martes, 3 de noviembre de 2015

¿Podemos hablar un momento?

“Mientras caminan por las catacumbas lúgubres y oscuras de la ciudad de París, cobijados por el sonido de sus propios pasos, Sophie y Jean trataban de contener la respiración, después de que Lo-Que-Sea se llevara a Marie y a Alain ambos sabían que las posibilidades de salir con vida de ahí eran cada vez más escasas, caminaban tomados de la mano, sin saber lo que estaba por venir, escuchando esas voces descarnadas, los gritos que no venían de ninguna garganta y los sonidos chirriantes que indicaban que Lo-Que-Sea estaba cada vez más cerca de ellos.

Cada paso que daban despertaba ecos siniestros por toda la caverna, y pronto ambos empezaron a sentir, a intuir quizá, que algunos de esos ecos no respondían al ritmo de sus pisadas.

Un viento frío, cortante y violento interrumpe su marcha, los gritos se alejan y se acercan volando a la par del caprichoso viento, Jean empieza a sentir que algo se acerca a él, las imágenes de sus muchos pecados empiezan a revolotear alrededor de su mente como buitres, y sabe, incluso antes de que Sophie empiece a temblar como una hoja, que él es el siguiente…”

Tocan a la puerta.

Esta vez estoy seguro que alguien llamó a mi puerta.

Me levanto furioso, ya que detesto que me interrumpan cuando estoy trabajando, camino hacia la entrada de mi despacho, enciendo la luz, abro la puerta y de un tirón dejo el paso franco hacia el pasillo.

No hay nada

Sólo oscuridad, la negrura de la noche, y nada más.

Son mis nervios que me juegan una mala pasada, me digo, seguramente es la presión de terminar con la más reciente aventura de Sophie Deveraux, los fans, mis editores, mi agente, y prácticamente cada imbécil en este planeta con la capacidad suficiente de leer una oración de corrido me piden, me ruegan, me exigen que les entregue una nueva edición de las aventuras de su detective paranormal favorita, y yo, como buen payaso de circo que soy, cumplo sus caprichos, dándoles otro fragmento más de escritura barata y decadente.

Quiero terminar con esto lo más rápido posible, necesito concentrarme en ultimar los detalles de la publicación de mi otro libro, Spikehead, el cual tuve que escribir bajo seudónimo para lograr que la tomaran en serio, de otra forma todos me habrían pedido otro libro más de Sophie antes de leer mi verdadera novela favorita.

Pasé meses en un bloqueo creativo, nada me inspiraba para agregarle más entradas a las descabelladas aventuras paranormales de la detective parisina, que empezó como un juego de borrachera, y acabó por zamparse la mitad de mi cerebro y un cuarto de mi talento de una sentada, para mí, ella era igual que los espantajos y monstruos de película Serie B que combatía: insaciable, poderosa, irresistible… y al mismo tiempo soberanamente convencional y anodina, tan débil que el más ligero ventarrón podría hacerla pedazos.

El día que me avisaron que Spikehead vería la luz (aunque fuera con otro nombre) me di cuenta que el ventarrón era real, que el huracán que podía destrozar a Sophie Deveraux y alejarla para siempre de mi vida era una posibilidad, estaba ahí, al alcance de mi mano.

Ese día terminó mi bloqueo, y aunque tuve que reescribir todo el libro, había encontrado la ruta fatalista que todo autor conoce; iba a conducir a mis personajes, con la mano firme y cruel que sabiamente recomendaba Quiroga, desde el inicio de esta aventura hacia su único final posible…

Todas estas ideas cruzaron mi mente mientras miraba estúpidamente la noche que invadía el pasillo de mi casa, convencido como estaba que sólo se trataba de la noche y nada más, cerré la puerta de golpe y volví la mirada hacia mi escritorio.

Ahí estaba.

Sentada frente a mí, real.

Viendo el lugar desde donde le di vida, donde inventé su historia, donde la convertí en la chica famosa que ahora es.

Sólo que ella nunca ha existido.

Al sentir mi mirada, Sophie volteó para mirarme a los ojos, y dijo:

- ¿Podemos hablar un momento?

Me sentía paralizado, pero pude impulsarme lo suficiente como para rodear el escritorio, cuidando de no acercarme mucho a sus mortíferas manos, y tomar asiento en mi lugar de siempre.

- Claro, ¿de qué quieres hablar?
- Sobre lo que está escribiendo, Mr. Crown.
- ¿Te refieres a La Oscuridad de las Catacumbas?
- En efecto, Mr. Crown.
- ¿Tienes algo que decirme al respecto, Sophie?
- En realidad si, Mr. Crown.
- Te escucho, entonces.

Sophie tomó aliento, se acomodó en el asiento, presumiendo su curvilínea figura al moverse, en ese momento recordé a la chica que usé para modelar su apariencia, tuve que reconocer que se parecía bastante a la original.

- ¿Por qué quiere deshacerse de mí, Mr. Crown?
- Escucha, Sophie…
- No diga nada, no se lo pregunto sólo para escuchar la respuesta, quiero entenderlo realmente… quiero comprender cómo un escritor de segunda, sin mucho talento que ofrecer, quiere deshacerse de su único producto decente, el único que lo hará inmortal.
- ¿De qué demonios ha…?
- Ya te dije que no pregunto sólo para escuchar tu respuesta, quiero entender tus motivos para hacerlo, los reales, no los que les dices a todos, sino los que sabes que son ciertos, quiero que me digas de frente porqué quieres perder lo único valioso que has hecho, porqué quieres deshacerte de mí y sumirte en el olvido y la mediocridad para siempre…

Los minutos se enlazan, clavo la mirada en Sophie, frente a mí tengo el manuscrito, las benditas palabras que la llevarán al sitio del que nunca debí sacarla, sin pensarlo mucho, le arrojo el cuaderno.

- ¿Qué es esto?
- El final de tu existencia Sophie, léelo, por favor.

Ella pasa las hojas hasta casi el final del cuaderno, justo cuando creo que va a empezar a leer, levanta la mirada y clava de nuevo sus enormes ojos verdes en mí:

- ¿Y esto de qué va a servir?
-Ahí está todo lo que quieres saber. Léelo, por favor.

Mi vacua y falaz detective preferida empieza a fijar su mirada en el texto, leyendo cómo después de ganar una épica batalla contra Lo-Que-Sea descubre que acaba de vencer a Mr. Sonneilon, su gran enemigo; al mismo tiempo se da cuenta que sus heridas son fatales, pero que ha dado la vida por proteger a la humanidad, que fue lo que siempre la impulsó a combatir a los espantajos de feria que puse como sus rivales.

Mientras ella está absorta en el texto, yo tomo algo de mi escritorio, y sin distraerla mucho empiezo a hablar:

- ¿Qué te está pareciendo, Sophie? ¿Te gusta la forma en que ganas la batalla? ¿Esa es la forma en que deseabas derrotar a Mr. Sonneilon? ¿Te hace sentir mejor saber que darás tu vida por los humanos de ese universo paralelo que inventé para ti?

Sin levantar la vista del texto, Sophie reclama:

- Esto es maravilloso, épico, pero sigue sin responder a mis preguntas, Mr. Crown.
- ¡Tus preguntas!, es cierto, lo había olvidado; verás Sophie, La Oscuridad de las Catacumbas es tu última aventura por una simple y sencilla razón.

Mi mano derecha vuela hacia Sophie. El revólver plateado que me regaló mi esposa para practicar tiro apunta a su cabeza.

- ¡No pienso seguir cargándote sobre mis hombros! seas mi único éxito o no, sea considerado un escritor de segunda o no, seas un golpe de suerte o no ¡tienes que irte, desaparecer, esfumarte… morir!

Las seis balas del revólver cruzan el escaso espacio que hay entre la boca mortal del arma y el cuerpo frágil y pequeño de Sophie, cada tiro le provoca movimientos espasmódicos que la hacen bailar sobre su asiento, la sangre salpica sus libros, el manuscrito, la transcripción de Spikehead, la pantalla de la computadora y mi rostro.

El cuerpo inerte de mi ex estrella yace ahí, bañado en sangre, descargo el revólver, tomo la caja de balas del cajón y empiezo a cargar de nuevo el arma, mientras pongo cada bala en su sitio, hablo con voz severa y tono autoritario:

- No tengo idea de cómo pasó esto ni que desviación de la realidad permitió que ella viniera hasta acá a reclamarme, pero sí se esto: si alguno de ustedes pretende venir  y hablar conmigo de nuevo, ya sabe la bienvenida que le daré.

Cuando el revólver estuvo cargado, reintroduje el tambor al arma con una sacudida de mi muñeca, me dirijo de nuevo a mis libros, mis manuscritos, mis pruebas de edición, y hablo a mis adorados personajes:

- Aquí no se admiten cuestionamientos, ni preguntas, ni solicitudes de ningún tipo; aquí, yo mando, ustedes sólo responden; aquí, yo soy Dios, el Diablo y el Mundo; aquí, Yo soy el puto amo… ¡¿Quedó claro?!

El silencio invade de nuevo mi despacho, no hay cadáver por supuesto, es sólo mi imaginación que me juega malas pasadas y me presiona para terminar con la novela.

Sin más, limpio la sangre de la pantalla de la computadora y sigo escribiendo.

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