lunes, 1 de abril de 2013

El Silencio


Los rayos del sol acarician la ciudad, se derraman sobre las avenidas, caen sobre los parques, se cuelan entre las grietas y rendijas, se introducen por las ventanas de un viejo edificio en el centro, iluminan las obras de arte, las pinturas, las esculturas, los grabados, las joyas artísticas producidas por las mentes del país en los últimos siglos, tocan las mejillas de un joven, que duerme pegado a una de las enormes ventanas de madera, lentamente se despierta, estira los músculos que quedan adoloridos luego de dormir sobre la duela de la sala donde se exhiben algunas pinturas de los genios que dio el país a principios del siglo pasado, luego de desperezarse, el joven se asoma por el ventanal, se da cuenta que ha llovido, los charcos reflejan un precioso cielo azul, y los rayos del astro rey tejen hermosos brillos en sus orillas, alarmado, el joven sale corriendo de la sala, recorre todo el pasillo hasta las escaleras centrales, las que lo llevan brincando hasta la azotea, varios tambos con agua reflejan el bellísimo día que se ha dejado caer sobre la capital, el joven cubre los tambos tan rápido como puede, le tomó tiempo, pero aprendió que los rayos del sol son perjudiciales para el agua recolectada… básicamente, la evaporan.

Ya con más calma, el muchacho baja unas cuantas cubetas de la azotea, calcula rápidamente y llega a la conclusión de que es suficiente para sus necesidades del día, revisa sus provisiones luego del desayuno, necesitará salir más tarde a ver qué puede encontrar.

El muchacho se pasa el resto de la mañana leyendo libros sobre pintura, escultura, arte en general, su materia preferida; el enorme edificio es el refugio perfecto, nadie lo ha molestado y ciertamente el silencio que domina el recinto permite escuchar perfectamente lo que pasa afuera, aunque desde un par de días atrás no ha oído nada; sólo deja su refugio, cual si fuera un pequeño ratón, para explorar los negocios y edificios aledaños, en busca de provisiones.

Cuando el sol derrama su protección desde el oriente, el chico decide salir a buscar comida, cautelosamente se acerca hasta el enorme portón principal del edificio, lenta y cuidadosamente, corre la cerradura y destraba la puerta más pequeña, el chirrido de los goznes resuena en todo el edificio, alcanzando ecos notablemente siniestros en las estancias más alejadas del joven…

Abierta la puerta, el muchacho se asoma y mira en todas direcciones, no hay nadie, como lo esperaba, de modo que puede caminar seguro y buscar algo que comer, decide rápidamente ir hacia el Zócalo, ya que la vez anterior encontró comida cerca de ahí, cierra el portón del viejo edificio, y camina hacia un callejón que está enfrente, toma algunos libros que quedaron abandonados en los puestos callejeros y los mete en su maleta, al llegar a la siguiente calle descubre que alguien voló la entrada del edificio del Banco, no encontró lo que buscaba, ya que sólo había dejado un paquete en las escaleras, del cual escapaban billetes de todas las denominaciones, el viento los esparcía por la calle, la cual lucía tapizada de dinero… irónico ahora, dada su completa inutilidad.

El joven tuvo suerte y en la casa de los azulejos encontró frutas, también halló provisiones en un autoservicio no lejos de ahí, y algo de café en otro local cercano, un pequeño lujo de cuando en cuando no caía mal… justo estaba por salir de ahí cuando accidentalmente golpeó algo en el suelo, de pronto hubo ruido de estática y el joven se asustó, pero de inmediato se percató que alguien había abandonado un radio convencional…

El chico regresó corriendo a su guarida, subió a toda prisa hasta el último piso, entró en la sala donde dormía, frente a los cuadros consagrados, y encendió la radio, buscó por todas las frecuencias de FM y AM inútilmente, hasta que casi al final del FM escuchó algo, no le costó nada sintonizar la señal, de inmediato se dio cuenta que era una estación del gobierno, una de las dos que transmitía rock en la ciudad.

Durante tres horas no escuchó más que música… ¡pero era tan agradable oír algo!... quizás alguien estaba tratando de comunicarse, pero una expedición hasta Coyoacán resultaría suicida dadas las circunstancias, además, si hubiera alguna persona en la estación, probablemente hablaría a través de la frecuencia en lugar de sólo poner música, lo más seguro era que los encargados dejaron los aparatos encendidos y la computadora corriendo… quizás sólo para darle un poco de esperanza a quién pudiera escucharlo… ¿cuánto tiempo tendría transmitiendo así?.

En ese momento, el joven aguzó el oído, ni siquiera necesitó bajar el volumen del radio, podía escuchar algo perfectamente, pero tuvo que apagarlo al repetirse el sonido, necesitaba saber de dónde provenía…

De pronto, el chico salió corriendo, bajó las escaleras, abrió con cuidado la puerta del museo y se asomó a la calle… súbitamente, como si algo lo hiciera tomar decisiones impulsivas, cerró la puerta y corrió hacia el Zócalo, un par de calles después se detuvo, necesitaba saber la dirección, el sonido se repitió y el joven corrió hacia la derecha, regreso una calle y siguió hasta el café donde había encontrado el radio en la tarde, de nuevo escuchó algo, así que corrió hasta un viejo edificio en la esquina, luego de correr hasta una puerta de madera y cristal, el chico la empujó y se quedó quieto, no había nadie en el lugar, y la escasa luz que se filtraba por la ventana lo hacía ver siniestro…

En ese momento se volvió a escuchar el grito de la chica, y el muchacho entró corriendo, subió los escalones y entró en la que alguna vez fue la bóveda más custodiada del país…

Adentro sólo había una chica que lloraba y gemía, gritaba al presionar la herida que al parecer tenía en la pierna derecha, el joven no lo pensó dos veces, cargó a la mujer y la sacó de ahí, ella no dejaba de gritar pero instintivamente guardó silencio al salir a la calle, de camino el joven pasó por la tienda donde había conseguido las provisiones esa mañana, tomó algunos medicamentos y algo para que la chica comiera, le puso el paquete con las cosas entre los brazos y nuevamente la cargó, se hacía de noche cuando el joven llegó con su invitada a la sala del museo, de inmediato tomó una de las colchonetas sobre las que descansaba y en ella recostó a la mujer, tomó las vendas y los medicamentos y después de revisar y vendar a la chica, la hizo tomar medicina, luego de eso, la mujer cayó dormida, seguramente estaba agotada, pensó el chico, mientras encendía de nuevo la radio y escuchaba música a menor volumen que antes, el cielo se había nublado y algunos truenos resonaban a lo lejos, de haber pasado más tiempo, la pobre chica pudo haber muerto dentro de la bóveda, sin que nadie la escuchara…

La mañana siguiente también fue magnífica, una lluvia torrencial, que seguro habría dejado a la mujer sin ayuda, había dejado llenos los depósitos de agua improvisados por el chico, después de cubrirlos y de bajar más agua de la normal, el joven entró en la sala…

Encontró a la chica sentada, mirando melancólicamente el hermoso cielo azul, ella lo miró y el joven le sonrió, la muchacha se limitó a mirar de nuevo por la ventana, se veía muy triste, pero a él no le importaba, ¡era bueno tener algo de compañía después de tanto tiempo!, empezó a desayunar y puso el desayuno al alcance de su compañera, no le insistió para que lo tomara, solamente le hizo saber que aquella comida le pertenecía al ponerla cerca, estaba de buen humor y encendió la radio, la música llenó la estancia e hizo que la chica lo mirara asombrada, él se limitó a sonreír mientras masticaba y empezó a marcar el ritmo de la canción con la punta del pie, ella trató de abalanzarse sobre la radio pero él se lo impidió, la mujer lo miró y él negó con la cabeza, ella pareció entender y se sentó de nuevo, para animarla, el joven de nuevo le ofreció la comida, esta vez, ella aceptó su ofrecimiento…

Él no la dejó levantarse, era evidente que la herida había sido seria, parecía sanar bien y los medicamentos le habían quitado la fiebre a su compañera, seguro en un par de días estaría perfectamente, por mientras, esos días el chico le llevó libros para que pudiera entretenerse, salió por más provisiones y cuidó de ella y los depósitos de agua, no hablaban, ambos sabían perfectamente que había toda una historia en sus respectivos pasados inmediatos, pero era horrible tener que revivirla, desde que las palabras se convirtieron en armas tan poderosas, pocos se atrevían a usarlas a la ligera, los causantes de toda esa desgracia, por supuesto, nunca compartieron esa opinión…

Con el paso de los días, los dos nuevos compañeros recorrieron la zona, revisaban los negocios y casas abandonados, se entretenían con las cosas que la gente dejó tras de sí, juntaron algunos pequeños lujos como chocolates, bolsas de café o dulces, las botellas de licor, que ya no eran de utilidad para nadie, sirvieron durante unas semanas como entretenimiento, los muchachos jugaban boliche con ellas y un balón que encontraron abandonado, ella, que era bastante atlética, las utilizaba como tiro al blanco, había fabricado un arco y utilizaba unas varillas de aluminio a modo de flechas improvisadas, más como un deporte que como una necesidad, ya que los pocos animales que veían eran (o habían sido) de compañía, de modo que les parecía inhumano cazarlos.

Así siguieron pasando las semanas, ahora las vidas de ambos eran rutinarias y felices, calmadas y relajadas; parecerían un sueño extraño si se les comparaba con la existencia antes de las desgracias, y era reconfortante y esperanzador para ellos, que eran sobrevivientes de esa tragedia; poco a poco, sus almas y corazones fueron curándose de las múltiples heridas que todo aquello que dejaron atrás les imprimió, y al mismo tiempo, iban haciéndose más cercanos el uno al otro, hasta que una palabra, largamente olvidada y tomada por perdida, empezó a aparecer de nuevo en sus mentes… y esa palabra era, por supuesto, amor.

Ambos encontraron refugio y apoyo en los brazos y la comprensión del otro, una comprensión que parecería extraña a los ojos de quienes no vivieron lo que ellos, ya que no involucraba palabras, solamente miradas y señales; encontraron consuelo mutuo, un consuelo que no involucraba frases cariñosas ni expresiones hechas, solamente caricias o abrazos; y este amor, que dependía de la intuición y el contacto, se expresaba físicamente de una forma mucho más intensa de lo que ambos jóvenes recordaban, era una conexión de la carne y el alma, era hacer el amor, en el más bello sentido de la palabra…

Una noche, mientras ambos dormían, desnudos y abrazados a la luz de la luna, la radio, que era el único sonido que siempre se escuchaba retumbar en el inmenso edificio, empezó a sufrir interferencias, ellos no lo escucharon por estar profundamente dormidos, pero la intrusión era generada por algo que les habría puesto los cabellos de punta…

Un nutrido grupo de hombres subía por la escalera, se repartían en los pisos del museo, y hacían señales con las linternas que llevaban consigo para avisar a sus compañeros, pronto, un comando entró sigilosamente en la sala donde durante tantos meses habían dormido aquella amorosa y bella pareja… los soldados, que eso eran, comenzaron a llenar la sala, uno de ellos apuntó con su arma a la pareja que seguía dormida plácidamente, miró a su superior, quien simplemente giró el dedo índice de la mano derecha, haciendo un círculo en el aire, el soldado comprendió, la orden había sido aniquilar a todos aquellos que se toparan en su camino…

La muerte llenó la estancia, los soldados, impávidos, descolgaron los cuadros de las paredes y comenzaron a juntarlos en la escalera principal, sus compañeros hacían otro tanto con los pisos inferiores, pronto la sala donde quedaban los cadáveres del amor y la comprensión estaba completamente vacía, los soldados salieron y comenzaron a bajar su preciada carga a la entrada, afuera, tres camiones recibieron todo el arte que hasta esa fecha estuvo custodiado en el museo, el Coronel que ejecutó a la joven pareja y el General observaban toda la operación, detrás de ellos, con un sigilo felino, un grupo de soldados les apuntaban, un oficial, de otro ejército, miró a su superior levantar el brazo derecho con la mano extendida, los soldados estaban expectantes, el Coronel de pronto tuvo un escalofrío, volteó a su espalda y quedó aterrado por un segundo…

Los soldados enemigos hacen fuego y acribillan al Coronel, al General y a los soldados que acaban de vaciar el museo, toman el control de los camiones y los llevan a sus cuarteles; la luna llena, que se escondió espantada entre las nubes, se decide a salir e ilumina los cadáveres de los soldados, la expresión asombrada del General, y el terror profundo y desesperado que quedó congelado en la mirada del Coronel para siempre…

Los rayos del sol acarician la ciudad, se derraman sobre las avenidas, caen sobre los parques, se cuelan entre las grietas y rendijas, se introducen por las ventanas de un viejo edificio en el centro, iluminan las paredes desnudas, los espacios vacíos, los estantes destrozados, donde hasta hace unas horas las obras de arte, las pinturas, las esculturas, los grabados, las joyas artísticas producidas por las mentes del país en los últimos siglos, descansaban; tocan las mejillas de los cadáveres de dos jóvenes, que quedaron abandonados al pie de una de las enormes ventanas de madera, lentamente, una mosca se para sobre el rostro de la chica…

Y ese día, como todos los días, un poco del amor y la belleza que queda en el mundo, simplemente, desapareció.

La Revuelta


El sujeto se levanta del piso, todos los rehenes en el banco, que hace media hora eran sólo clientes, observan atentos la escena, todos los demás ladrones le apuntan a la chica, pero ella tiene en la mira al jefe de la banda, desarmado e indefenso, todos contienen el aliento cuando la chica jala el gatillo…

Y nada pasa, del arma no sale nada, ni una bala, ni una detonación, vamos, ni siquiera chispas; la mujer baja el inservible revólver y dice:

- ¿De modo que así termina todo?
- ¿No esperabas que fuera de otro modo o sí?
- Bueno, tú sabes… por un segundo pensé que sí.
- Ilusa…
- ¿Lo vas a hacer ahora?
- No veo porqué no, ¿tú si?
- Me da igual, francamente.
- Eso pensé…

El sujeto camina hacia atrás sin darle la espalda a la chica, estira la mano hacia la otra mujer que está detrás de él, ella lleva el arma de repuesto en su bolsillo, mientras se acerca, dice:

- Debiste ser más cuidadosa, este tipo de cosas le vuelan la cabeza a cualquiera…

La chica no deja de sonreírle, entre frustrada y sarcástica, por un segundo el tipo se pone nervioso, ¿tendrá algún as bajo la manga?, no parece posible; para poder vencerlo en estos momentos, ella tendría que haber logrado convencer a su banda de traicionarlo, y cuando menos Marla está de su lado, su amante jamás lo traicionaría… ¿Tal vez el Comandante González?, no, tampoco es probable; el policía es leal al dinero, y él le da a ganar millones, además, si quiere escapar con vida de esta, tendría que eliminarlo de alguna manera… ¿pero porqué sigue sonriendo?... seguramente es la rabia del perdedor expresada en una sonrisa, aunque…

Años antes, esos dos pares de ojos que ahora se encuentran con odio y desprecio, se encontraban embebidos del amor que parecía brotar de sus miradas, ella, la chica más guapa de cuantas había poseído; él, un estereotipo galante y peligroso; ella, que creyó estar enamorada eternamente de aquél hombre; él, que creyó que esa mujer era la indicada, la que le haría sentar cabeza y dejar la vida que hasta ese entonces llevaba; ambos, lo bastante jóvenes e ingenuos como para no saber del lío en que se estaban metiendo…

¿Quizás convenció a Miguel?... no parece posible, claro que Miguel está muy resentido desde el castigo que le fue impuesto por retar su autoridad, un soplo del Comandante González y el buen Mike se pasó una temporada en los sótanos de la policía, donde el propio comandante le demostró quiénes tienen el poder… ahora Miguel era el más fiel de todos los perros, así que no parecía posible… ¿pero porqué sigue sonriendo?... ¿no se da cuenta que va a morir?... ¿qué ya perdió todo?... ¿de qué se ríe?...

- Entonces, ¿cuento con ustedes?
- Claro que cuentas con nosotros, siempre y cuando respetemos lo acordado…
- ¡Raúl!...
- Es broma, es broma… tú tranquila, pequeña, Isabel y yo cuidaremos de ti, no te preocupes.
- Así es… lo que te hizo ese bastardo no tiene nombre, y debe pagar por ello…
- …Y pagará, mi amor, pagará… ¿cierto, pequeña?

…El hombre se acerca a la mujer, mientras mira sonreír a la chica, ya sabe que no tiene ninguna sorpresa bajo la manga, y mientras estira la mano hacia Isabel, le dice:

- Debiste ser más cuidadosa, pequeña, este tipo de cosas le vuelan la cabeza a cualquiera…

Sin dejar de voltear a ver la sonrisa monalística de su ex novia, el ex caballero galante escucha claramente el percutor de un arma, voltea y descubre que en lugar de tenderle la pistola de repuesto, Isabel le apunta con un arma cargada al rostro, el pobre imbécil sólo puede mirar estúpidamente asombrado el cañón del revólver, mientras escucha a Isabel decir…

- …Ten cuidado con la cabeza, entonces.

Sin mayor trámite, Isabel le dispara al hombre en la cabeza, en cuanto Marla se da cuenta, lanza un grito desesperado:

- ¡No! ¡Maldita!...

Y deja de apuntarle a la ex de su chico para matar a Isabel, Raúl, plenamente consciente de esto y más rápido que Marla, descarga dos veces su escopeta sobre la chica antes de que ésta logre dispararle a Isabel, el cuerpo sin vida de Marla sale proyectado hacia atrás y golpea violentamente un escritorio, para después caer al piso de forma espectacular…

Miguel, que lo ha visto todo, deja de apuntarle a la pequeña para matar a Raúl y a Isabel, apunta la metralleta hacia ellos y jala el gatillo…

Otra vez todos en el banco quedan asombrados, no pasa nada, del arma de Miguel no sale una sola bala, él queda estupefacto, hasta que ve a Isabel mostrarle el cargador de la metralleta…

- Se lo quité antes de que entráramos, corazón…
- ¿Qué? ¿Por qué lo hiciste, estúpida?
- Porque sabíamos que actuarías así, tu primera reacción sería dispararnos, y eso arruinaría los planes…
- ¿Cuáles planes? ¿Asesinar al jefe para después ser acribillados por González?
- No, corazón, esa no es la idea, González también tiene que morir, y lo sabes…
- ¿Qué?...
- Deja de hacerte el tonto, Mike, sabes lo que el jefe, Marla y el Comandante le hicieron a la pequeña… y también sabes que se merecían esto…

Miguel baja el arma, sabe perfectamente que el argumento de Isabel y Raúl es verdad, mira hacia fuera y ve, entre todas las luces, las patrullas y los policías, a González dirigiendo el operativo, si tuviera sus armas… y balas, él mismo se ofrecería a darle al Comandante González su paga de marcha…

- ¿Mike?

La voz de la pequeña lo sobresalta, Miguel la mira y se da cuenta que ella, Raúl e Isabel van a escapar con el dinero, todos lo miran mientras la chica le pregunta:

- ¿Quieres venir con nosotros?
- Me encantaría preciosa, pero ese cabrón va a cazarnos como si fuéramos perros, además, me encantaría cobrarme la que me debe… total, a esos pendejos no se las puedo cobrar ya, ¿o sí, pequeña?

La chica lo abraza tiernamente y le da un beso en la mejilla, Miguel sonríe algo melancólico, mientras piensa en las torturas que le esperan en los sótanos del Comandante, es mejor si no sabe a dónde van los demás…

De pronto, un ruido lo sobresalta, la pequeña acaba de poner su otra arma junto a él, Miguel observa como si no comprendiera, pero cuando Isabel le arroja dos cargadores antes de salir con los demás, entiende perfectamente el mensaje, sonríe, carga las dos metralletas, les quita los seguros, las prepara a conciencia, camina entre todos los rehenes que lo miran asombrados, toma su saco de un perchero al fondo de la sucursal y le dice al gerente, que está agazapado junto a él…

- Escúchame bien, ¿hay algún lugar aquí dentro que resista una balacera?
- Sí, la bóveda al fondo y el muro frente a las cajas…

Miguel se da por satisfecho y ordena a los clientes:

- ¡Muchachos! ¡Salgan de sus escondites y métanse en la bóveda y en donde están las cajas! Esos pendejos de la policía son capaces de disparar hacia acá cuando salga, estén tranquilos, todo terminará en unos momentos…

Luego de eso, y mientras todos los presentes corren a esconderse, Miguel saca un par de lentes de sol del bolsillo interior del saco, se los pone y camina hacia la entrada, por primera vez desde que empezó el desmadre le presta atención a las idioteces que dice el Comandante por el altavoz:

- ¡Dejen salir a todos los rehenes! ¡Salgan con los brazos en alto y no les pasará nada! ¡Dejen todas sus armas en la sucursal y no lastimen a nadie!...
- Que tipo más idiota, cómo si eso fuera a resolver esta situación…

Miguel sale de la sucursal, las luces de los helicópteros le apuntan, camina con ambas metralletas en las manos, apuntando al suelo, baja un par de escalones y escucha:

- ¡Tira las armas!

La voz que escuchó no es de González, de modo que la ignora y grita:

- ¡Comandante González!

Entre las luces ve una sombra que se yergue; así que ahí estás, pendejo.

- ¿Qué quieres? ¿Dónde está el jefe?

Miguel sonríe, y sabiendo perfectamente que el Comandante González no saldrá con vida de ésta, grita:

- ¡La pequeña te manda sus saludos!

El Comandante abre fuego contra Miguel, alcanza a herirlo, pero no antes de que jale el gatillo de sus armas consentidas y desate una lluvia de balas que cae sobre González y los policías que lo acompañan, todos abren fuego sin poder evitar que Miguel barra con las ráfagas a todos los policías del escuadrón de González; el Comandante está herido de muerte, pero todavía sigue disparando, sus balas hieren a Miguel mortalmente, pero no deja de disparar hasta que cae muerto y rueda escaleras abajo, el ladrón y el Comandante están muertos, y la deuda está saldada…

…Y bien hizo Miguel en esconder a los rehenes, ya que la sucursal fue destrozada durante la balacera, nadie salió herido de ahí, pero el Comandante González y su grupo especial fallecieron en el violento encuentro final, dentro de la sucursal hallaron los cuerpos sin vida de Marla y el jefe; el superior de González no se puede explicar todavía que demonios pasó ahí dentro, tampoco sabe nada sobre los 150 millones que desaparecieron de la sucursal, y mucho menos ha podido averiguar el paradero de los demás ladrones…