lunes, 20 de febrero de 2012

Lo que no se ve

- Estás jodido…

El perro levantó las orejas, alzó la cabeza y fijó la vista en un punto frente a él, desde su lugar preferido, en el respaldo del sillón café al lado de la ventana, donde el sol acaricia su piel, Benicio lo mira con desdén, un poco más abajo Diana dormita hecha un ovillo sobre el asiento del sillón, con los ojos entrecerrados.

- ¿y tú que sabes, huevón? – ladró Roscoe.

Por toda respuesta, Benicio se levanta, eriza la espalda y clava sus ojos amarillos en el perro, mientras maúlla con sorna:

- Soy mejor cazador, ¿recuerdas?, además, si quieres sacar a esa araña de debajo del refrigerador deberías buscar atrás, al lado derecho…

Roscoe estaba molesto, llevaba media hora tratando de atrapar a esa maldita araña, que lo picó cuando estaba conciliando el sueño, más por fastidiar a Benicio que por otra cosa, el perro se asomó al lado del refrigerador, para su asombro, la araña, grande, negra y peluda, se movía en dirección a la recámara de la ama, de un salto, Roscoe logró aplastar con su pata derecha al animalejo, luego de lo cual restregó la pata en el borde de la pared, eliminando los restos de la araña de sus garras, satisfecho, regresó a la alfombra y se echó frente al sol para quitarse el frío, entonces se dio cuenta de que Benicio lo veía fijamente…

- ¿qué?
- ¿y bien?
- ¿y bien qué?
- ¿en qué momento vas a decir: “lo siento Benicio, tenías razón”?
- sabes que jamás voy a decirlo… –ladró Roscoe

El gato, por toda respuesta, se molestó e irguió la cabeza, levantando las orejas, se preparaba para maullar cuando Roscoe remató:

- …aunque sea cierto.

La sonrisa del perro hizo que Benicio bajara la cabeza y volviera a enrollarse, ronroneando y con su característica sonrisa irónica en los labios, después de un rato, junto con Diana y Roscoe, se quedó dormido…

Fue Diana la primera en percibirlo, de pronto un escalofrío recorrió su espalda, lo que la hizo sentarse y maullar, creyendo que la puerta o la ventana estaba abierta, se asombró al percibir el sol de la tarde que daba de lleno a la casa y el agradable calorcillo que se sentía en la estancia, por la posición del sol, sabía que faltaba poco para que el ama regresara, volvió a maullar porque no sabía porqué había sentido ese escalofrío y se sentía incómoda...

- Benicio… Benicio…
- ¿Qué pasa?
- ¿Sientes eso?

Por instinto, el gato miró hacia el frente, al sillón que estaba de espaldas a ellos y que dominaba la entrada del departamento, al ver a la sombra sentada en el sillón se erizó y sacó los colmillos, Roscoe, acostumbrado al mal temperamento de sus amigos felinos, levantó la mirada sólo para ver a Benicio erizado y decirle:

- ¿Qué, otra rata?
- No – dijo Diana –esto es más raro…

Roscoe movió la cabeza para observar en la misma dirección que los gatos, sólo para levantarse y ladrar en la misma dirección segundos después, la sombra no sólo no se inmutó, sino que una voz trató de callar a los animales:

- ¡Shh!
- ¿Y éste quién se cree para darnos órdenes? – maulló Benicio en el colmo del enojo

Por toda respuesta, como si el aumento de ladridos y maullidos que levantó su intento por que los animales guardaran silencio no tuviera importancia, la sombra, que ahora sabían era una persona, levantó la mano derecha, con tres dedos levantados, en uno de ellos refulgía un anillo dorado, de pronto una voz atronadora dijo:

- ¡Que se callen!

Benicio, Diana y Roscoe no podían creerlo, sabían a quién pertenecía ese anillo, sabían de quién era esa mano y a quién correspondía la voz que acababa de hablar, temblando de miedo, Diana preguntó:

- ¿Qué pasa?
- No puede ser… -dijo Roscoe –no puede ser… ¿verdad que no puede ser, Benicio?
- Te diría que no, pero no se quién más podría ser si no es él…

Los tres animalillos, acobardados un poco, y extrañados por la aparición de una persona que sabían que no podía estar allí, y que sin embargo, y como a veces pasaba con los humanos o con algunos de sus amigos, estaba sentada frente a ellos, dándoles la espalda, se acurrucaron cerca de la puerta que daba al balcón del departamento, Diana dijo entonces, a media voz…

- Es el Amo…
- Claro que es el Amo –dijo Benicio –ese anillo se fue con él, después de su partida no volvimos a ver el anillo, ¿recuerdan?
- Y su voz es inconfundible, siempre me dio confianza, desde que la escuché por primera vez, allá en el refugio, supe que siempre reconocería esa voz… -dijo Roscoe.

Los animales se quedaron sin saber qué hacer, sobre todo cuando su dueña entró por la puerta justo en ese momento, el Amo, que desde su posición podía ver perfectamente a la chica, levantó los brazos y dijo:

- ¡Hasta que al fin nos vemos de nuevo!

La chica no sólo no escuchó al Amo, sino que, y esto es obvio, ni siquiera tenía idea de que estaba en la casa, los animales se le acercaron y se soltaron a un coro de exclamaciones:

- ¡El Amo está aquí!
- ¿Qué no lo ves?
- ¿Qué no lo sientes?
- ¿Querrá algo de ti?
- ¿A qué ha vuelto?

La chica se desvivió consintiendo a sus animales, sin saber porqué ese coro de maullidos y ladridos, que ahora acompañaban su llegada, le dio de comer a los animalillos y los acarició, trató de jugar un poco con ellos pero los tres estaban demasiado excitados, después de unas cuantas horas, se fue a dormir…

Los tres animales custodiaron toda la noche al Amo, viendo que no se levantara de la silla, ante lo misterioso de su llegada, tenían miedo que tratara de hacerle daño a su dueña, sin embargo, y por más que Roscoe aguantó, pasada la media noche dio un par de vueltas alrededor de la alfombra y se echó, no se dio cuenta que Diana ya dormía panza arriba y que Benicio estaba acurrucado debajo del sillón que daba a la ventana…

A la mañana siguiente, los vecinos de aquél departamento se levantaron como todos los días, amantes de los animales, tenían varios gatos que normalmente no hacían nada, pero que esa mañana ya estaban esperando del otro lado de la puerta, en cuanto vieron a su dueño salir por la puerta de la recámara, acompañado por su mujer, los cuatro gatos de la casa prorrumpieron en maullidos de alegría, Cosme, el más viejo de todos, dijo:

- Salud, hermanos, que nuestros amos amanecieron con bien…

Un par de horas después, cuando ambos estaban por salir del departamento, la chica abrió la puerta para recoger el periódico del día, entonces vio algo que llamó su atención en el pasillo…

- Oye, hay un gato en el pasillo…
- ¿Qué?, ¡pero si acá están todos!
- No seas menso, uno que no es nuestro, ¡está muy bonito!

El chico salió al pasillo y encontró a Benicio maullando frente a la puerta del departamento de junto, escuchó unos débiles sonidos, que le parecieron quejidos emitidos por un perro, y maullidos lastimeros, alargando la mano, trató de acariciar a Benicio, quien dejó que el desconocido le acariciara el lomo, pero cuando trató de tocar su pecho, el gato le tiró una mordida…

- ¡Auch!, estúpido felino, no quiero hacerte nada, tonto…

Sin embargo, a los vecinos les llamó la atención la insistencia con que el gato maullaba y rascaba la puerta del departamento, no sabían que la chica pálida y callada de junto tuviera animales en casa, suponiendo que el gato habría escapado o salido sin que la dueña se percatara, la chica se acercó hasta la puerta y trató de tocar para ver si la dueña estaba en casa…

La puerta cedió sin ninguna resistencia…

Frente a ellos, con los ojos abiertos, yacía el cadáver de la vecina, la chica, menuda, de cabello rubio, pálida y ojerosa, parecía haber sufrido un infarto, en el momento en que abrieron la puerta, el perro aulló desesperado…

Las autoridades se llevaron el cuerpo y dictaminaron que la mujer había muerto de un paro cardiaco,
los animalillos iban a ser sacrificados, pero Kiara, Kimi y Enzo, como ahora se llamaban, fueron adoptados por los amables vecinos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario