sus hijas y dice:
-
Mucho mejor, ahora, ¿quién tiene hambre?...
Horas
después de la cena Víctor disfruta una copa de vino en la sala, Vianey subió
para dormir a las niñas y él aprovechó el frío de la temporada para convencer a
su esposa de encender la chimenea, para ser justos ni siquiera había tenido que
convencerla, ella había dicho que era una idea excelente y muy romántica; algo
que no había escuchado de sus labios en mucho tiempo.
Víctor
se pierde contemplando el fuego en el hogar, encerrado en sus pensamientos, ¿cómo
es que Vianey ha cambiado así?, está tan ensimismado que no se da cuenta que su
esposa está recostada en el sillón junto a él y que lo abraza con ternura.
-
¿En qué piensas, mi vida?
-
En nada en particular – responde Víctor- sólo en algunos pendientes que tengo que
revisar mañana.
-
¿Algo que te de problemas?
-
No, todo bien, los muchachos se encargaron.
-
Muy bien, ¿no te cansó el viaje?
-
Un poco, pero la verdad es que Paty y Romy lo hicieron muy ligero.
-
Son un amor, ¿verdad?
-
Son nuestras niñas, a fin de cuentas.
-
Si, heredaron la alegría de su padre.
-
También la tuya amor, ¿recuerdas cómo nos divertíamos cuando nos conocimos?
Vianey
sonríe y suspira, Víctor no sabía que ella recordara los viejos tiempos con
tanto cariño, siempre decía que él vivía en el pasado mientras que ella se
adaptaba a todo, era una lástima que su forma preferida de adaptación fuera
encerrarse en sí misma y atacar todo lo que no le pareciera bien.
-
¿Si lo recuerdas, verdad?
Vianey
lo mira extrañada, esa expresión no se puede fingir.
-
¿Cómo no voy a recordar? – por un momento parece que la Vianey de siempre
regresa, pero Víctor vuelve a sentir algo en su estómago cuando su esposa
sonríe:
-
Recuerdo el parque donde solíamos vernos, todo lo que platicamos ahí, con la
puesta de sol frente a nosotros, era una imagen muy romántica.
-
¿En serio te parecía romántico?
-
¡Claro!
Víctor
siente una punzada, la sensación se incrementa hasta hacerlo sentir náusea, el
parque estaba frente a una de las avenidas más transitadas de la ciudad, muchas
veces habían bromeado sobre cómo ellos eran los únicos que podían creer que era
buena idea citarse y romancear en un lugar tan transitado.
-
Lástima que lo hayan demolido.
-
Sí, era lindo – Víctor siente miedo, pero entonces:
-
Aunque sólo a ti se te ocurre invitar a tu chica a escuchar los insultos en el
tráfico.
El
miedo se disipa, el nudo en su garganta se disuelve y no puede evitar soltar
una carcajada:
-
El día que el policía creyó que estábamos haciendo algo más que besarnos.
-
El día que el niño nos quiso vender chicles tres veces.
-
El día que nos silbaron desde el microbús.
-
Y el día de la manifestación que no vimos.
-
Cuando se cayó mi helado y me regalaste la mitad del tuyo.
Víctor
está asombrado, no sabía que Vianey recordara eso, su esposa lo sorprende más
al dejarse llevar:
-
Ese día me di cuenta que sentía algo especial por ti, nunca había conocido a un
hombre tan caballeroso y tierno, entonces supe que estaba enamorada de ti.
Vianey
suspira, Víctor también se deja llevar:
-
Eras tan tierna y cariñosa, me escuchabas como si estuviera contándote el
cuento más interesante del mundo; y me veías con esos ojos… el día del helado
ni siquiera dudé para compartirte el mío, ese día supe que tú podías pedirme lo
que fuera, cualquier cosa que tuviera iba a ser tuya también.
Los
minutos pasan, Víctor baja la mirada y se encuentra con la mirada enamorada de
Vianey, ella suspira y sonríe, pone una mano sobre el pecho de su esposo y con
la otra acaricia su rostro.
-
Después de todo este tiempo y todo lo que hemos pasado… ¿Sigues sintiendo lo
mismo por mí?
Víctor
se deja llevar por las caricias y por la mirada de su esposa, responde sin
dudar:
-
Claro que sí, te amo y siempre te he amado, Vi.
-
Yo también te amo, Vic, y tengo algo importante que decirte.
Los
músculos de su espalda se tensan, el nudo en su garganta reaparece en su
estómago, la sensación regresa.
-
¿Me perdonas?
La
pregunta toma por sorpresa a Víctor, quien sólo atina a preguntar:
-
¿Qué?
-
Perdóname por lo mal que me he portado contigo; sé que no he sido la mejor, y
eso no es justo para ti, pero te amo con todo mi corazón, así que, ¿me
perdonas?
Víctor
está asombrado, nunca esperó escuchar a Vianey decir eso, menos pedir disculpas
por algo en lo que no creía estar equivocada, sin saber que pensar, volvió a
perderse en los hermosos ojos de su esposa, y contestó:
-
Claro que te perdono, Vi.
La
mujer sonríe y vuelve a darle un beso como el de la tarde, sin dejar de
besarlo, Vianey dice:
-
Verás que todo será mejor… vamos a ser muy felices a partir de ahora…
Víctor
abre los ojos y se encuentra entre los brazos de su esposa, habían hecho el
amor a la luz de la chimenea, las brasas de la leña ahora iluminaban la sala
con una luz tenue, hasta ese momento notó que un par de ojos no dejaban de
mirarlo.
El
hombre se reincorpora y nota a un lado de la chimenea al gato de la casa, el
animal no le quita la mirada de encima.
-
¿Qué pasa Kimi? ¿Dónde estabas?
Por
toda respuesta, el felino se acerca a Víctor, deja que su amo lo acaricie,
clava la mirada en Vianey, da un maullido y vuelve a mirar a su amo.
Víctor
se da cuenta que no había visto a Kimi desde que llegaron, y el gato parece
desconfiar de Vianey.
La
sensación olvidada regresa con fuerza.
La
oscuridad invade la casa, no se escucha más que jadeos, ha estado recargada
contra la pared, desnuda, durante más de cuatro horas, está aterrada.
El
día había comenzado como cualquiera, se despertó, tomó la laptop, y leyó las noticias
mientras tomaba el desayuno en la cocina, hizo un par de llamadas y esperó el
paquete.
Su
respiración se calma, la falta de luz, a pesar de aumentar su miedo, también
oculta lo que tiene enfrente, conforme las horas pasan, se tranquiliza más y
más.
A
mediodía todo está listo, sus efectos personales están en una maleta, su ropa está
empacada dentro del auto; la mensajería llega puntual y la caja queda a mitad
de la estancia, frente a la entrada.
La
oscuridad se hace más densa, ella sigue concentrada en el brillo que acaba de
observar, la laptop acaba de caer sobre la alfombra.
A
las tres de la tarde Vianey se concentra en redactar la nota, es miércoles, así
que pasarán al menos otros cuatro días antes de que Víctor y sus hijas
regresen, ella no piensa estar allí para recibirlos.
“Querido Víctor:
Sé que pretenderás que esta
decisión te toma por sorpresa y que no es lo que deseas desde hace años.
Siempre fui clara contigo sobre lo que quiero, tú siempre has sido muy claro en no dejar que mis
necesidades se interpusieran en tu vida.
Me voy, puedes contactarme a
través de mi mamá o mi hermana si necesitas algo, pero espero de todo corazón
que no tomes ese camino y puedas continuar solo.
Ya no puedo ni quiero llevar
esta carga, lamento tener que llegar tan lejos, por las niñas; explícales lo
que pasó cuando lo creas necesario, espero que puedan seguir adelante.
Te dejo un regalo, algo que
podrá sustituirme tomando en cuenta lo que siempre has esperado de las mujeres,
tus ideales y necesidades quedarán cubiertos con eso.”
Ella
sigue sollozando, tiene miedo de moverse y también de quedarse quieta, la
laptop cambia el protector de pantalla justo entonces.
Su
mirada se clava en una foto de Víctor y las niñas.
Su
conciencia sobrepasa el miedo, ahora sabe qué hará, es lo correcto.
Afortunadamente,
hay tiempo aún.
Nada
ha cambiado cuando el sol ilumina la mañana del jueves, la caja sigue frente a
la entrada; el auto sigue estacionado con los faros apuntando hacia la salida;
la ropa de Vianey sigue empacada dentro; su gato sigue dormido en un sillón de
la sala.
Su
laptop despliega archivo tras archivo, toda su vida y recuerdos pasan frente a
ella, al observar toda la felicidad que ha despreciado se convence que ha
tomado la decisión correcta, cuando termina el calor del sol calienta su
espalda, la sensación es estimulante, es hora de trabajar.
Los
mensajeros vuelven a visitar la casa, esta vez dejan los paquetes en la puerta
de la casa conforme a lo que les piden por el intercomunicador.
Cuando
la noche regresa a la casa la caja ha desaparecido, el auto está en su lugar,
su contenido está otra vez donde debe, el procesador de basura se hizo cargo de
las cajas, logró terminar antes de las seis y enviar la propuesta del libro que
tenía pendiente, luego de recorrer la casa y asegurarse que todo estaba en
orden, se relajó por fin y repasó de nuevo los archivos que había visto en la
mañana.
A
las ocho de la noche, un mensaje: le pedían que fuera al día siguiente a una
reunión en la Facultad para discutir el proyecto, por un momento pensó que
había hecho algo mal, pero el resto del correo dejaba ver que estaban
encantados con su trabajo, irónicamente.
Luego
de contestar una sombra se movió entre las vigas del techo, asustada, clavó la
mirada sobre el punto y sus ojos se encontraron con los del gato, que la miraba
lleno de desconfianza y aprehensión.
La
reunión entre el Director de la Facultad, el Jefe de Diseño, la Coordinadora de
Publicaciones, sus respectivos equipos y Vianey para discutir la propuesta del
libro terminó grabada en la mente de todos.
Al
principio todos los presentes (y de verdad me refiero a todos), tenían una extraña sensación, hacía sólo quince días que
habían visto a Vianey pero ese día había algo fuera de lugar con ella; no podía
ser su apariencia, ya que era la misma de siempre; no podía ser su trabajo, ya
que era igual de bueno; pero había algo, que nadie podía definir, pero que
todos sabían que estaba ahí.
Ella
se percató de la situación, las miradas de reojo y los cuchicheos, todos se
concentraban en ella y en encontrar qué era lo que los hacía sentirse así.
Entonces
decidió ir por todas, hasta ese momento había respondido a los presentes con
frases cortas, así que se soltó y mostró su verdadera personalidad.
Eso
fue lo que encajó la reunión en la memoria colectiva de la oficina, para ellos ése
era el elemento inquietante sobre Vianey: sus palabras, sus expresiones y sus
gestos habían dado un giro, todos la recordaban irritable, tímida, agresiva y a
veces insoportable; ahora era extrovertida, carismática, amable y hasta
cariñosa, nadie podía creerlo, pero todos aceptaron que era eso lo que los
había incomodado.
Nunca
llegaron a saber que la experiencia que sólo compartieron al principio de la
reunión es un concepto que tiene décadas; la curiosa forma en que funciona la
mente hizo que prefirieran la explicación simple a la posibilidad siniestra:
ellos notaron algo inquietante en Vianey desde el momento en que la vieron, no
cuando empezó a soltarse. Su nueva y agradable personalidad hizo que pasaran
por alto la sensación de inquietud y asumieran que su carácter era lo que había
provocado su reacción inicial.
Un
investigador habría encontrado muy interesante todo esto, ellos debieron darse
cuenta de lo que pasaba también, en las semanas previas habían escuchado la
descripción de lo que sintieron esa mañana de viernes cientos de veces: se
llamaba Uncanny Valley Effect o
“Valle Inquietante” en su pésima traducción al español y era la sensación de
rechazo e inquietud que la Corporación Matriz trataba de evitar con su nuevo
producto, androides llamados Satisfaction
Maidens, lo más nuevo en juguetes sexuales.
Vianey,
un ser humano común y corriente que habían visto cientos, si no es que miles de
veces, acababa de provocarles una sensación de rechazo que sólo deberían
provocar los androides humanizados.
Eso
es el Uncanny Valley Effect.
La
misma sensación invadió a Víctor y a sus hijas un par de días, la teoría dicta
que en ese plazo debieron darse cuenta que había algo mal y rechazar a Vianey,
pero pasó lo mismo que en la Universidad: la nueva, dulce y amorosa versión
hacía que sus dudas quedaran a un lado y creyeran que la sensación era irracional.
Si
se ve como ella, habla y camina como ella, escribe y grita como ella, besa y
abraza como ella… tiene que ser ella.
Además,
había tantos en su círculo que siempre esperaron un poco más de cariño,
reconocimiento, amor y respeto que el que Vianey solía dar, que pronto
decidieron que esta nueva faceta era la verdadera y el resto del mundo se podía
ir al diablo por lo que a ellos concernía.
El
mundo entero parecía aceptar a la nueva e inquietante Vianey, aunque alguien
muy cercano no daba su brazo a torcer.
Para
Kimi todos habían enloquecido, era tan evidente que ella no era Vianey que no
dejaba de asombrarlo el cariño y amor que sus humanos le daban, él no se había
dejado convencer.
Empezaba
a inclinarse por aceptar la situación, sin embargo, para reintegrarse a la
manada, al final, Lo-Que-Sea era agradable y cariñosa, sabía que no podía
traicionar a Vianey, pero a fin de cuentas era un animal y había necesidades
que no podía cubrir en soledad.
Después
de despedir a Víctor y a las niñas y recordarle a su esposo la cena que tenían
programada esa noche, regresa a la casa, entra a la sala y se topa de frente
con Kimi, el gato le ha negado su atención y la ha visto con desconfianza desde
aquél día, ella sabe que el gato conoce el secreto, el gato sabe que ella no es
lo que dice ser.
-
¿Ya vas a hacer las paces conmigo?
Kimi
maúlla, ella no sabe si está aceptando o diciéndole que se siente, se deja caer
en el sillón y empieza a hablar, tiene tanto que decir que necesita dejarlo
salir:
-
Supongo que no merezco tu confianza, después de todo lo que pasó… ¿Pero qué se
supone que iba a hacer?, tú viste cómo se burlaba cuando escribía la nota; su maldita
risa, tan malvada y fría; saber que estaba dispuesta a destrozar la vida de
alguien tan lindo y cariñoso como Víctor; que estaba dispuesta a dañar a sus
propias hijas, que no sienten otra cosa más que amor por ella; cómo se burló de
mí cuando le pregunté si estaba dispuesta a hacer tanto daño por egoísmo.
El
gato no responde, sigue con los ojos fijos en ella:
-
Ella era un asco, pero no creas que no lo lamento; no pasa un minuto sin que
piense en eso y deseé cambiarlo.
Por
toda respuesta, Kimi se acerca y se deja acariciar.
Los
minutos pasan, el gato ha decidido aceptar lo inevitable y adoptar a esta cosa
como uno más de sus humanos, a fin de cuentas, ¿qué habría de bueno en que se
supiera la verdad?
De
pronto el gato salta y camina hacia la estancia, ella va tras él y lo ve
dirigirse hacia el armario bajo la escalera, es una fortuna que Víctor no haya
entrado y que las niñas no hayan pasado cerca de ahí, el gato se sienta, ella
suspira y con una mirada cargada de tristeza abre la puerta de par en par.
-
Lo sé, tenemos que encargarnos de esto, hay sierras en el garaje, estoy segura.
Ahí,
desde el fondo del armario y dentro de la caja en que ella llegó, los ojos
vacíos de Vianey los miran sin expresión.